Familia desestructurada, adolescencia complicada, propaganda transexual en internet, mal diagnóstico médico y todo tipo de facilidades para cambiar de sexo sin un análisis exhaustivo. Este es el coctel que vivió Zahra Cooper, una joven de 21 años que se hizo transexual y que ahora quiere volver a ser chica, aunque las consecuencias de todo lo que ha hecho son muy palpables y difícilmente reversibles.

El caso de esta neozelandesa no es único y lo ocurrido con Cooper muestra la existencia de numerosas circunstancias que no se tienen en cuenta y que marcan la vida de estos jóvenes para siempre. La ideología pesa en muchos casos más que la propia salud de estas personas.

Su caso ha sido publicado en un extenso reportaje en The New Zealand Herald y muestra el sufrimiento que ha pasado, con dos intentos de suicidio incluido, por un camino que nunca tendría que haber hecho.


Las secuelas todavía son muy visibles en Zahra, que se muestra triste porque todavía siguen confundiéndola con un chico. La cantidad de hormonas que tomó mantienen algunos efecto muy visibles como la gravedad de su voz.

Nació niña y desde pequeña era muy tímida, un rasgo que aumentó más en ella cuando sus padres se separaron y cambió de ciudad. En la adolescencia no encontraba su sitio y prefería quedarse en casa ante su dificultad para hacer amigos. Ahí empezaron sus dudas: “siempre he luchado con mi identidad de género, siempre me preguntaba si yo era un niño o una niña”.


A los 14 años con su cuerpo desarrollándose a toda velocidad vivió su momento más complicado, que venía marcado más si cabe por sus problemas de sociabilización. Así fue como empezó a odiar su cuerpo.



En un principio, Zahra pensó que era lesbiana pero después se puso a navegar en internet y a ver vídeos de Youtube de transexuales. Y tras visionar todo este contenido ella se creyó que estaba atrapada en un cuerpo equivocado.


Durante los años siguientes mantuvo esta lucha hasta que pidió a su familia que dejaran de llamarla Zahra para pasar a ser Zane. Ella era ahora él y empezó a vestir como un chico. El siguiente paso pasaba por modificar su aspecto físico y ahí entraban las hormonas.

Acudió al médico local, de cuya consulta salió irritada puesto que este doctor le recordó que era mujer y que había nacido como tal. Finalmente pudo conseguir una cita con el endocrinólogo pero mientras tanto acudió a un psiquiatra que le dijo que tenía disforia de género y que necesitaba un tratamiento hormonal. Y tras escuchar al psiquiatra, este especialista se las recetó sin ningún tipo de problemas.


Así empezó a tomar testosterona por vía oral y más tarde mediante inyecciones. Los cambios físicos se iban dando en su exterior pero la felicidad prometida no llegaba. Es más, tenía cambio de humor, mucha irritabilidad y depresión. “Tenía una voz más grave, vello facial y muchos otros cambios pero yo no estaba contenta con ellos. No me sentía yo”, cuenta en el reportaje.

Las cosas iban de mal en peor. La insatisfacción iba creciendo hasta que ocho meses después tocó fondo e intentó suicidarse. Lo intentó hasta en dos ocasiones. Su abuelo la encontró en coma tras una sobredosis y gracias a eso pudo salvar la vida.


Viktor Rakich, el abuelo con el que vivía desde los 14 años tras el divorcio de sus padres, cuenta que “cuando ella pasó a esas pastillas, la vi ir cuesta abajo, pero nadie me creyó”. Tras los intentos de suicidio la obligó a ir a otro psiquiatra distinto al que le diagnosticó disforia de género.


El abuelo de Zahra confieas que nunca vio claro el programa de hormonas al que se sometió su nieta

Aquí se produjo la clave y el nuevo cambio de vida de Zahra. Tras un exhaustivo examen ella fue diagnosticada no de disforia sino de un principio de síndrome de Asperger, una variante del autismo.


Entonces pudo entender su gran timidez en su infancia y adolescencia. En ocasiones los Asperger tienen problema con su identidad de género debido a su pensamiento de blanco o negro y en el que buscan las razones por las que no encajan en un determinado lugar. Por ello, muchas de estas personas acaban siendo empujadas a la transexualidad al ser diagnosticadas con disforia aunque realmente no sea ese su problema. Precisamente, lo que le ocurrió a esta joven.

Tampoco nadie le había dicho que la gran mayoría de adolescentes que dicen no sentirse a gusto con su sexo acaban aceptándolo una vez pasada la pubertad.


Todo esto lo vio posteriormente en internet tras su visita al nuevo psiquiatra. También visionó de nuevo vídeos en Youtube de personas trans que habían dejado de serlo para volver a su sexo natural. Y decidió que tenía que seguir el camino de vuelta. Aunque las secuelas durarían por mucho tiempo. Además, tenía el problema añadido de haber empezado a salir con otro joven transexual. Pero su decisión de volver a ser chica era firme.

Lo más frustrante para ella es pensar  que de haberle detectado antes el síndrome de Asperger no habría pasado por todo este proceso que tanto sufrimiento le ha hecho pasar y hubiese recibido ayuda especializada desde el colegio. Y como consecuencia, “me hubiera entendido más a mí misma”.

Ahora ella es feliz y sonríe, algo que no hacía cuando tomaba testosterona. Pero a partir de ahora tendrá que vivir con algunas de las consecuencias que tiene el haber tomado esta hormona en grandes cantidades. Su voz grave es un ejemplo y su potencial esterilidad es otra. Pero ya no existen en ella tendencias suicidas porque está a gusto con su sexo. Es ella.


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