La hermana Brígida Adelayda López González acaba de profesar sus votos solemnes como religiosa cisterciense en el Monasterio de La Encarnación de Córdoba. Proveniente de El Salvador esta monja de 37 años ha cumplido su sueño de ser “discípula y esposa de Jesucristo”.

“Nací en el seno de una familia sencilla y cristiana en El Salvador, primogénita de ocho hijos. Me gusta la música, el canto, el baile y los amigos… Soy cercana, acogedora, abierta, con el deseo ardiente de crecer cada día como persona humana-divina y como cristiana, para que simultáneamente crezca también como hija, hermana, esposa y por supuesto, como ¡madre!”, explica en una entrevista con la Diócesis de Córdoba.

Su llamada a la vida religiosa se produjo paradójicamente durante el velatorio de un bebé de una familia que conocía. Sor Brígida cuenta que “acogiendo la fe que me han transmitido mis padres, a los 16 años de edad formé parte de una comunidad del Camino Neocatecumenal. Una hermana de la comunidad de ellos, dio a luz a una niña la cual salió del vientre materno sin vida. Antes de darle cristiana sepultura me dispuse a leer la lectura del Oficio del libro de Las Lamentaciones que dice: ‘Bueno es esperar en silencio la salvación de Dios’ (Lm. 3,26). Palabra proclamada como espada de doble filo porque traspasó mi corazón y no dejó de resonar durante mucho tiempo en mi interior. Poco a poco me fui dando cuenta que el Señor me quería para Él, hasta que ya no me pude resistir”.

Antes de ingresar en el convento asegura que llevaba una vida normal de cualquier joven ‘de mi tiempo’ que ríe, baila, canta, sueña, grita, llora, que se rebela, se enfada, no se siente comprendido…, además de llevar un itinerario de fe, había una cierta insatisfacción, amargura y aburrimiento por falta de ideales o metas ‘más allá’ de lo que mis cortas luces podían aspirar y que se quedaban un poco frustradas a pesar de haberlas logrado”.

Sor Brígida cuenta que con 21 años tenía un buen trabajo y estudiaba por la noche en la Universidad, salía de paseo con sus amigos y hermanos de comunidad y tenía un ambiente familiar era muy hogareño, alegre, sano. Aparentemente no me faltaba nada pero asegura: “mi sed no era saciada. Siempre quedaba un vacío existencial que nadie llenaba”.

“Antes tenía una noción un poco ensombrecida sobre ¡quién soy yo, quién es Dios para mí, y en mi vida, para qué vivo, por qué existo! Creía en Dios, ¡sí!, pero mi vida no había sido completamente transformada, me faltaba algo. Comprendí que a pesar de haber recibido una tradición de fe, era necesario responder y optar por mí misma, esa es la diferencia. La fe es vivencial, existencial. Ahora, después de un tiempo de caminar en la vida monástica -relativamente corto pero con la esperanza de dar fruto-, e ir profundizando en mi relación con Dios, puedo decir que Él es mi Padre, que tiene un rostro, el de su Hijo Jesucristo. Imagen suya soy”, añade.

Acerca de su llegada a esta congregación, esta hermana cisterciense confiesa que se sintió identificada con ella: “el Señor me lo fue indicando por medio de las mediaciones humanas que puso por ‘guías’ en mi camino. Cuando conocí la vida monástica, me encontré a mí misma, ¡era lo que buscaba muchas veces sin saberlo! Sus elementos y frutos: la soledad, el silencio, la rumia de la Sagrada Escritura en la lectio Divina, el Oficio Divino, las sentencias (apotegmas) de los padres del desierto, el trabajo manual, la ascesis, el combate espiritual, todos ellos vivido en Comunidad vibraban en mí cuando lo iba descubriendo”.

Por último, esta cisterciense explica su día a día en el monasterio: “nos levantamos a las 4:30 para la oración de vigilias que comienza a las 5 de la madrugada, y termina a las 9 de la noche con el rezo de completas y la salve cisterciense. El resto del día está jalonado por el horario que va indicando lo que hay que ‘ser y hacer’; puede parecer un poco rutinario, pero es completamente nuevo. Lo ilumina la Palabra de cada día, la Eucaristía celebrada y recibida, las hermanas que me acompañan y los acontecimientos; esto no quita que programe una serie de servicios pero ante todo está la caridad y la obediencia; y en raras ocasiones logro hacer lo que me había propuesto, es más, casi siempre hago todo lo contrario. Lo voy descubriendo, asimilando y saboreando a medida que voy caminando, es decir, a medida que voy viviendo porque estoy con Él, vivo con Él y quiero vivir siempre de Él”.