El obispo Longin, de Bancheny, tiene más de 300 hijos. Y no son de su esposa. Es un obispo de la Iglesia Ortodoxa en Ucrania, en una zona fronteriza con Rumanía, donde la gente tiene nombres y costumbres rumanas.

Longin tiene más de 300 hijos porque los ha adoptado y les ha dado un hogar. Lo cuenta Anna Petrosova en este artículo de Segodnia.ru, anterior a la designación episcopal de Longin en 2012, cuando era archimandrita (abad de monasterio).


En la frontera entre Ucrania y Rumanía, en la villa de Bancheny (Ucrania Occidental) se ubica el monasterio de la Ascensión, único en su especie.

Aquí reside un monje conocido en toda Ucrania, el monje que adopta niños. El archimandrita Longin (en el mundo Mijail Vasilievich Zhar), de 49 años, tiene 332 hijos.

Muchos de ellos son portadores de VIH, hepatitis C, tienen parálisis cerebral.

El padre Longin busca en los internados y orfanatos a los más graves, niños con diagnosis sin esperanza, y si no puede evitar su temprana muerte, da a su vida corta amor y cuidado.




Para sus niños, el padre le edificó una residencia fabulosa en el pueblo de Molnitsa, una ciudad en miniatura, llena de flores y figuras de personajes de cuentos. Para los chicos, chicas y niños que padecen el SIDA, se han construido tres edificios de colores. Las escaleras de mármol tienes elevadores para los niños con dificultades motrices.

El interior es acogedor, lleno de olores caseros. En las habitaciones hay muebles bonitos, alfombras, un montón de juguetes. Peceras y flores por todas partes.

Trabajan cuidando de los pupilos 104 personas, de los cuales 65 son monjas, el resto es personal asalariado: enfermeras, cocineros, educadores.

Los niños (si la salud se lo permite) corren por los edificios sin límites, jugando a juegos ruidosos. A menudo traen de la calle a gatos o perros callejeros. Nadie les prohíbe alojar y cuidar a los animales, al revés, sus buenas intenciones se alaban.




Para sus niños, el padre construyó una piscina, sauna, invernadero y estadio con un pavimento especial.

Una vez los niños le pidieron patines a papá, el padre Longin. Se los compró (200 pares), pero resultó que en el pueblo no había dónde patinar…

Entonces, en su ayuda acudieron los monjes de Bancheny (que a menudo visitan a los niños y les traen regalos de cumpleaños) y pusieron una pista asfaltada en el patio trasero de la residencia.


El archimandrita Longin tiene muchas condecoraciones, de parte de la Iglesia Ortodoxa y el Estado, incluido el título del Héroe de Ucrania. Para los ucranianos, el monje se ha convertido en un héroe de verdad, pero para sus niños es simplemente papá, amoroso y nutricio. Hasta juega al fútbol con ellos…




Hasta hace poco, a pesar de sus múltiples tareas, el padre Longin personalmente preparaba la sopa para sus hijos.

Cuando aparece en la ciudad infantil, los chicos se apresuran a abrazarle: “¡Papaíto ha venido!” Sin fuerzas para tocar y abrazar a cada uno, el padre Longin se tumba en el suelo, y los pequeños se le suben encima con chillidos y risas: “¡Bésame a mí también, papi!”


El mismo padre Longin tuvo una infancia difícil. Vivió en pobreza con su madre, a los 11 años comenzó a trabajar en una granja ordeñando el ganado. Saltaba muchas clases, tuvo que pasar a trabajar al turno nocturno, cuidando de animales. “Sólo tenía un pantalón heredado de mi madre, - recuerda el archimandrita Longin. - Por la noche limpiaba el corral, por la mañana lavaba mi pantalón, me enrollaba en una sábana, me ponía el pantalón mojado encima, y al cole. Los otros niños se apartaban de mí, hasta después de lavada, mi ropa apestaba a corral. No tenía amigos, nadie quería jugar conmigo.”

Y pronto quedó huérfano. Cuando murió su madre, enfermó y pasó medio año en el hospital. Recuerda que una vez, en invierno, estaba parado en la calle, mirando el humo que salía de las chimeneas vecinas preguntándole a Dios “Señor, ¿por qué no tengo leña? No, la leña no. ¡Que esté viva mamá! Pero no tenía mamá, ni calor, ni familia… ¿por qué?”

