El próximo 13 de octubre, en una ceremonia presidida por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y representante del Papa Francisco para esta ocasión, serán beatificados en Tarragona 522 mártires de la persecución anticatólica de los años 30 en España, entre los cuales figuran muchos religiosos pero también varios laicos, personas comunes que dieron su vida por no renegar de la propia fe.

Vicente Cárcel Ortí, historiador y autor de varios libros sobre católicos españoles perseguidos por los republicanos en los años treinta, ha explicado en una entrevista a Tempi.it la importancia de este acontecimiento para la Iglesia. 


Propietario de una tienda de alimentos en el pueblo de Rus, no conseguía sacar provecho de todo el potencial de su actividad. No porque no supiera gestionarla, sino porque José María Poyatos Ruiz, con sus numerosas obras de caridad, no quería dejar sin alimentos ni siquiera a quien jamás conseguiría devolverle lo que le debía.



José María Poyatos nació en 1914 en Vilches, Jaén, decimotercero de quince hermanos y en este mismo pueblo español fue asesinado por el Frente Popular en 1936, durante la terrible oleada de persecuciones anticatólicas por parte de los republicanos.

Es uno de los 522 mártires que serán beatificados el próximo 13 de octubre en Tarragona. Quien lo conoció, lo describió a los postuladores de su causa como un joven católico que testimoniaba con espontánea normalidad su fe entre los jóvenes.

Sus amigos lo recuerdan como «guapo y afectuoso; nunca tuvo miedo de hablar de su propia fe en esos tiempos difíciles».


El muchacho se trasladó a Úbeda por las dificultades económicas que estaba atravesando, pero también por el endurecimiento de las persecuciones anticatólicas. Aquí encontró trabajo en una fábrica de aceite y vino, mientras se distinguía entre los miembros de Acción Católica y de la Adoración Nocturna del centro parroquial de San Nicolás de Bari.

José María era muy consciente de los acontecimientos que estaban devastando a España, pero permaneció firme en la fe aunque sabía que la Iglesia habría sido perseguida. Era tan consciente de esto que incluso previó su martirio.


«El día de Santa Teresita y de San Francisco no te olvidaré nunca», dijo a su hermana Maria. «Vendrán a buscarme, pero yo ciertamente no tengo intención de buscar la muerte, y me llevarán al lugar al que debo ir para testimoniar; allí, a pesar de lo que me pidan, no diré una palabra contra nadie ni contra nada; puedes estar tranquila. Después me atarán y me llevarán al lugar destinado».


Era la descripción exacta de lo que le sucedió poco después: a la edad de 21 años, el 3 de octubre de 1936, día de la Fiesta de Santa Teresa del Niño Jesús, José María fue registrado, arrestado, llevado a testificar, después atado con las manos en el pecho y trasladado al cementerio donde, al lado de la cruz que había en la entrada, fue puesto de espaldas.

Él, con gran valor, pidió morir mirando a la cara a sus asesinos, los cuales le contentaron. Los disparos de los asesinos republicanos, sin embargo, no conseguían atravesar el pecho de José María, rebotando milagrosamente mientras él gritaba: «¡Viva Cristo Rey!».

Esto provocó una furia aún más grande en sus verdugos, que con un disparo en la cabeza le rompieron el hueso del cuello, matándolo.

(Traducción de Helena Faccia Serrano)