Guadalupe Escudero, conocida popularmente como Sor Guadalupe o Sor Piolet, lleva ahora una vida de oración y paz en el monasterio navarro de Zamartze, a los píes de la Sierra de Aralar.

Pero su vida ha estado marcada por la profunda conversión que la llevó de un ateísmo profundo a un impresionante encuentro con Dios en Ruanda, donde se había ido a vivir como cooperante. Antes había sido un espíritu libre, una mochilera que recorría el mundo y que la llevó incluso a escalar el Himalaya, apareciendo en la prensa deportiva de la época.

El sufrimiento de los inocentes

Fue en 1991 cuando se produjo el momento que transformó su vida. El encuentro con el sufrimiento de los inocentes, la impotencia, la creencia de que Dios no podría existir, hasta que finalmente todos estos muros cayeron de manera impresionante.

Guadalupe relata este momento concreto de su vida en un bello testimonio en Arguments. En 1991 llegó a Ruanda tras tomar la decisión de que quería dedicar su vida a los más pobres. No tenía fe pero estaba movida por su deseo de poder ayudar a los demás.

Los límites del plan humano

Acabó en una misión católica de este país africano y comenzó a trabajar con tres religiosas que atendían un dispensario para pobres. “Quería pasar toda mi vida con ellos, dedicarme a ellos. Pero el plan humano tiene un límite, y allí rocé los límites”, cuenta.

Por el dispensario pasaban todos los días muchos enfermos, y todos los días moría alguien en sus brazos. Guadalupe recuerda que durante las noches pensaba: “¡Qué impotente me siento! Por mucho que quiero hacer hay cosas que no cambian, la gente sigue muriendo”.

En su interior empezó a sentir una limitación, experimentar que no tenía la última palabra. Esta religiosa explica que aunque uno no tenga fe el momento de la muerte es sagrado. Esto lo experimentó en aquel dispensario. Aquellas personas que se le morían en brazo le pedían siempre lo mismo, “reza a Dios por mí”.

Wimana, la niña ruandesa que la llevó a Dios

“¿A qué Dios? Si yo no tengo Dios”, se repetía ella. Pero aquel sentimiento se iba haciendo cada día más fuerte. Y entonces apareció en su vida una niña, Wimana, que fue el instrumento que acabó llevándola a Dios.

Conoció a esta pequeña en el centro nutricional. “Todos las tardes venía a buscarme, había una conexión muy profunda, me cogía de la mano y salíamos a pasear. Percibía que esa niña era feliz en ese momento, me caló muy hondo. Pero una mañana me llamaron para decirme que Wimana se estaba muriendo. Fui y al ratito murió”.

Este fue el momento en el que su alma se vio a oscuras completamente. Guadalupe explica que cuando esta niña murió tuvo durante unos segundos la certeza, la prueba definitiva de que Dios no existía. Su pensamiento en aquel momento fue: “Dios no existe, no puede existir. No puede haber creado una vida tan inútil. Esta niña ha nacido sólo para sufrir. Dios no puede existir, es más, si que existe ese Dios no lo quiero conocer porque es un tirano”.

El encuentro con Dios en medio del sinsentido

Tenía que buscar algún sitió donde desahogarse. Acabo en la capillita de las monjas. Fue allí quizás por “inercia”, asegura ella, y recuerda ir "llorando y gritando en una situación crítica dentro de mí. Fue un impasse, más que una muerte. Pero poco a poco fui sintiendo, no con palabras ni nada extraño, que ella me decía: ‘yo estoy bien. Mi vida no ha sido inútil. He existido para llevarte a ti a Dios’”.

Esta monja extremeña de nacimiento asegura que “decirlo aquí y ahora es bastante diferente a sentirlo en aquel momento, donde no hay razonamientos posibles porque el sentido se vuelve absurdo por completo. Wimana era otra historia, la no palabra, la criatura que clamaba”.

