La Iglesia ha dado numerosos mártires en Oriente Medio. En el inicio de la Iglesia y también en los últimos siglos. Es el caso de Joseph, un musulmán libanés que conoció el amor de Dios y que decidió convertirse al cristianismo aún sabiendo los graves problemas que le acarrearía esta decisión. Lo hizo, encontró la felicidad plena y también la gracia del martirio pues fue asesinado por su propia familia por no renegar de Jesucristo. Las gracias de su sangre fueron abundantes. Así lo cuentan los viejos del lugar. La versión árabe de Aleteia cuenta la historia de Hassan Hussein Ibrahim Hamdar, muerto con el nombre de Joseph:

Hassan Hussein Ibrahim Hamdar es de Mrah Sghir, subordinada al pueblo de Bechtelida, en el distrito de Keserwan, en el Líbano.

Su padre era imán en su lugar de residencia, al igual que su tío Mohammad lo era en una región diferente. Su primo Hassan Hamdar era juez de doctrina chií.

Mohammad Bin Hassan reconcilió al pueblo de Bechtelida y sus subordinados. Esta población se unió a través del matrimonio con la dinastía husainí, que incluía a nobleza de la dinastía del imam Alí y de Fátima, hija del profeta Mohammad. Se caracterizan por llevar un turbante azul.

Hassan emigró a Beirut, Sidón y Trípoli, y luego regresó a Amchit y vivió entre cristianos. Le fue concedido el don de la conversión y del martirio.

A pesar de sufrir todo tipo de opresiones y vicisitudes en la vida, nunca ofendió ni robó el dinero de nadie. Nunca blasfemó contra nadie… Era puro.


Siempre iba a la iglesia para asistir a las celebraciones religiosas y escuchar los sermones y las enseñanzas cristianas. Sentía admiración por los cristianos y su buen comportamiento.

Y así, la gracia de Dios tocó su corazón y le ayudó a expresar su deseo de convertirse al cristianismo. Comenzó a aprender las verdades cristianas y las oraciones básicas.

Pasó parte del verano de 1918 entre los miembros de su familia y contó a su mujer su deseo de convertirse. Ella le respondió: “¡Pobre de ti! Si tus parientes se enteran de esto, sin duda te matarán de inmediato”. A lo que él replicó: “No temo esa muerte”.

Volvió a Amchit a principios de septiembre de 1918. Luego aconteció un incidente importante. El ganado entró en el monasterio de los hermanos marianitas y dejaron caer la estatua de la Santa Virgen. Por entonces, nadie osaba tocar nada en aquel lugar, puesto que estaba bajo dominación turca. Sin ningún miedo, Hassan cargó con la estatua hasta la iglesia y rezó una novena.

Todo esto sucedió el 10 de septiembre de 1918. La reina de los mártires recompensó a su piadoso sirviente ofreciéndole el don del martirio, justo un año más tarde, el 10 de septiembre de 1919…


A comienzos de febrero de 1919, en la víspera de la festividad de Nuestra Señora, pidió a un sacerdote que le bautizara lo antes posible.

Desde entonces, su conversión causó alboroto entre los chiíes, que amenazaban con matarle. Así que se llevaron a su esposa e hijo y llamaron a su hermano Mohammad para que viniera desde Baalbek; lo matarían en caso de que recibiera el bautismo.

También habían amenazado con matar a cualquiera que contribuyera a su conversión. Pero Hassan no tenía miedo de sus amenazas.

Cuando quiso comprar una túnica para Pascua, pidió que pintaran una gran cruz en el pecho. Luego, fue al pueblo vestido con ella, para que todos pudieran ver que pronto se convertiría al cristianismo.

Finalmente, en julio de 1919, acudió al patriarca maronita, que le mandó al superior de la orden maronita libanesa, en el monasterio de Al-Maunat.

El 18 de julio, muchas personas, tanto clérigos como seglares, acudieron desde Amchit y del barrio de su pueblo para acompañarle en su bautismo. Recibió el sacramento con reverencia y adoptó el nombre de Joseph, por petición propia…


El 19 de julio recibió la Sagrada Comunión después de su bautismo y sirvió a Dios yendo semanalmente a confesarse y recibiendo la Sagrada Comunión diariamente, hasta su muerte en martirio.

Día tras día, fue creciendo en virtud y cada vez pasaba más tiempo durante la noche frente a la Sagrada Eucaristía, rezando con fervor. Mientras tanto, no paraba de escuchar las amenazas continuas.

El lunes 8 de septiembre de 1919, se confesó y recibió la comunión. Al día siguiente, tras hacer lo mismo, el párroco Yousif Sibrine vino y le acompañó a su pueblo. De camino, pasaron la mayor parte del tiempo rezando el rosario.

Cuando llegaron, entrada la tarde, Joseph, tras un breve descanso, fue solo a visitar la iglesia y allí permaneció hasta bien pasado el ocaso. El párroco fue a buscarle y le encontró en oración, arrodillado frente a la puerta de la iglesia.


El 10 de septiembre, asistió a misa y recibió la Eucaristía por última vez.

Entre tanto, sus parientes supieron de su llegada, pero su hermano estaba ausente. Dos de sus primos hermanos llegaron armados y aguardaron a su regreso.

A mediodía, el párroco y Joseph tomaron dirección a Amchit y, en el camino, mujeres chiíes les imprecaron y amenazaron. A su llegada a Zardaq, sus dos primos aparecieron y le pidieron que retornara a la religión de sus ancestros.

También le recordaron que su padre era un sheikh y que, como líder religioso, le daría una gran suma de dinero, le compraría dos vacas, le mandaría a Baalbek y le devolvería a su joven mujer y a su único hijo.

Pero le advirtieron de que se enfrentaría a la muerte en caso de negarse.

Joseph no aceptó su oferta, así que dispararon cerca de él como intimidación, dos veces. Sin embargo, como insistía en su lealtad a la fe cristiana, le mataron de un disparo en el pecho.


Durante la investigación de Aleteia en relación a esta historia, un anciano sacerdote aseguró que sucedieron muchos milagros tras la muerte de Joseph, en especial a una de las familias que conservó su túnica.

Su cuerpo fue enterrado en el lugar de su muerte, pero fue transferido la mañana del día siguiente a otro lugar para esconderlo. Hoy día, la Iglesia desconoce su paradero.

Por último, el sacerdote afirmó a Aleteia que hubo un intento de mandar su caso a Roma, en vista de los milagros acontecidos, pero el archivo fue cerrado. Todo lo que queda por hacer es rezar y esperar una señal de Dios.