Apenas tenía doce años cuando el pequeño Julián Gárate Pérez abandonó Canales de la Sierra para ingresar en el monasterio de Valvanera junto a otros 20 chavales que estudiaban entonces. En la sierra no había muchas más opciones. Y más siendo viuda su madre y teniendo que alimentar a cinco criaturas. O a América con algún tío, o a los frailes, a hacer algo de provecho.

Julián cumplió años el pasado miércoles. La friolera de 86, de los que 74 ha dedicado a la vida monástica [con el nombre monástico de Ángel Fraile]. 

La historia está llena de casualidades. Su madre, de Canales de la Sierra, se había casado con un practicante de Medina de Pomar (Burgos) y quedó viuda. A los dos meses de nacer, toda la familia de la pequeña localidad de tejada, junto al monasterio de Silos, regresó a Canales. Cinco bocas para alimentar.


-Casi andando... (risas). Era la primera vez que me había montado en un autobús. Resulta que un padre fue a predicar a Huerta de Arriba y comió en mi casa. Mi madre, viuda, con cinco hijos estaba deseando quitarse alguno de encima y el padre planteó la posibilidad de que me fuera a estudiar a Valvanera con otros 20 chavalitos que había entonces.


-A mí me tocó la otra opción: a los frailes. Sí, yo tenía un hermano mayor que yo, carpintero, que estuvo haciendo muchas cosas durante las obras del monasterio y luego marchó a Bolivia. Allí murió.

La figura encorvada como un ocho del hermano Ángel forma parte del paisaje cotidiano de Valvanera. Después de tantos años, lógico. Hoy se mantiene fibroso: no le sobra un kilo; se nota la fuerza cuando te saluda como un hombre de los de antes. La fuerza es calidez. El hermano Ángel es un personaje humilde, sencillo, trabajador, al que no le importa reconocer que no valía para los estudios.


-No valía para estudiar. Pero no he hecho otra cosa en mi vida que trabajar. De lo que fuera. He hecho de todo. Conductor, carpintería, traer piedras de Brieva para las obras, partir leña -que nos ocupaba mucho tiempo-, mantener la central hidroeléctrica, trabajos en la bodega, cuidar la huerta... De todo.


-Muchos años. Lo peor de todo es la columna. También tomo algo para el estómago. Pero nada más.


-Me gusta la vida de monje. Siempre ha sido así. Y me gusta Valvanera, faltaría más.


-Claro. Y más cosas. Aquel día, 15 de octubre de 1954, hacía una mañana fresca. Bajamos la imagen de la Virgen en un camión de Bobadilla, de una empresa de maderas (Maderas Azofra, con casi toda la seguridad). Nos montamos en la caja y sin parar hasta Logroño. Bajamos unos pocos, ocho, yo entre ellos; era jovencito. Los demás eran mayores.

Tal vez, con el paso del tiempo, el hermano Ángel tiene más memoria de tiempos lejanos que de los más próximos. Es la vida misma y la capacidad de selección de la vida.

-Bueno, con las obras me tocó traer piedra de toba de Brieva para los trabajos del monasterio. No creo que quede mucha más. Y por recordar a un prior pues hubo uno navarro, Zurbano, con el que hicimos de todo. Desde un ungüento para el pelo que fue un fracaso hasta Profidén.


-Lo iniciamos en Valvanera. Incluso llegaron a montar los motores aquí para su fabricación. Pero después no funcionaban porque las turbinas que teníamos aquí no tenían fuerza... Luego se lo llevaron para Logroño.

-Pasé dos años en el monasterio de Montserrat, el 47-48. No lo pasé mal. Quería conocer una comunidad más formada. Pero allí no hice otra cosa que trabajar. No aprendí catalán. Yo soy castellano. Allí no sabía trabajar nadie ni querían. Por lo demás, la regla de la orden era la misma. Por lo demás bajé dos o tres días a Barcelona y hasta me monté en un barco.