Enrique Cabrera es de esos sacerdotes que encontraron su vocación tras experimentar una fuerte conversión. De hecho, este madrileño venía de una familia comunista y no creyente en la que el nombre de Jesús nunca se pronunciaba en casa. El pasado 5 de noviembre este cura bromista y jovial ofreció su testimonio durante la Vigilia Asalto al Cielo que organiza el padre Álvaro Cárdenas en su parroquia de Colmenar de Arroyo (Madrid).

Tal y como relataba en su testimonio, el padre Cabrera ha estado marcado por el fuerte compromiso político de su familia con el comunismo. De hecho, en su casa esta ideología estaba insertada hasta en el tuétano de sus miembros. Vale como ejemplo su padre fue detenido en 1942 y condenado a muerte por el régimen franquista aunque finalmente consiguió que le conmutaran la pena por la cadena perpetua para incluso luego poder quedar en libertad.


“Cuando tenía pocos años recuerdo estar en el locutorio de la cárcel de Segovia visitando a un primo mío detenido por asuntos políticos. Este era el ambiente en el que encontraba”, contaba el sacerdote.

Aunque afirmaba que sus padres no le ideologizaron, la realidad es que el ambiente le engulló. “En mi infancia fui acostumbrado a ir de manifa en manifa, de mitin en mitin y de fiesta del partido en fiesta del partido”, afirmaba. Y cuando creció un poco más su padre fue nombrado un cargo del partido y recuerda que su casa se convirtió en una especie de segunda sede del Partido Comunista.


Enrique acudía de niño a los mítines como este del Partido Comunista de España

Y este ambiente acabó marcando su personalidad. En el instituto, “había Ética o Religión e iba a Ética y me reía de los cuatro gatos que iban a Religión”.


Además, con la adolescencia llegaron las amistades y la creación de su pandilla que se caracterizaba por ir en “plan macarras”. Tanto es así que todos los días la Policía les cacheaba. “Era comunista, ateo furibundo, heavy metal, vestía en plan heavy e iba a discotecas heavy”, contaba.

Pero además su gran referente intelectual era Nietzsche y su “biblia” era la obra del alemán, Así habló Zaratustra. “Mi ideal era el superhombre, el ser arrogante que desprecia a los débiles”.

Todo ello conformaba en él un sentimiento de resentimiento por el que consideraba que “Jesucristo era una leyenda urbana inventada por el poder, la religión era el opio del pueblo y la Iglesia era la culpable de todos los males de la humanidad”.


Y mientras tanto su vida se desmoronaba. Con sus amigos bebía y bebía. Decía en su testimonio el padre Cabrera: “Empezamos a bajar peldaños en nuestra dignidad, ya me había dedicado a saquear tiendas en octavo, de ahí pasé a reventar cabinas telefónicas, el siguiente paso fue atracar a la gente en la calle”. Sin embargo, se sentía muy mal robando a la gente y pronto lo dejó.

También las drogas eran parte del día a día. Fumaba porros con sus amigos y aunque tantearon drogas más duras finalmente se quedaron en las puertas. Eso sí, el abuso con el alcohol le hizo perder el conocimiento en varias ocasiones y por ello decidió dejarlo. Aun no había cumplido los 20 años.


Su pandilla se desmoronaba. Dos de sus amigos eran ya alcohólicos y las peleas entre todos eran constantes por lo que acabó refugiándose en el deporte, lo que a la postre fue su salvación en aquel momento. Lo que no cambiaba era su odio a la Iglesia. “Me acuerdo de cruzarme con sacerdotes por la calle e insultarles en la cara y también de abroncar a mi padre por haberme hecho bautizar”, contaba el padre Enrique Cabrera a los presentes.



Entonces cambió estas amistades por otra aun peor. Este nuevo amigo era, según el sacerdote, “la persona más depravada” que ha conocido nunca y con él salía de fiesta día sí y día también. Y pese a creerse feliz porque se pasaba el día riendo en realidad, “sentía un vacío tremendo, me preguntaba para qué vivir, para qué levantarme, la vida se me hacía insoportable”.


Fue en ese gran momento de oscuridad cuando un instrumento de Dios apareció en su vida para darle un giro de 180 grados. Era amigo suyo pero no de su pandilla y llevaba sin verle año y medio. Le recordaba como un pagano, al igual que él. Pero algo había cambiado

Un día Enrique acudió a su casa y la escena la relataba así en su testimonio: “Me encontré a Juan Carlos y le vi leyendo un Catecismo, yo no daba crédito y con desprecio le dije que qué hacía con eso. Levantó los ojos y me dijo que se había hecho cristiano. Fue como una bomba atómica para mí”.

Sin embargo, habló con él y comenzaron a quedar. A Enrique le atraía esa vida que llevaba ahora su amigo, su felicidad. Y el Señor se valió de él para que se convirtiese.


Dios, relataba este sacedote, se valió de tres elementos para su conversión. En primer lugar, el testimonio de un cristiano, en este caso su amigo que le hacía presente la Iglesia: “Él estaba lleno del Señor y me fue desmontando todo y presentando a Jesucristo de manera atractiva”.

El segundo elemento fue un libro sobre la Sabana Santa de Turín. Esto le marcó pues desmontó los prejuicios que el comunismo había marcado en él desde pequeño contra el cristianismo. “Era algo científico que confirmaba que Jesús no era un mito sino una persona de verdad”.


Y el tercer punto fue el descubrimiento del Evangelio. “Fui a él aun sin tener ni idea y comencé con Mateo 1 y recuerdo que el momento clave fue el de las Bienaventuranzas, entonces me derrumbé porque sentía a Jesucristo a mi lado abrazándome”.

Sobre este punto, el padre Cabrera incidía en que “sentía que realmente había alguien a mi lado, que no estaba solo. Sentía de manera indudable que había junto a mí una presencia buena. Fue lo que me desarmó así que me puse de rodillas, pedí perdón y me alegré como nunca lo había hecho”.


Hasta ese momento, afirmaba el ahora sacerdote, “mi vida era un puzle, y en ese caos que era mi vida todo empezó a encajar. Empecé a poder releer mi vida entera y fue un descubrimiento. Al Señor le pedí que pusiera en el lugar en el que mejor sirviera a su plan de salvación”.


Enrique Cabrera es ahora párroco en Collado Villalba

Y vaya si lo hizo. Aunque el proceso fue lento. Enrique se incorporó a la parroquia de su barrio y se apuntó a catequesis de confirmación. Y de ahí pasó a la gran confesión. Estuvo tres meses preparándose para confesar hasta que por fin dio el paso.


“Me confirmé, empecé a dar catequesis de primera comunión en la parroquia pero empecé a sentirme muy roñoso con el Señor, él me daba mucho y yo le daba poco así que me metí en la Adoración Nocturna y en otros grupos”, aseguraba el sacerdote. Pero seguía insatisfecho hasta que finalmente entendió que “Dios no quería más tiempo de mi vida sino mi vida”
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Pero dar el paso al sacerdocio le costó mucho. Tenía ya una vida hecha, un trabajo que le gustaba. “Yo le dije a Dios que me pidiera cualquier cosa menos eso, yo no quería entregar mi vida del todo y el Señor insistió”. Dios finalmente venció y para Enrique ha sido la derrota más dulce pues ahora es feliz, verdaderamente feliz. Se ordenó en 1998 y ahora es él el que intenta llevar a Dios a aquel que no le conoce.