Por eso en los hambrientos 90, cuando ya mayor, casado, con tres hijos, sacerdote en el templo ortodoxo del pueblo de Boyany, Mijail Zhar trajo leche de sus vacas para ayudar a un orfanato, no se lo pensó dos veces.

Las condiciones en las que se encontraban los niños estremecieron al cura de 27 años. En seguida se llevó a dos pequeños.




Tiempo después, el padre Mijail vio en el orfanato de Chernovtsy a Vania, de tres años, con parálisis cerebral. Tanta pena le dio el niño que convenció a su mujer Lidia para acogerlo.

Llevaron al pequeño por lugares santos, hasta le pusieron en el pesebre donde nació Jesús… Y el crío comenzó a caminar.

Ahora tiene 24 años, y su padre le puso a dirigir la tienda. Con todo el dinero que gana, Vania compra dulces y los reparte entre otros niños. Después de Vania, el padre Mijail adoptó niños hasta que se le acabaron las páginas dedicadas a hijos en el pasaporte. Los demás eran de acogida.


En 1996 el padre Mijail se hizo monje y se convirtió en padre Longin. Pero no dejó a sus hijos. Ellos se trasladaron junto a él. Con la bendición de su superior, empezó a construir el nuevo monasterio, en compañía de otros 4 monjes. Los vecinos le conocían bien, porque era sacerdote en un pueblo cercano. Así, cuando comenzaron las obras, le vinieron muchos voluntarios para ayudar: trabajaban de peones, traían ladrillos, vigas, comida y dinero.

Con el tiempo, en el territorio del monasterio aparecieron ocho templos, refectorio, edificios vivienda para monjes, un campanario, una fuente, cobertizo con pavos reales, caballerizas con ponis – para la alegría de los niños.



Junto con los edificios, aumentaba el número de los niños acogidos por el padre Longin.

“Una vez celebraba la liturgia funeraria por una mujer", cuenta el padre Longin. "Estábamos en invierno. Miro, terminada la ceremonia, al lado de las tumbas en el cementerio. Todos se han marchado y veo que ahí han quedado cuatro chavales. tiritando, con botas de goma con todo aquel frío… unos 20 grados bajo cero. El menor era un crío. Les pregunto: “¿por qué no vais a casa?" Responden: “no nos iremos sin mamá. No tenemos a donde ir.” Es que el padre les había abandonado, y la madre ha muerto. Digo: ´vuestra madre está en el cielo. ¿Queréis ir a vivir conmigo?´ Asienten. Así que los traje al monasterio.”


Cuando el número de niños superó al de los monjes, empezaron a pensar en construir un edificio especial para ellos. Encontraron un sitio perfecto a 4 km del monasterio, en el pueblo de Molnitsa. Mientras tanto en Boyany, a partir de la parroquia, se formó una comunidad de religiosas. Las hermanas se ocuparon de los niños

Así que ahora en Bancheny funciona un monasterio masculino (actualmente de 86 hermanos), en Boyany, monasterio femenino (actualmente de 120 hermanas), y una residencia infantil en Molnitsa. El padre Longin es el director espiritual de los dos monasterios.


Con toda su vida tan llena, el padre Longin no es de fuerte salud. Tuvo tres infartos, dos intervenciones cardíacas, le sacaron un tumor y pasó por quimioterapia. En 2004, durante una operación, se le paró el corazón. Los médicos durante 5 horas no pudieron arrancarlo.

“Me acuerdo que en un momento en el quirófano me volví en sí y pensé: Señor, si me permites vivir un poco más, construiré una catedral de la Santa Trinidad", recuerda el archimandrita. 

"Dios me regaló la vida, y cumplí con mi promesa. Pedí que la gente que venía, pusiera cada uno un ladrillo en los muros del templo. Lo logramos en 5 años. Ahora es una de las iglesias ortodoxas más grandes y bellas de Europa, terminada en 2011". 



Y así quedó la iglesia que construyó tras el infarto,
la catedral de la Santa Trinidad



En 2002, en un orfanato para bebés abandonados, el padre Longin vio a Larisa de 2 meses. Su madre la había dejado por que la niña estaba infectada de VIH.

