Mario Lusek es el capellán de la selección olímpica italiana, un cargo que existe desde los juegos de Seúl 1988 y que él ha ejercido encantado en Pekín 2008, Londres 2012 y ahora en Rio. También ha acudido a otros encuentros internacionales, como los mundiales de atletismo y las citas de invierno (Vancouver, Sochi, Pescara, Mersin, Bakú).

Celebra la misa cada domingo para los atletas italianos, con sus entrenadores y técnicos, y alguna misa u oración más que le puedan pedir atletas de otros países sin capellán.


Lusek celebra la Misa en Río de Janeiro para los deportistas italianos concentrados en la Villa Olímpica

En el día a día acompaña a los deportistas, les escucha, les confiesa y les apoya. "La potencialidad de un atleta va determinada también por su vida interior", asegura el padre Lusek, que lo ha visto ya en dos olimpiadas.

Además, la Iglesia en Italia le tiene encomendada una oficina nacional sobre pastoral de tiempo libre, deporte y turismo.

"No soy un coach del alma, sino tan solo una presencia discreta que expresa la cercanía de la Iglesia. Me considero una presencia amiga, obviamente en nombre de una fe y de una pertenencia que no excluye sino que se hace próxima", explica en la prensa italiana. Insiste una y otra vez en la importancia de ser discreto, porque todos los sacerdotes deben serlo al operar con los pecados y debilidades de los hombres, y más cuando trabajan con personalidades que interesan al público y la prensa como son los deportistas. 

Mario Lusek descubrió en los Boy Scouts la eficacia del deporte como "herramienta educativa y metáfora de la vida". Aprecia especialmente el valor de los deportes minoritarios. 

"Me emociono en aquellas competiciones en las que se puede observar la dedicación, el coraje y el esfuerzo de los deportistas", dice Lusek. Es, por ejemplo, un entusiasta de la gimnasia, por "su armonía, perfección, potencia y concentración".



Lusek insiste en que es "uno más a disposición de los que quieran hablar". "Mi trabajo es ese, comprender, buscar información y soluciones para aquellos que se acercan a mí para hablar de cualquier tema, también afectivo, romántico o sexual", dice el clérigo. Sabe que muchos deportistas, personas jóvenes y apasionadas, pueden sentirse solos y muy presionados. Él siempre está para hablar y escuchar. Quiere que ellos sepan "que Jesús no está lejos". 

"Durante estos años he conocido deportistas con mucha motivación religiosa. Juntos hemos creados relaciones profundas", asegura sin dar nombres. En cada Olimpiada ve con frecuencia deportistas con su Biblia, o un misal o libro de oraciones o algún rosario.

Si le preguntan por el dopaje, que tergiversa toda la competición, dice: "Me he preguntado muchas veces si sería posible que el deporte fuera totalmente limpio, pero creo que para ello harían falta entrenadores y médicos honrados. Quien se dopa se engaña a sí mismo y miente al deporte".

Como sacerdote opina que "se debe abrir una vía del perdón, todo el mundo debería tener una segunda oportunidad. Bastante humillación sufren al ser señalados por los medios". Y le encanta el trabajo de Francisco, igual que sus predecesores, como promotor del deporte amateur y como escuela de valores y compañerismo.

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