10 consejos prácticos y realistas para enfrentar la muerte y el duelo de forma cristianas 30 años Alfonso del Corral fue campeón de Liga y de la Copa del Rey de baloncesto jugando en el Real Madrid, en 1984-85 y también al año siguiente. Wikipedia explica que "destacaba por su tranquilidad y por su capacidad de concentración. Sus armas sobre la cancha eran una tremenda fuerza física, una explosiva salida al contraataque y una gran agresividad en defensa".

Cuando dejó de ser jugador, desarrolló una carrera profesional como responsable de los servicios médicos del Real Madrid de 1994-2007. Actualmente es director de la Unidad de Traumatología, Ortopedia y Medicina Deportiva en el Hospital Ruber Internacional de Madrid. Cuenta su experiencia de fe en el programa de testimonios “Cambio de Agujas” de HM Television.


Aunque creció en una familia numerosa católica, explica que su fe era “de tradición, no vivida”. Como deportista de élite e hijo de militar, su vida era disciplinada y sus valores exigentes, pero “sólo rezaba cuando había algún problema”. El deporte le ayudaba a desahogarse cuando algún sufrimiento emocional le tocaba en su juventud.

“El deporte es un arma estupenda, te da fuerza, te da seguridad. Me enamoré apasionadamente del baloncesto, lo vivía como una religión”, recuerda.


Alfonso del Corral le hace la vida imposible a Drazen Petrovic

He sido jugador del Real Madrid y he estado ahí cuatro temporadas. He estado con jugadores que tenían más cualidades, más talento, así que yo lo compensaba con más esfuerzo, más entrenamiento, más voluntad de victoria. Esa fue mi historia”.

El éxito no le cegó porque le llegó ya bastante maduro y poco a poco. “También mi padre siempre me avisaba de la vida, de los golpes que puede dar la vida y eso me hacía ser cauto y prudente”.


En lo familiar y lo profesional las cosas iban bien. “Me casé muy joven con la mujer de mi vida, porque yo la conocí con 20 o 21 años. Ella tenía 17.Y con ella formé una familia, en la que hemos tenido cinco hijos. Álvaro era el tercero”.

Álvaro era un niño especial. “El niño tenía ángel, era muy cariñoso. Era muy fuerte, iba a ser muy grande y muy fuerte. Y siempre muy vitalista. Un día se metía en medio de nuestra cama de matrimonio y nos abrazaba. Decía: “¿No os dais cuenta que yo he venido a uniros?”. Y es verdad. Es verdad. Porque mi matrimonio, a lo mejor, se hubiera perdido, si no hubiese sido por este sacrificio enorme. O sea, que el niño tuvo una misión aquí. Y fue la de cambiarnos a todos, transformarnos, unirnos y caminar hacia el encuentro de Dios”.

Álvaro murió a los 6 años.

“Para los padres es un dolor insoportable.
No se superan estas cosas. Dicen: “¿Lo has superado?”. “No”. Se acepta, pues, por dos motivos: Uno es por un motivo humano. Y es que el amor de los demás o el amor a los demás te permite seguir caminando. Y otro, por un motivo divino, que es la presencia, la cercanía y el acompañamiento del Señor en tu vida”.


Alfonso del Corral, como médico del Real Madrid, 
con David Beckham



Fue un impacto tremendo. Era su primer año al frente de los servicios médicos del Real Madrid, le acaban de dar el “cum laude” por su tesis doctoral, sus padres estaban encantados, el Real Madrid ganaba por 3-0 en un importante partido… y en ese momento le avisan de que el niño está en el hospital, muy mal. Tras seis horas de esfuerzos médicos, Álvaro murió.

El médico Del Corral describe con exactitud su dolor, físico, que no deja respirar y oprime el corazón.


Después de 3 días con ese dolor, “mi mujer y yo tuvimos una pequeña discusión. Y entonces, en medio de la irritación, pues no sé, me senté en un cuarto, había una Biblia y la abrí. Entonces, me parece que era San Mateo, era el evangelio en el que el Señor dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Cuando leí esa frase, paré de leer. Me quedé un poco pensativo, pero seguía con el mismo dolor, con la misma agonía, con el mismo sufrimiento y salí a caminar”.

“Entré en una iglesia de Madrid, en la calle Alcalá, que hace esquina con Gran Vía. No me acuerdo bien cual era. Estaba muy oscura. Prácticamente no sé lo que había, sí que había una lucecita del sagrario, del Santísimo y en toda la iglesia no había nada, solo se veía la luz, degeneraba un poco, y se veía una frase. ¡Otra vez la misma frase!: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Bueno, también seguía sintiendo el mismo dolor, el mismo sufrimiento, la misma agonía… ¡Pero qué cosa más rara! Y me acosté. Por supuesto, no dormía”.

“Dormía muy poco. Y me parece que era al alba, era junio pues sería a las cuatro, a las cinco de la mañana, serían las cinco, cinco y media, no podía dormir, paseaba y entonces entré en el cuarto del niño, y, mirando sus cosas, me quedé mirando una serie de cosas y, de pronto, al coger una cosa, se me cayó un cuaderno del niño. Era un cuaderno de escritura del niño. Y en el cuaderno de escritura, iba poniendo: la rosa, la manzana. Y, cuando abro la última hoja, la última cosa que escribió el niño es: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Y, con la escritura del niño, que la primera era muy buena y la última ya era una escritura que iba bajando, en ese momento, yo sentí una experiencia de Dios”.

