Sally Read nació en Suffolk, Inglaterra, en 1971. "Fui educada como atea, el credo de la no-creencia estaba en mi sangre, el cristianismo era un síntoma de debilidad mental y de intolerancia", escribe en su testimonio, recién publicado por The Tablet.

"Mi bisabuelo era un Orangeman [militante unionista anticatólico] en Irlanda del Norte, vengo de generaciones de protestantes de línea dura convertidos en ateos. Ahora, cuando rezo el Rosario, me pregunto qué mujer entre mis ancestros fue la última en hacerlo y si lo dejó con facilidad".

Sally se formó y trabajó como enfermera psiquiátrica, pero en los últimos años se ha podido dedicar con más asiduidad a su pasión: la poesía. En 2001 recibió el premio Eric Gregory de la Society of Authors y ha publicado ya tres antologías (pueden explorarse en su blog ( www.farnearness.blogspot.com ). En YouTube se puede ver un vídeo de un minuto y medio en el que recita uno de sus poemas.

Todo en su vida se transformó en primavera de 2010 por la causa más extraña: ¡buscaba monjas para preguntarles por su vagina!

"Me embarqué con un médico en la co-escritura de un libro sobre la vagina, una guía de autoayuda para la parte de su cuerpo más incomprendida, La Vagina, Guía de la Propietaria", explica Sally. No le costó entrevistar a lesbianas y a prostitutas sobre ello, pero necesitaba entrevistar alguna monja. Puesto que vivía cerca de Roma, éstas abundaban pero antes quedó con un cura que le habían recomendado como amigable para que él le condujese a alguna religiosa dispuesta a hablar. "Querido padre, estoy escribiendo un libro sobre vaginas...", le escribió Sally.


El cura agradable y la atea se encontraron, pero no solo hablaron de vaginas sino de religión. "Después de una vida de ateísmo apasionado y de aborrecimiento visceral de la Iglesia Católica, le pregunté si le importaba que le hiciera algunas preguntas. Saltaron las chispas. Nuestro debate llegó a afectar a mi trabajo, mi sueño, mi bienestar... no es que sus argumentos me convenciesen, ni que desease desesperadamente convencerle yo. Pero mi mente pareció inclinarse a escuchar una estática cruda y dolorosa de fondo, que yo no podía apagar".


Lo que pasó después con Sally parece ilustrar el poema Mythopoeia de J. R. R. Tolkien: "El hombre es subcreador... aún construimos según la ley en que se nos construyó". Es decir, igual que el hombre crea personajes y personalidades, Dios crea al hombre. No es que Sally mencione a Tolkien, pero su experiencia señala esa línea.

"Fue casi un salto intelectual: la posibilidad de Dios. Yo estaba escribiendo una colección de monólogos con las voces de pacientes psiquiátricos, y en medio del dolor y la desazón habitual de la creación escrita de repente entendí que mi acto de crear las voces de esas personas dañadas estaba ligado a una creación que lo englobaba ["overarching creation"]. Que podía haber un Autor último. Me llenó una alegría latente a la que apenas osaba inquirir".

Se lo comentó al cura y éste le dijo: "reza por mí". Ella no sabía rezar, nunca lo había hecho, pero cada día se paraba en una iglesita carmelita junto al mar, se sentaba y escuchaba. "Estaba abierta a la presencia de Dios, pero aún no era cristiana, y estaba muy lejos de ser católica".

En esa iglesia había un icono de Cristo. Ella le miraba, sin oración. Un día ella le habló en voz alta y le pidió ayuda. "No hubo una alucinación visual o aural, ni nada que como poeta pueda usar como metáfora para explicar lo que pasó", afirma, meticulosa, esta especialista en desórdenes mentales, acostumbrada a escuchar a locos de varios tipos, meterse en su mente, escribir con sus voces. "Me sentí como un amnésico con un ataque de pánico que de repente ve a alguien que conoce entrar en la habitación".

Sally luego descubrió que la filósofa agnóstica judía Simone Weil tuvo una experiencia similar: "Cristo mismo ha descendido a mí y me ha tomado", escribió Weil. "Era algo distinto a todo lo que he experimentado y es imposible de replicar internamente. No tuve y no tengo dudas de que era la presencia de Cristo", escribe Sally, rotunda.