Entonces se encendió en su alma una pequeña luz. Ella lo define como si se hubiera apagado “la de mi razón y se encendiera la de mi existencia”. Y se le iluminó esta historia de sufrimiento aparentemente sin sentido: “Me di cuenta por un momento que hacemos que algo sea absurdo o sea bueno por nuestra razón. Había hecho inútil la vida de esta niña, había hecho inútil su existencia con mi razón, juzgando que nacer para sufrir era inútil. Y esto son categorías humanas”.

"Ahora tienes que decirme quién eres"

Esta pequeña niña ruandesa le había hecho entender, explica sor Guadalupe, que “la plenitud es otra historia, que su vida sí había sido plena porque la plenitud va mucho más allá, que es llegar a ser para lo que fuimos creados, haber colmado de sentido la vida”.

Entonces su razón también se iluminó, abriendo la posibilidad de que Dios pudiera existir. “Ahora tienes que decirme quién eres”, le dijo Guadalupe.

Poco a poco empezó a leer sobre la fe y a “conectar con el pequeñito Dios de mi primera Comunión”. Wimana, esta pequeña niña, fue acompañando a Guadalupe en este proceso de conversión. Y esta joven aventurera que hacía listas y siempre apostaba todo por lo primero que apareciera en ella colocó a Dios en el número 1 según iba conociéndole más y más.

Esta apuesta total acabó llevándola a la vida religiosa. “Mi discernimiento era apostar por lo primero de la lista, consagrarme y vivir lo que vivo. Porque lo que Dios quiere es que seas santo, lo que quiere es que llegues a tu plenitud, entra en el fondo de esto y lo demás se da por añadidura”.

Adiós a su vida de aventura, mochilera y escaladora

Atrás dejaba su vida de mujer aventurera y en búsqueda, aquella vida de mochilera que la llevó a buena parte de Latinoamérica y las principales capitales europeas.

Trabajó como diseñadora en una fábrica de peluches, fue auxiliar de enfermería o sirvió hamburguesas en un McDonald’s del barrio negro de Londres, donde ella era la única persona blanca: “Allí sufrí el racismo. Todo lo que los blancos hacían a los negros, ellos me lo hacían a mí. Si había terminado de fregar el suelo, venía algún joven y escupía sobre él”.

Ahora escala otras cumbres, pues Guadalupe fue una experimentada montañera y una pionera en el mundo de la montaña. El rotativo Mundo Deportivo le dedicó una página entera el miércoles 1 de octubre de 1986 para contar todos los detalles de la expedición que iba a iniciar junto a tres amigas más al Island Peak, de 6.200 metros de altura. “Cuatro extremeñas a la conquista del Himalaya”, titulaba el periodista.

Este grupo de mujeres, la segunda expedición de féminas españolas que pisarían el Himalaya, compartían página con una leyenda del himalayismo, el austriaco Reinhold Messner, a punto de intentar el ascenso al Lothse (8.516 metros). En la noticia, se emulan los picos hollados por cada una de las componentes de la expedición.

Para entonces, Guadalupe, “de 24 años de edad y en desempleo”, ya contaba en su palmarés con varias cumbres de los Pirineos, los Alpes, los Picos de Europa, el Atlas marroquí y un largo etcétera.

Ermitaña en Navarra y amante del silencio

Esa Guadalupe que vagaba por el mundo y transformada en África ha acabado como “ermitaña” en Zamartze, siguiendo con su apuesta de dar todo al primero de la lista. Entregada completamente a Dios, explicaba en una entrevista en Diario de Navarra que no tiene miedo a la soledad porque para ella no es algo nuevo. Durante toda su juventud caminó durante horas por senderos en completa soledad y silencio.

“El sonido del silencio en la naturaleza no tiene precio. Atender Zamartze no es casualidad. Para mí representa la unidad. Es la casa de espiritualidad de la diócesis y casa de todo el que quiera encontrarse: necesitamos salir de la vertiginosa rutina de cada día para entrar en nuestro interior y escucharnos, y escucharle”.