El 16 de septiembre de 1907, bajo el reinado en España de Alfonso XIII, nació en Foronda (Álava) Sor Teresita, la monja cisterciense que ostenta el récord mundial de tiempo en una clausura: desde el 16 de abril de 1927 -curiosamente, el mismo día en que nació Benedicto XVI-. Mañana por tanto cumple 105 años, de los que más de 85 los ha pasado en el Monasterio Cisterciense de Buenafuente del Sistal (Guadalajara).
 
En la víspera de tal efeméride, la hermana habló con ReL para contarle al mundo lo contenta que está de vivir esta vida de récord.
 
Cuando llamamos por teléfono, nos cuenta sor María Nela, la hermana que más tiempo pasa con ella, que sor Teresita se levanta cada mañana a las cinco menos cuarto, “la primera del monasterio. De hecho, yo tengo de encargo levantarme y venir a ayudarla para acompañarla a rezar maitines, y cuando llego a su habitación ya está preparada”. Le preguntamos a la propia sor Teresita si esto es verdad y nos responde con la velocidad del rayo: “Sí, sí. Cada mañana a las 4:45”. De modo que nadie se asuste. Sor Teresita tiene cuerda para rato.
 
Muy Bien. Con bastantes "cilicios pequeños”, pero para mi edad muy bien.
 
No, yo no me jubilo. ¿De qué me voy a  jubilar? Porque de alabar al Señor no me puedo jubilar. Si no, menuda la hacíamos...
 
A Dios le pido la santidad, y a la Virgen le digo cada día: “Quiero mirar con tus ojos, hablar con tu boca, oír con tu oído, amar con tu corazón”. ¿Qué más le puedo pedir? Ahí está la santidad de vida, y a lo que estamos llamados cada uno de nosotros.
 
La vocación religiosa, porque creo que si el Señor no me la hubiera dado, y si yo no hubiera correspondido, pienso que no hubiera sido feliz. No concibo mi vida de otra manera que no sea la consagración al Señor. Ese es el mayor y mejor regalo.
 
Mi mejor recuerdo es el haberme sentido fuertemente protegida por la Virgen en muchos momentos, sobre todo en tiempos de guerra, cuando estando yo aquí en el convento, con mis 29 años, me propusieron dejar los hábitos e irme de compañera de campaña. Ya tenían la caballería preparada para llevarme con ellos. Entonces yo sentí que la Virgen me protegía y me acompañaba, y no pudieron llevarme con ellos.
 
Hombre, claro que sí. Pero como yo vivo en el corazón de la Virgen, cuando sea el momento de llevarme, allí estaré, dispuesta.
 
¡Gracias-Perdón! Que se me deshaga el corazón diciendo gracias-perdón...
 
Ser abadesa es muy difícil. Yo lo he sido durante 21 años y he obedecido más que estando en la cocina.
Por lo demás, yo no siento pena de hacerme mayor porque estoy empezando a ser anciana ahora. No me he considerado anciana casi hasta los 100 años, porque como podía trabajar todavía bastante…
 
Hacía las tortillas de patata, los flanes, ayudaba a picar verdura...
 
Digo siempre lo mismo, pero es lo que siento y lo que vivo: que vivamos en el corazón de la Virgen. La alegría interior y la sonrisa exterior se van adquiriendo desde el encuentro diario con el Señor: la oración, los sacramentos, la Eucaristía. Así es como yo   intento mantenerme. Llevo 85 años consagrada la Señor y no me arrepiento. Si   volviera a nacer y el Señor me volviera a llamar, estoy segura de que haría lo mismo. Él es el mayor Tesoro que podemos tener.
 
¡Pues muchas gracias y que cumpla muchos más!