El Papa Francisco autorizó el pasado 9 de diciembre que se reconozcan las virtudes heroicas de diez cristianos. De ellos, el único laico era Rafael Cordero Molina  (17901868) quien a partir de ese momento recibe el título de venerable. Este paso abre al maestro portorriqueño ( y español) el camino a la beatificación y a la canonización. 

Rafael Cordero Molina (http://maestrorafaelcordero.com/) es una figura destacada en la educación, la historia y la cultura de Puerto Rico, donde muchas escuelas y otras obras públicas llevan su nombre. También en EEUU este maestro da nombre a varias escuelas. En el s.XIX, el líder de la independencia cubana, José Martí, ya se refería a él como un "santo varón". 


Rafael no pudo ir a la escuela en su niñez por ser negro. Pero impulsado por un ferviente amor a Dios y al prójimo, dedicó su vida a la educación gratuita de niños negros y también de niños blancos. 

Durante su vida vio cambiar la sociedad de Puerto Rico. Seis años antes de nacer, en 1784, se suprimía la costumbre del carimbo, que consistía en marcar con un hierro candente, a modo de sello, a los esclavos importados para demostrar que se habían pagado por él los correspondientes impuestos.


Rafael Cordero vino al mundo en San Juan, la capital de la isla, en 1790. Él era un mulato libre, al igual que sus padres, el artesano Lucas Cordero y Rita Molina. Tenía dos hermanas mayores, Gregoria y Celestina; esta segunda compartiría con su hermano una gran vocación por la educación.

La única escuela  existente en San Juan durante su infancia no admitía negros en su alumnado. Así que fueron sus padres quienes le iniciaron en la educación, y luego él mismo la continuó con gran interés mediante la lectura.

En 1810, con solo 20 años Cordero abrió su primera escuela de enseñanza primaria en San Germán, algo extraordinario debido al mínimo número de colegios en la isla.

De hecho, este centro abrió 35 años antes de que el gobierno puertorriqueño organizase oficialmente la enseñanza primaria.

El maestro Cordero impartía clases gratuitas a los niños pobres, en su mayoría de color, pero también blancos. Les enseñaba lectura: escritura, gramática, historia, caligrafía, geografía, aritmética y también doctrina cristiana. 



El ambiente de esas clases lo recoge un cuadro famoso en la isla de Francisco Oller, pintado en 1890, que representa al maestro Cordero rodeado de su alumnado multicolor.  

Jamás quiso cobrar por dar clases: se ganaba la vida con su oficio de tabaquero.

El ejemplo de Rafael lo siguió su hermana Celestina
, que en 1820, y con el apoyo del obispo de la isla, abría su propia escuela gratuita para niñas.


En 1812,
 el mulato Rafael Cordero era un español: un español libre. E incluso un ciudadano. Las Cortes de Cádiz, que incluían un representante de Puerto Rico, mientras las fuerzas napoleónicas controlaban la Península excepto la asediada ciudad andaluza, habían definido en su Constitución de 1812 que la `nación española´ era `la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios´, es decir, "todos los hombres libres nacidos y avecindados en los dominios de las Españas y los hijos de éstos". 

La Constitución de Cádiz daba una lista de los`dominios de las Españas´ en un estricto plano de igualdad, sin categorías: no habla de metrópoli ni de colonias. Puerto Rico era, como Asturias o Andalucía, uno de esos dominios. Y el artículo 18 precisaba que eran ciudadanos "aquellos españoles que por ambas líneas traen su origen de los dominios españoles de ambos hemisferios y están avecindados en cualquier pueblo de los mismos dominios"; los únicos excluidos de la ciudadanía eran los esclavos, pero podían llegar a serlo si se emancipaban.


Su fama de buen maestro fue tan grande que al cabo de unos años también las familias blancas con recursos empezaron a mandar a sus hijos a estudiar con él.

Figuras destacadas de la política y la cultura puertorriqueña del XIX pasaron por sus aulas, como el escritor Alejandro Tapia y Rivera o los políticos abolicionistas José Julián Acosta y Román Baldoroity de Castro.

El caso de Acosta es significativo: nacido en San Juan de Puerto Rico en 1825, tuvo al maestro Cordero como una fuente de inspiración durante toda su vida. Fue profesor de botánica y ciencias marítimas y director del Instituto Civil de Educación Secundaria, diputado en Madrid y fundador del periódico liberal El Progreso. Luchó para abolir la esclavitud y le nombraron miembro de la Real Academia de la Historia. Su anciano maestro Cordero, que murió en 1868, pudo ver progresar a su alumno.


Cuando Rafael Cordero tenía 45 años, en 1835, vio como España abolía definitivamente el comercio de esclavos... aunque no la escalvitud en sí. No alcanzó a ver la abolición de la esclavitud, que llegó en 1873, en la I República. 

Se calcula que con este decreto quedaron libres 29.000 hombres y mujeres esclavos (el 5% de la población), si bien se les obligaba a contratar durante otros tres años con sus expropietarios y no disfrutaron de derechos políticos hasta 1878. No se dieron en Puerto Rico episodios de revancha por parte de los libertos, como sí había ocurrido en otras zonas del Caribe. 

A lo largo de su vida Rafael Cordero vio crecer el número de esclavos en la isla. Según el censo del general O’Reily, en 1765 había unos 5.000 esclavos, por unas 40.000 personas libres incluyendo blancos, indios, mulatos y negros. En 1860 había en Puerto Rico casi 42.000 esclavos, 300.000 blancos y 240.000 mulatos y negros libres. Es decir, en Puerto Rico había 6 negros libres, como Cordero, por cada negro esclavo: la institución esclavista era lógica y moralmente insostenible. 


Hasta sus últimos días de ancianidad, el maestro Cordero atendió a alumnos y también a enfermos en la calle de la Luna de San Juan. En la misma vivienda tenía su hogar, su escuela y su taller para hacer tabaco. 

En cierta ocasión la Sociedad Económica de Amigos del País premió sus servicios a la comunidad con una donación de 100 pesos. Él rechazó el premio aduciendo que lo que hacía era su vocación.

Como le obligaron a aceptarlo, distribuyó la mitad de la suma entre sus alumnos más necesitados y la otra mitad entre los pordioseros reunidos por sus discípulos, a quienes Rafael invitó al acto de entrega del premio.


Una vez le preguntaron que por qué no escribía sus memorias, él, que había enseñado a tantos a leer y escribir, que había leído tantas vidas y había conocido tantas otras. "No escribo nada en esta vida porque no quiero recordar hoy el bien que hice ayer. Mis deseos son que la noche borre las obras meritorias que he podido hacer durante el día".



Hasta ocho días antes de morir, el maestro Rafael Cordero estuvo impartiendo lecciones a sus alumnos. Tenía 78 años. Consciente de que se acercaba la muerte, pidió a las autoridades de la Instrucción Pública que continuaran con la educación de sus últimos pupilos, y su deseo fue cumplido.

El último día, 5 de julio de 1868, se despidió en su ciudad natal de sus antiguos alumnos, pidiendo sus oraciones y bendiciéndolos: "Que al pobre anciano que os infundía amor a la instrucción no le queda más que un soplo de vida". A los pocos minutos, expiró con una vela sellada y unos escapularios que le enviaron las monjas Carmelitas, diciendo: "¡Dios mío, recíbeme en tu seno!" Dos mil personas le acompañaron en el cortejo fúnebre.