"En los círculos que frecuentaba en Londres, elegir ser católico era como admitir que eras racista, homófobo o sexualmente reprimido", explica Sally con franqueza. "Como la mayor parte de las mujeres británicas en esos días, me hice sexualmente activa al mismo tiempo que aprendía a conducir y con el mismo pragmatismo: ´ya toca, tengo que salir por ahí si no me quiero quedar atrás´. Para mí, la mayor piedra de tropiezo que dificultaba mi entrada a la Iglesia era la doctrina sobre la homosexualidad, la masturbación y la contracepción. Pensé que nunca podría pertenecer a una iglesia tan didáctica en sus creencias, tan estrecha en su visión de la sexualidad".

Pero ahora su libro sobre vaginas ya no avanzaba casi, "mi apetito por el proyecto se estaba desvaneciendo", escribe Sally. Y recordaba cosas de su pasado. Como ese amigo que se había acostado con una amiga común a la que él detestaba. "¡Pero si no la aguantas!", le dijo Sally. "Oh, bueno, Sally, a veces los hombres somos como perros, simplemente tenemos que hacerlo", farfulló él.

Y un antiguo novio que tuvo, "incapaz de tener relaciones sexuales por su adicción a la pornografía y la sodomía ["buggery"]. Admití lo que hacía tiempo que sabía: que el sexo como recreación era algo que me deprimía. Siempre supe que me había provocado sufrimiento, y empecé a entender, con alivio espléndido, que no había nada anormal en mí".

"También como poeta he analizado comportamientos sexuales. Hay personas, católicas y no católicas, que creen que la naturaleza explícita de mis escritos sobre sexo no encajan con mis nuevas creencias, pero esos poemas, que investigan la sexualidad y la violencia, no puede decirse que sean un elogio a los gozos del sexo casual. Lo físico y la sexualidad siempre me han obsesionado, y empecé a entender que esto era por la unidad ineludible del cuerpo y el alma".

Sally explica que para ella los sentidos son importantes: poder experimentar las cosas por el tacto, el olfato, el oído... Pero sus sentidos fueron los que le llevaron a Dios. "Podía racionalizar, pero toda mi racionalización no podía alterar la profunda racionalidad de mi encuentro con Dios. Se escribe acerca de conversiones intelectuales, espirituales y morales. Pero fue a través del corazón -me refiero a la parte más instintiva, sensible, la razón última- como Dios me ganó".

Ese verano, estando en Londres, Sally intentó encontrar una iglesia para pararse un momento. En la famosa parroquia de St Patrick en el Soho, una parroquia evangelizadora y renovada en zona de prostitutas, estaban cerrados por obras. Cualquier otro templo era protestante o estaba cerrado. Ella sintió hambre espiritual. "Sabía que no podía ser cuáquera, sentarme en un círculo, sin que me toquen. Sabía que no podía ser protestante, fingiendo que una galleta era el cuerpo de Cristo".

"Caminé por las calles sintiéndome por primera vez extranjera en Londres. De repente, el milagro de encontrar una puerta abierta con una vela junto al tabernáculo no era poca cosa. En Italia yo ya iba a misa, durante la comunión rezaba, a veces llorando, a veces sólo fascinada ["awed"]. Lo más importante de todo esto, entendí, era estar con Cristo, era la liturgia misma. Caminé durante una hora, sin la esperanza siquiera de una misa, sólo queriendo sentarme junto al Santísimo Sacramento. ¡Aún no había oído hablar de la adoración!" Esa tarde, junto a la estación de Liverpool Street, "supe que yo ya era católica".


"Revelar que soy católica no ha sido fácil; entiendo a los que me buscan con ganas de pelea: ¿cómo explicar experiencias tan profundas, un amor tan profundo?", añade Sally. "Se ha dicho antes: ser católico es como estar enamorado. Como poeta de una cultura secularísima he podido entender que la Iglesia es como el poema definitivo, una composición intrincada de alegoría y realidad, que intenta dar imagen a la presencia de Dios en la tierra. Por cierto, el libro de la vagina quedó archivado en una estantería..."

Sally terminó su libro de poesías que dan voz a enfermos mentales, un libro que surgió a partir de su relación con un anciano mudo y esquizofrénico que enloqueció cuando perdió a su madre en la Segunda Guerra Mundial. Ella también colabora con La Compagnia delle Poete, una cooperativa de poetas teatrales italianos. Y vive como semi-ermitaña en la Ermita de los Tres Santos Jerarcas (San Basilio, San Gregorio Teólogo y San Juan), una comunidad de ascetismo con votos públicos de pobreza, castidad y obediencia, que combina lo activo y lo contemplativo
(www.hermitageofthethreeholyhierarchs.blogspot.com).

Ella dice que ser poeta y ermitaño es muy compatible: pobreza, poca atención a quién te lee o te publica, poco control sobre tu obra, soledad, presencia de Dios...