Armin Theophil Wegner ha pasado a la historia por ser el fotógrafo y el testigo del genocidio cometido por los turcos contra el pueblo armenio, en el que murieron más de un millón y medio de hombres, mujeres y niños. En algunos aspectos fue una persona adelantada a su tiempo: en su tesis doctoral, por ejemplo, nada menos que en 1914, defendía el derecho de huelga. Durante la I Guerra Mundial fue enfermero voluntario, condecorado con la Cruz de Hierro, y gran parte de su servicio lo realizó en Turquía, aliado de Alemania en la contienda. A su vuelta, además de pacifista y de denunciar la masacre de armenios, tiene entre sus haberes haber sido uno de los primeros alemanes que se enfrentó con Hitler por su persecución a los judíos. Después de pasar tiempo en campos de concentración, tuvo que exiliarse a Italia, en donde murió en 1978. Los armenios, en 1968, a instancias del Catholicòs, le condecoraron con Orden de San Gregorio el Iluminador, y un año antes, los judíos, con el título de “Justo entre las naciones”.
 
La vida de Armin fue una vida dedicada a los demás. Muestra de ello fue su alistamiento como enfermero voluntario durante la I Guerra Mundial. Su destino, Polonia durante el invierno de 19141915, en donde fue condecorado con la Cruz de Hierro por asistir a los heridos bajo el fuego. Poco después, en abril de 1915, con motivo de la alianza militar entre Alemania y Turquía, fue enviado a Oriente Medio como miembro del cuerpo sanitario alemán con grado de Segundo Lugarteniente en el 6to batallón del ejército Otomano, liderado por el Mariscal Von Der Goltz. Allí pudo moverse a lo largo de la vía ferroviaria hacia Bagdad, entre Siria y Mesopotamia. Ese verano de 1915 le llegaron las primeras noticias de los asesinatos que estaban cometiendo los aliados turcos contra la población armenia.


 

Sin embargo, esta investigación estaba totalmente prohibida tanto por las autoridades turcas como por las alemanas, y más para una persona de su rango. Pero él no se amedrentó, las deportaciones, mutilaciones y violaciones que presenció en las estepas de la Anatolia contra la población Armenia lo afectaron profundamente. No eran algo nuevo e inesperado para él. Su padre, Gustav Wegner, de fuerte tradición prusiana, años atrás le había relatado otras persecuciones que habían sufrido los armenios, como las de 1895 a causa del despotismo del Sultán Abdul Hamid II, quien fue depuesto por los “Jóvenes Turcos”, los responsables del genocidio que él estaba presenciando.
 
Con gran riesgo de su vida, se dedicó a recopilar información: desde anotaciones y documentos, hasta evidencias visuales sobre el genocidio y los campos de deportación armenios, principalmente en el desierto sirio. Toda la información que fue descubriendo, así como las fotos que hizo, la reenvió parte a Alemania y parte a Estados Unidos a través de rutas clandestinas en las que intervinieron consulados y embajadas de otros países extranjeros.


 

Con gran parte del trabajo hecho, sus rutas de correo clandestinas fueron descubiertas y Wegner detenido por los alemanes, a petición de las autoridades turcas. Fue destinado a Bagdad en las salas de los enfermos de cólera. Allí cayó gravemente enfermo, y en diciembre de 1916 volvió a Alemania trayendo consigo escondidos en su cinturón numerosas placas fotográficas con más imágenes del genocidio armenio del que había sido testigo.
 

Su paso por el Imperio Otomano no le dejó insensible ante la barbarie humana. A su vuelta a Alemania, entre 1918 y 1921, se convirtió en un miembro activo de los movimientos pacifistas y antimilitaristas mediante su dedicación literaria y poética. Llegó incluso a escribir en 1919 una "Carta abierta al Presidente Wilson" de los Estados Unidos pidiendo la creación de un estado armenio independiente, para poder dar un hogar a esta población que ya llevaba siglos siendo perseguida.


 

Pero su voz de protesta no finalizó con los armenios. Wegner fue también una de las primeras voces en protestar por el tratamiento que Hitler empezaba a dispensar a los judíos en Alemania. Llegó incluso a enviar una carta a Führer en 1933 en la que, entre otras cosas, se preguntaba: “¿Sobre quién caerá un día el mismo golpe que ahora se quiere asestar a los judíos, si no sobre nosotros mismos? Después que los judíos se han integrado perfectamente, contribuyendo a acrecentar la riqueza de Alemania, si se quiere eliminar su presencia conducirá necesariamente a la destrucción de los valores alemanes y de nuestro carácter moral”.
 
Y más adelante: “Con la tenacidad que ha permitido a este pueblo volverse antiguo, los judíos lograrán superar este periodo, pero la vergüenza que encontrará a Alemania a causa de eso no será olvidada por mucho tiempo”.
 
La respuesta no tardó en llegar. Wegner fue arrestado por la Gestapo, internado en varios campos de concentración nazis y torturado. Pudo ser liberado, pero optó por exiliarse a Roma donde vivió hasta su muerte en 1978.
 
Cosas del destino, en 1939, Hitler, con el genocidio judío en la cabeza, preguntaba: “¿Quién se acuerda hoy de la masacre de los armenios?


 
En uno de sus poemas, “Der alte Mann” (El anciano), se puede leer este verso: “Mi conciencia me obliga a contarlo todo. Soy la voz del deportado en el desierto”. Su tumba tampoco deja indiferente a nadie. Sobre su lápida puede leerse unas palabras atribuidas al Papa Gregorio VII: “Amavi iustitiam odi iniquitatem. Propterea morior in exsilio” (He amado la justicia y odiado la iniquidad. Por eso muero en el exilio).
 
La historia del siglo XX no se habría podido contar sin la aportación de Armin Theophil Wegner. El hombre que fotografío el primer genocidio de este siglo.