El pasado sábado, entre varios decretos de Venerables a los que se reconocen sus virtudes heroicas, el Papa firmó el de María Aristea Ceccarelli (1883-1971), una figura que puede resultar a la vez profética y contracultural: una esposa a la que su marido humillaba y despreciaba pero que perseveró en responder con amor y oración hasta que él se convirtió y cambió de vida más de 40 años después. 

Además, colaboró con los religiosos camilos volcándose en pobres y enfermos, y ellos son hoy impulsores de su proceso de beatificación. Varios libros en italiano recogen su historia, pero aún no están disponibles en español. Su vida da para un telefilme o incluso una miniserie televisiva que haría llorar al público.

Un padre violento, 11 hermanos...

Aristea nació en Ancona el 5 de noviembre de 1883. Su padre era de familia adinerada, un hombre culto e inteligente, pero de carácter violento y arbitrario, bebedor, jugador y blasfemo. La niña siempre estuvo asustada de su padre.

Su madre, de familia modesta, analfabeta, era de carácter duro y vivía encerrada en sí misma. María nace como la primera hija después de 11 varones. Veía escenas duras en casa y pasaba miedo, pero aún así ella era de talante dulce y servicial.

Su familia no la llevó a la escuela, pese a que ella lo habría querido. No aprendió a leer y escribir, y de niña realizaba ya tareas por un suelo para su familia. Casi con once años hizo la Primera Comunión, con la indiferencia de sus padres, que ni siquiera la acompañaron a la iglesia. Cada mañana rezaba 3 avemarías y desde su comunión sintió que aumentaba su intimidad con Jesús.

Casada a los 18, era una sirvienta para sus suegros

Se casó con 18 años, tras cuatro de noviazgo, con Igino (Gino) Bernacchia: sus padres lo habían escogido para ella sin pedirle opinión. Una vez casados, se vio que era violento, bebedor, blasfemo y siempre se implicaba en aventuras con amantes.

Vivían con los padres de él, comerciantes acomodados, muy hostiles a la religión y la moral cristiana. Más que una nuera, veían a Maria Aristea como una sirvienta más.

Además, ella perdió la visión de un ojo al poco de casarse y empezaron sus problemas de salud. Casi la vida matrimonial, hasta su conversión, Gino insultó y ofendió a Maria Aristea. La llamaba "carroña", "pestilente", "momia".

Con los años, ella escribiría en su diario (con ayuda, casi no sabía escribir): «Cada vez que llegaba a casa, en cuanto se escuchaba el sonido de las llaves en la cerradura, yo corría a su encuentro con alegría y jovialmente repetir: ¡Gino! ¡Gino! Fuera cual fuera su estado de ánimo, su rostro, intenciones... de lo contrario se declaraba la guerra».

En Roma, con los camilos

Gino fue contratado por la compañía ferroviaria en Roma y se mudaron allí. Cuando murió su primer director espiritual, en 1925, pasó a la guía de sacerdotes religiosos camilos.

Ella había pasado mucho tiempo enferma en hospitales, y luego se volcó en cuidar enfermos y pobres, en hospitales y en casas. Ella no tuvo hijos biológicos, pero fue como una madre para numerosos estudiantes y novicios camilos. Les daba el amor y cercanía que ella no había recibido de sus padres ni de su marido. Los biógrafos la estudian como ejemplo de "maternidad espiritual".

Su paciencia infinita con su mal marido obtuvo frutos en 1948, después de 47 años casados, cuando él se convierte a Dios y al respeto a su esposa. Él moriría en 1964, reconciliado con Dios. Ella, en su diario, escribió: "Se lo repetiría a todas las novias: adornad interiormente vuestra alma lo mejor posible por Jesús, y externamente por el esposo. Si lo atraes hacia ti, lo atraes hacia Dios mismo».

La Venerable Aristea y su marido Gino en 1950, después de que él se convirtiera y cambiara de vida.

En su edad avanzada, aún enferma, Aristea atraía a personas de toda edad y condición que le pedían consejo, oración, intercesión, luz, ayuda y consuelo espiritual. Según algunas fuentes, el Presidente de la República Italiana, Antonio Segni y su familia, la invitaron en ocasiones.

De 1968 hasta su muerte en 1971 su salud empeoró mucho: ya no salía de casa pero recibía muchas visitas que le pedían consejo y oración. “Fui verdaderamente por la bondad de Dios canal de tanto y tanto bien”, declaró en su diario. Señalan de ella su cristología: ver a Cristo en cada pobre y necesitado, según la espiritualidad de los camilos.

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Carta de Maria Aristea a su marido en 1923 (tras 22 años de casados)

«Amado Igino. No acojas estas miserables palabras mías con hastío, que el pensamiento de su sinceridad, de su fidelidad pasada y presente te sea consuelo y paciencia para sobrellevarlas. Es un corazón que después de Dios solo te ama y amará a pesar de todos los desprecios, las malas palabras. […] Mi corazón que tanto has despreciado, un día no lejano cuando haya terminado la subida al Calvario inclinaré mi cabeza en señal de obediencia a Dios y de ofrenda por ti; […]

Mi corazón será un faro luminoso que te mostrará paso a paso el buen camino; levantará tu corazón de falsas ilusiones. […]

Mi querido Igino, juzgaste tan mal a tu pobre Aristea que hasta la creíste capaz de maldecir. Las buenas palabras siempre salían de mis labios. [...]

tu pobre Aristea con alegría ofrece el intenso martirio, toda la tortura de su corazón sensible, las palabras humillantes que recibe, el desprecio, todo lo que puede desgarrar a una pobre alma, repito, todo lo ofrezco a Dios Bendito y por tu salvación para tu futuro, lleno de esa paz y serenidad que sólo Dios puede y sabe dar. Lágrimas escondidas y silenciosas y oraciones fervientes y confiadas ofrezco y deposito en el adorable Corazón de Jesús para ti, mi amado Igino. Tu pobre Aristea». [Roma, 29/12/1923]