Los cuidadores la colocaron en una habitación aislada, con cerradura, la cogían en brazos sólo con guantes y mascarilla. En una lejana comarca ucraniana, las palabras SIDA y muerte eran casi sinónimas…

Los médicos advirtieron al padre Longin que todos los miembros de su enorme familia podrían infectarse de VIH, pero la pena por la bebé abandonada resultó más fuerte.

En una noche los monjes canalizaron agua a una habitación individual, le prepararon la cuna más bella. Luego el padre Longin fue al monasterio femenino y dijo a las hermanas: “Acabo de acoger a una niña con VIH. Alguien quiere cuidar de ella sabiendo que puede infectarse de una enfermedad incurable?” Salieron varias voluntarias.

La bautizaron como Filaftea, casi no caminaba porque todos le llevaban en brazos. Cuando creció un poco, la llevaron a la iglesia, y cuando los monjes cantaban, le gustaba salir delante y dirigir sus cantos. Hace poco los médicos se asombraron al no encontrar rastro de VIH en su sangre. Ahora Filaftea estudia en el 5º y su diagnosis ha sido archivada.


En 2009, el padre Longin acogió a 36 pequeños, entre 1 y 7 años, con VIH y los alojó en el edificio nuevo para los niños con SIDA. Ahora allí viven 80 niños con esta diagnosis. El padre Longin los buscó por todos los orfanatos de Ucrania.

No les aíslan de otros pupilos, van juntos al colegio, juegan, nadan en la piscina. Lo único que vigilan las hermanas, que los pequeños se cepillen los dientes con cepillos individuales. Estos niños necesitan observación médica constante, por eso en la residencia se creó el departamento infantil del centro provincial del SIDA donde les brindan terapias antirretrovirales y se les proporciona alimento rico en calorías.

“Los pequeños cambian ante nuestros ojos, enseguida ganan peso, son más alegres, son como unas flores que se abren. – dice la enfermera en jefe del centro, ayudante del epidemiólogo Raisa Kilaru. A seis de nuestros niños ya se les han archivado la diagnosis de VIH, en sólo un medio año de estar en la residencia. Tres veces tomamos el análisis de Filaftea, Misha, Lavrentiy, Antón, Alina y Valentín. Los test certifican que la sangre de los niños está limpia del VIH.”




Un acontecimiento especial para el monasterio ha sido la apertura, al final del 2011, del hogar para minusválidos. Bajo la acogida del archimandrita están 125 niños minusválidos, de 1 a 20 años.

Gleb vive en la residencia 18 años. Una madre enferma de cáncer dio a luz a un hijo minusválido y antes de morir, vino en persona para entregar a su hijo al padre Longin. Es ciego, sordo, con gran deficiencia del sistema nervioso: Gleb reconoce a la gente por tacto.

Nectario, de 11 años, padece hidrocefalia y artrogriposis. Con su cabeza enorme, cuerpecito diminuto y extremidades poco desarrolladas, tumbado en el suelo, sonríe a los visitantes.

A Stepán, lo encontró el padre Longin en un internado para niños minusválidos. El niño sin brazos salió delante de él y recitó poesías de su propia composición. Luego le seguía como atado al monje y cuando este se dispuso a irse, le pidió llevárselo con él. El monje lloró, le abrazó a Stepán y se lo llevó.

Ahora, en días festivos, el padre Longin le lleva consigo al campanario. Stepán hace sonar las campanas apretando la cuerda con los dientes.

En su nueva casa ha encontrado a un nuevo amigo, Román, que toca el teclado que está instalado justo al lado de su cama. Román tiene dificultades para moverse, padece parálisis cerebral.


Además de tres centenares de niños y doscientos monjes, bajo la custodia del padre Longin están 60 ancianos acogidos en el monasterio.

El archimandrita Longin no para de sorprenderse con la aparición de los medios para mantener tanta gente. Cada día va al correo: de todo el país le llegan transferencias. Le ayudan los patrocinadores.