“Sentí una presencia del que yo llamo “El Resucitado”. El dolor no es que desapareciera, es que, o cambió, o yo sentí la presencia de “Alguien”, que compartía conmigo ese dolor. Que, a partir de ese momento, yo sabía que había Algo y ese Algo lo iba a encontrar”.


“Entonces yo empecé a leer muchísimo. No sabía quién era. La palabra, la expresión es de Jesucristo. Pero esa experiencia que, mucha gente dice que son delirios, alucinaciones, el síndrome del duelo, yo sé que es real. Dieciocho años después, yo aseguro que es verdad. Me pueden partir las piernas, pero eso era real. No es una frase, es algo que yo experimenté. Pero, es que, después de dieciocho años yo sé que el Señor vive. Leí muchísimo. Y me leí todo tipo de religiones, todo tipo de pensadores. Pero, cuando leía las palabras del Señor, cuando leía las epístolas, los Hechos de los Apóstoles, yo sentía fuego en mi interior, como dicen los discípulos de Emaús. Sentía un fuego. Otras cosas eran muy bonitas, pero no tenían ese fuego”.

“Son años en los que yo no dormía, seis o siete años en que leía y devoraba todo, leía todo lo que caía en mis manos. Me acostaba tarde, leyendo, y me levantaba temprano para leer. Dormía tres horas al día. Y entonces, empecé a esperar un poco, a experimentar y a gozar con todos esos sagrados misterios”.





Médico y padre herido por la muerte de un hijo, llegó a algunas conclusiones sobre el sufrimiento.

“El sufrimiento es horroroso. Pero el sufrimiento, la enfermedad, el dolor y la muerte son la cara de una realidad efímera. El sufrimiento, curiosamente, no deja indiferente a todo el mundo. A algunas personas, el sufrimiento los destruye; a otras muchas, que no son creyentes, los cambia, los hace mejores seres humanos, les quita una parte de esa soberbia, esa prepotencia, porque el sufrimiento te abaja, te hace más cercano. El sufrimiento te abre los ojos, porque vivimos borrachos. Y, mucho más, el hombre occidental vive inmerso en esta situación”.

“Para el cristiano, para el creyente de verdad, el sufrimiento, evidentemente, te conecta. Sobre todo, si tú experimentas que no estás solo en ese sufrimiento, esa es la gran diferencia. Nadie te va a quitar el sufrimiento, el sufrimiento está ahí. La diferencia es que el Señor murió en la Cruz precisamente para darnos ese sentido. Nadie entiende la cruz. Pero, ¿por qué tiene que morir en la cruz? ¿Por qué Dios ha permitido morir en esa cruz? Porque es fundamental, es el centro de nuestra historia, como dice San Pablo. Hay que aceptar esa cruz. No es fácil porque todos queremos la buena vida, es decir, vivir bien, no tener enfermedades, no sufrir. Y el Señor te ayuda a llevar esa cruz. Por eso, murió Él en esa cruz. Este es el punto de encuentro entre Dios y el hombre”.


A Alfonso del Corral le inspiran las personas con vocación a compartir y aliviar el sufrimiento, como el Padre Alegre y sus Cottolengo (www.cottolengopalegre.org). Le inspira también la confianza de estas instituciones en la Providencia: “ellas no pueden pedir. Y eso comporta que hay noches que no hay nada que comer”.

También le emocionan muchos enfermos del Cottolengo que anuncian que rezarán por él. “Cuando vuelvo, claro, luego en el coche, lloro a moco y baba. Aquello es Evangelio, sin matices, sin frases hechas, sin tópicos, sin nada. No sé, es verdadero y auténtico. No son perfectos, claro, ni las monjas, ni los enfermos, naturalmente. Pero, aquello es extraordinariamente maravilloso y, como eso, hay mucho en el mundo”.


A menudo hay personas que le piden palabras para consolar a padres que han perdido un hijo. Pero no hay consuelo humano y menos con palabras, aunque sí dolor compartido y esperanza en Cristo.

“Yo solo les puedo decir que les quiero, que sé perfectamente lo que están pasando. Que es un dolor horroroso, que no es humano, que no se puede aceptar porque humanamente es inaceptable y, que yo, desde aquí, les diría que rezo por ellos. Ya sé que ellos no quieren eso ahora. Y que, si pudiera, les abrazaría. No hay frases ni tópicos. No soy quien para darles un consejo: solo les puedo decir que Cristo vive, que hay esperanza. Que es inaceptable y que ahora mismo no tendrán ni fuerzas y, por tanto, que no me vengan con tópicos ni con frases hechas. Pero que el Señor está ahí, que el Señor está esperándoles con su niño ahí, en el Cielo. Y eso lo creo profundamente. Que tengan esperanza. Y que si tienen un poquito de fe, que recen, que recen mucho. Que la oración es tremenda. Y que apuesten por la vida, que el Señor les devolverá ciento por uno. Que sigan amando, que sigan apostando por la vida. Que si pueden tener hijos, que tengan hijos. Que cada hijo es un regalo inmenso de Dios”.

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