El pasado 27 de febrero un decreto del Papa Francisco reconocía las virtudes heroicas de Vittorio Trancanelli, un médico italiano que sufrió una dolorosa enfermedad sin dejar de mantenerse cercano a sus enfermos y volcado en la ayuda a los niños. 

Vittorio Trancanelli nació en la localidad de Spello, en la provincia italiana de Perugia, el 26 de abril de 1944, donde estaba su familia huyendo de la Guerra Mundial. Tras estudiar en Asís, se trasladó a la ciudad de Perugia, donde se licenció en medicina y cirugía. Se casó a los 21 años, y él y su mujer, Lia Sabatini, se instalaron en Perugia, donde ejerció su profesión en el Hospital Silvestrini.

En 1976 sufrió una grave colitis ulcerosa con peritonitis difusa que casi le mata. Esa enfermedad, y la necesaria operación para salvarlo, le dejaron secuelas para el resto de sus días. En concreto, los cirujanos debieron realizarle una ileostomía que llevaría eventualmente a su muerte, aunque solo su mujer y algunos amigos lo sabían.


Su compromiso con los enfermos y su cercanía a los que sufren hizo que sus compañeros lo llamaran “el santo del quirófano”. En 1976 nació Diego, su único hijo biológico.

En los años 80 profundizó en el estudio de la Biblia y colaboró con el Centro Ecuménico de San Martín, en Perugia. Posteriormente, fundó, junto con su mujer y algunos amigos, una asociación cuya finalidad era acoger a mujeres y niños en situación de exclusión social. Fue en esta época cuando adoptaron en casa a siete niños, algunos de ellos con discapacidad.


Tras una etapa de intenso trabajo profesional, sufrió una nueva enfermedad grave y falleció el 24 de junio de 1998.

En su lecho de muerte, rodeado por su mujer y sus hijos, se dirigió a ellos y les dijo: “Por esto vale la pena vivir, no por convertirse en alguien, hacer carrera o ganar dinero”.

En su funeral, al que asistió una multitud, el obispo de Perugia, Mons. Giuseppe Chiaretti, afirmó que “personalmente considero a Vittorio un laico santo”.