Por ejemplo, una mujer les regaló a los niños su vaca, otra, dos hectáreas de terreno. En estas hectáreas las hermanas plantaron patatas para el comedor infantil. Además, en las tierras de la residencia se gestionan campos, huertos, una granja, invernaderos con flores. Los niños trabajan en la tierra junto con los mayores. Así, el monasterio y la residencia se abastecen de alimento a sí mismos, y los restos donan a los organismos sociales de la región.


Una vez por la tarde el padre Longin con sus monjes trabajaba en el campo: cosechaban maíz. En este momento le vienen de la cocina a decir que se acabó el aceite y no hay con qué preparar la cena. Las tiendas de la comarca ya estaban todas cerradas, pero para dar ánimos a todos, el padre dijo: “Si es tan necesario, el Señor nos enviará el aceite.” Pasó una media hora y a la residencia vino un señor que trajo… 200 litros de aceite.

El monje que lo recibió lo cogió de las manos y comenzó a dar vueltas: “Te ha enviado Dios, que hoy se nos ha acabado el aceite”. El pobre hombre se le desprendió y se apresuró a desaparecer… para volver en una hora con 40 litros de aceite más.


Actualmente, el padre Longin está construyendo una villa para sus hijos adoptivos crecidos. Veinte de ellos ya están casados. Todos recibieron enseñanza superior.

"¿Es que es posible en nuestro tiempo construirse una casa con un sueldo de maestro o médico?", lamenta el archimandrita [en Ucrania es un sueldo escaso]. "Les ayudo con lo que puedo porque es un gran pecado dejar a los hijos a la mitad de ese gran camino. Ahora estamos construyendo 10 casas. Para proveerles a todos de vivienda, arrendé tierra en Chernovtsy. Si Dios nos lo permite, pronto echaremos cimientos para edificios de pisos".


La región Gertsa es peculiar, con una mayoría absoluta de población rumana. Quedó dentro de Ucrania con el pacto de Molotov-Ribbentrop [cuando nazis y soviéticos se repartieron Europa del Este en 1939] “para no liarse mucho y tener la línea de la frontera más recta”.

Por eso allí hay mucha población que no sabe ucraniano, y las iglesias ortodoxas, aunque pertenecen al patriarcado de Moscú, tienen dispensa de seguir la liturgia según el calendario gregoriano, y en rumano.

A diferencia de otros orfanatos, donde los pupilos suelen llevar ropa de segunda mano donada, el padre Longin tiene acuerdo con una empresa turca para proveer a los niños de ropa nueva de tallas adecuadas.

Tiene apoyo entre los políticos. Yanukovich puso el primer ladrillo del edificio infantil y luego visitó varias veces la residencia, traía regalos a los niños y les donó un cine en casa. Yuschenko le condecoró como héroe de Ucrania.

La esposa del padre Longin, ahora es la Madre Solomea: se hizo religiosa junto con él. Ahora trabaja en la residencia cuidando a los niños con SIDA.

Oficialmente, tiene 29 hijos, 4 propios y 25 adoptivos. Nunca ha pedido ayuda para ellos como familia numerosa, aunque le correspondía. Pero cuando le llaman de administración u otra gente pudiente para preguntar por las necesidades de sus pupilos, no se niega y acepta cualquier ayuda.

En 2011, el orfanato no tenía estatus de tal. Por eso le acribillaban con comités que pretendían saber para qué recogían niños de todos los orfanatos y si querían hacerlos monjes.

Los niños, cuando ven llegar comités y funcionarios suelen pensar que les quieren devolver a sus orfanatos de origen, lloran y se aferran a las monjas.

A veces los comités funcionariales vienen con preguntas extrañas: ¿por qué los tejados son de color azul? Qué hay debajo de las camas de los niños? Les responden a la cara que las alfombras y la comida decente las ponen sólo para impresionar a la comisión.

El padre Longin dice que sólo pretenden tomar el pelo, a diferencia de otras comisiones “correctas” que se interesan por el bien de los niños. Les contesta que no tiene que rendir cuentas ante los revisores, porque si uno le roba a un niño, Dios lo castigará, y eso es lo que hay que temer, y no a la comisión.

(Traducción del ruso de Tatiana Fedótova, Madrid)

Documental en ruso con muchas imágenes de la vida de la comunidad: los monjes, los niños, el padre Longin...