Es relativamente frecuente que entre algunas personas y su diario de cabecera se genere una relación especial de dependencia, seguimiento y archivo. Una vinculación afectiva que acaba siendo característica de quien la vive, y formando parte también de la pequeña historia del periódico.

A L´Osservatore Romano le ha sucedido eso también muchas veces en sus 150 años de presencia en los quioscos, y este sábado recoge una entrañable reseña biográfica de uno de sus lectores más fieles durante años.

Se trata de un hombre que llevó una vida dura y vivió exiliado la mayor parte de su existencia. Ivan Chomenko nació en Ucrania y fue una vocación tardía, en una época bajo la tiranía comunista en la que sólo había diez sacerdotes libres en el país. El resto estaban en el Gulag o, lo más afortunados, como Don Iván, en el destierro.

Llegó a la isla italiana de Capri, un paraíso natural y meta romántica por excelencia, con una misión: completar una traducción de la Biblia a su lengua materna.

Vivió sus últimas décadas en la iglesia de Santa Sofía en la villa de Anacapri, en el piso superior de la casa parroquial, frente a un campanario que iba marcando las horas de sus días tranquilos dedicados al estudio, a un intenso apostolado entre turistas de todos los idiomas que dominaba... y la atenta y subrayada lectura del diario vaticano.

En el pueblo, que tiene hoy seis mil habitantes y una gran población flotante, las costumbres del padre Chomenko pasaron a formar parte de la liturgia de la vida comunal.

Todos los días laborables acudía a Correos a recibir L´Osservatore Romano, que se sentaba a leer atentamente después de comer, antes de volver al trabajo. Cuando sonaba el Ave María y regresaba a la oficina parroquial, los paisanos reparaban en los profusos subrayados que plagaban las páginas del diario.


Al finalizar el día, el ejemplar de la fecha era cuidadosamente archivado en un arcón de madera... de donde lo sacaba, para leerlo con una esperanza distinta, la de escribir un día en sus páginas, Raffaele Vacca, autor de la crónica, quien comentaba con Don Iván y con el párroco esa ilusión juvenil. Vacca, hoy habitual del Osservatore, la realizó cuando ya ambos habían fallecido, el ucraniano en 1981 (a los 89 años), el cura local en 1987.

El padre Chomenko, huido del régimen soviético, medía casi dos metros y su conocimiento de múltiples lenguas le hacía especialmente apto para el apostolado en una isla como Capri.


Se convirtió en una especie de director espiritual de personalidades poderosas y variopintas que frecuentaban el lugar en los años cincuenta y sesenta, como el conde Giuseppe Bennicelli, el enigmático holandés Tony Paanaker (quien se construyó allí una mansión a la que llamó La Virgen te acompañe), el director de cine brasileño Alberto Cavalcanti y el escritor inglés Graham Greene, que pasaba temporadas allí desde 1948.

Graham Greene compartía con el cura ucraniano un gran aprecio por el Osservatore, y para Don Iván era un lujo cuando coincidían y podían comentar juntos noticias y documentos, en una ventana abierta que se abría al mundo para un sacerdote que murió sin poder volver a su patria y verla libre de sus verdugos.