Los sacerdotes también pueden ser víctimas de adicciones como el alcohol. El cardenal Tobin reconocía hace no demasiado que había sido alcohólico y recientemente el sacerdote Edward Looney, que fue ordenado en 2015 sacerdote en la diócesis de Green Bay (Wisconsin), relataba con total sinceridad y franqueza a Catholic Exchange cómo gracias a la Virgen consiguió salir de este problema. Cari Fili News traduce el testimonio del padre Looney, miembro de la Sociedad Mariológica de América y autor de numerosos libros marianos:

La primera noche tras llegar a mi nuevo destino, el párroco y yo salimos a un bar del lugar, un pub irlandés. Me gustaba el ambiente del lugar y estaba a un kilómetro de casa. Supuse que me convertiría en un cliente habitual. Y supuse bien.

Era un buen lugar para comer unos fritos de pescado los viernes o un asado los sábados. Iba hasta allí andando y así hacía algo de ejercicio. En mis visitas, conocí su Club de Defensores de la Cerveza: si te bebías allí 50 cervezas, grababan tu nombre en una placa y la ponían en la pared. Acepté el desafío y lo cumplí en año y medio. En promedio, eso supuso una cerveza cada una o dos semanas.

Luego sufrí la pérdida de un ser querido, y lo sufrí mucho. Pasé por una sucesión de emociones: rabia y tristeza. Me sentía solo y abandonado. Para poder procesarlo todo, resultaba sencillo parar en mi pub irlandés favorito y tomar uno o dos tragos.


Lo justificaba de muchas maneras. Ya no tengo televisión, así que iba al bar a ver los partidos de béisbol y fútbol y los resultados electorales. Era mi excusa. El bar está convenientemente situado justo en la salida para llegar a casa, y tenía que pasar por delante. Me paraba a menudo para beber algo: “Sólo quiero una cerveza, y en casa no tengo ninguna en el frigorífico”. Mis visitas, cada vez más frecuentes, me convirtieron en cliente habitual, y ya me conocían por mi nombre. Empecé a considerarlo como un ministerio. Sabían que yo era sacerdote. Y teníamos conversaciones serias. Pero se convirtió en otra excusa que me permitía sobrellevar mis emociones de forma poco saludable.

Desencantado con la dirección que estaba tomando todo en mi vida, me volví hacia la Santísima Virgen María, la mujer de quien había sido devoto durante años y sobre la que había estudiado y escrito por mi oficio. Sabía que faltaba poco más de un mes para el 1 de enero, y decidí renovar mi consagración mariana.

Al embarcarme en la tarea, pensé que debía dejar de beber esos 33 días como sacrificio. No sabía que en el tercer día de la consagración, se me animaría a dejar algo mientras continuaba mi preparación. Lo tomé como una confirmación por parte de Dios. En los días iniciales de la preparación, muchas consideraciones sobre el espíritu del mundo se referían al alcoholismo. Ante esas consideraciones, me resolví a renunciar al alcohol todo el tiempo que durase la renovación de mi consagración.

Esto es lo que aprendí durante mis inspirados 33 días sin alcohol:


¿Cuándo va la gente al bar a beber? Normalmente por la tarde-noche. Aunque uno podría querer ir sólo para un momento, normalmente se convierte en un compromiso por un tiempo mayor. Si yo iba a las ocho para ver el partido del domingo por la noche o del lunes por la noche, no llegaba a casa hasta las diez o las diez y media. Con lo que la noche quedaba prácticamente arruinada. Aunque un par de tragos no emborrachan a nadie, sí disminuyen algunas capacidades mentales, así que ni leía ni escribía. No ir al bar liberó mis noches para cosas más productivas. Iba a esquiar, leía y veía películas edificantes, como Cuento de Navidad o Las campanas de Santa María.


Al retirarme a dormir después de unas copas, hacía deprisa mis oraciones, ya fuese Completas o cualquier otro tipo de oración. Como ahora estaba en casa, rezaba con mayor devoción y desde el corazón antes de acostarme, más que limitarme a cumplir una obligación y hablar de boquilla con Dios. Hice más lectura espiritual, especialmente en torno al Adviento. Todo esto me permite decir que hice el mejor Adviento de mi vida. Y además, como ya estaba en casa y no fuera, después de rezar me iba a la cama más temprano, dormía más cada noche y eso me permitía levantarme antes y rezar más antes de comenzar el día.


Durante mis 33 días, me obligué a mí mismo a no beber. En las fiestas de Navidad me abstuve de toda bebida alcohólica y me limité al agua o la soda. Volví a mi pub irlandés favorito a cenar con amigos, y como no tengo televisión, a ver el partido de los Green Bay Packers el domingo por la tarde. Siempre pedía agua o un Sprite. No era difícil, y me demostró que realmente podía negarme a mí mismo.


Por primera vez, iba a fiestas y no bebía. Eso me permitió vivir las cosas de modo distinto, pero también observar a otros después de unas cuantas copas. Antes nunca había podido verlo así, porque normalmente yo estaba con una copa o una cerveza en la mano. Esto me ayudó a darme cuenta de que beber te convierte en una persona diferente. Me convencí de que incluso con una sola copa te comportas de forma distinta. Ver las acciones y comportamientos de los demás después de beber me inspiró para mantenerme firme en mi resolución.


Piensa en ir a un lugar a tomar una cerveza y lo que cuesta. Cuatro dólares una pinta (como mínimo), y tal vez caen dos: ya son 8 dólares, más la propina. Y no puedes ir a un bar y no pedir algo de comer, aunque sea un aperitivo. Así que la factura puede llegar a oscilar entre 15 y 20 dólares. Haz eso tres o cuatro veces por semana, y es una cantidad significativa de dinero. Me di cuenta de que en mi cuenta corriente había un poco de dinero extra ese mes, lo que me permitió ser más generoso y ayudar a personas necesitadas durante las vacaciones. No solo ahorré dinero no bebiendo, sino que también me di cuenta de que comía menos fuera. Yo salía a comer y bebía algo para acompañar la comida. Si quitaba la cerveza, prefería quedarme en casa para cenar. Ahorrar dinero de comidas o bebidas innecesarias me permitió ayudar a personas necesitadas.


En el día 21º de mi abstinencia de 33 días, comprendí que ya no quería el alcohol. Los primeros días, especialmente después de una larga noche en la oficina, todo lo que quería hacer era beber. Me convencí a mí mismo de que no valía la pena, y perseveré. Al menos por ahora, la simple idea de beber no me atrae. No lo quiero. Soy feliz con las cosas tal como son ahora.

En la observancia de anteriores Cuaresmas intentaba dejar el alcohol, pero siempre cedía ante el argumento de que “el domingo no es realmente un día de Cuaresma” y satisfacía mi sed de cerveza. Normalmente, a la tercera o cuarta semana abandonaba mi ayuno de alcohol a favor de una penitencia más fácil. Nunca creí que pudiese hacerlo durante 33 días. Pero lo hice. Tal vez fue porque tenía la ayuda de María, que me inspiró en mi ayuno, o porque comprendí que necesitaba absolutamente ese giro en mi vida. No dejé de beber porque pensase que era un problema. Pero creo que si no hubiese hecho ese alto de 33 días, se habría convertido rápidamente en un problema en 2017.

Ahora, al ver que ha disminuido mi deseo de alcohol, mi ayuno de alcohol continuará porque lo que he encontrado lejos de la botella es paz, felicidad y alegría. Y tengo que agradecerle a Nuestra Señora que, como madre, cuidó de su hijo y me inspiró a vivir de forma mejor, más saludable y más santa.

Gracias, mamá.