Este domingo, festividad de la Divina Misericordia, Francisco celebró la misa en la iglesia del Espíritu Santo in Sassia, santuario de la Divina Misericordia, un templo romano situado a muy poca distancia del Vaticano. Allí se venera una imagen de Santa Faustina Kowalska, la religiosa que difundió esta devoción, que le comunicó el mismo Jesucristo, en los años treinta del siglo XX.

Tras la misa, el Papa rezó allí mismo el Regina Coeli, precedido por unas palabras en las que mostró su gratitud a las Hermanas Hospitalarias de la Divina Misericordia, allí presentes junto a personal sanitario y de Protección Civil: "Vosotros representáis algunas de las situaciones en las que la misericordia se hace concreta, se vuelve cercanía, servicio, atención a las personas en dificultad", les dijo.

En su homilía, Francisco explicó cómo cambiaron los apóstoles al ser visitados por Jesucristo en los cuarenta días que pasaron entre la Resurrección y la Ascensión: fue "la resurrección de los discípulos", explicó, porque, "reanimados por Jesús, cambian de vida... Jesús los vuelve a levantar con la misericordia y ellos, misericordiados, se vuelven misericordiosos".

Y fueron misericordiados por medio de tres dones: la paz, el Espíritu Santo y las llagas.

La paz

La paz llega a unos discípulos encerrados en casa por temor y también "encerrados en sus remordimientos", porque "habían abandonado y negado a Jesús", así que "se sentían incapaces, buenos para nada, inadecuados".

Cuando Jesús se les aparece y les da la paz, "no da una paz que quita los problemas del medio, sino una paz que infunde confianza dentro. No es una paz exterior, sino la paz del corazón... Aquellos discípulos desalentados son reconciliados consigo mismos. La paz de Jesús los hace pasar del remordimiento a la misión".

Porque, en efecto, dijo el Papa, "la paz de Jesús suscita la misión. No es tranquilidad, no es comodidad, es salir de sí mismo. La paz de Jesús libera de las cerrazones que paralizan, rompe las cadenas que aprisionan el corazón"... Dios "cree en nosotros más de lo que nosotros creemos en nosotros mismos".

El Espíritu Santo

Jesús le otorga el Espíritu Santo a los discípulos "para la remisión de los pecados". Ellos "eran culpables, habían huido abandonando al Maestro. Y el pecado atormenta, el mal tiene su precio".

Pero "solos no podemos borrarlo. Sólo Dios lo quita, sólo Él con su misericordia nos hace salir de nuestras miserias más profundas. Como aquellos discípulos, necesitamos dejarnos perdonar, decir desde lo profundo del corazón: 'Perdón Señor'”.

La impresionante belleza de la iglesia del Espíritu Santo in Sassia, santuario de la Divina Misericordia.

Esa es la misión del sacramento del perdón, recordó Francisco, instando a comprender que "en el centro de la Confesión no estamos nosotros con nuestros pecados, sino Dios con su misericordia".

El Papa reiteró la importancia y necesidad de confesarse: "No nos confesamos para hundirnos, sino para dejarnos levantar. Lo necesitamos mucho, todos... Caemos con frecuencia. Y la mano del Padre está lista para volver a ponernos en pie y hacer que sigamos adelante. Esta mano segura y confiable es la Confesión. Es el Sacramento que vuelve a levantarnos, que no nos deja tirados, llorando contra el duro suelo de nuestras caídas. Es el Sacramento de la resurrección, es misericordia pura".

Las llagas

Como Tomás, el discípulo que no creyó en las apariciones de Jesús hasta que no introdujo sus dedos en las llagas de su cuerpo, nosotros "experimentamos que Dios nos ama hasta el extremo, que ha hecho suyas nuestras heridas, que ha cargado en su cuerpo nuestras fragilidades".

Las llagas de Cristo "son canales abiertos entre Él y nosotros, que derraman misericordia sobre nuestras miserias. Las llagas son los caminos que Dios ha abierto completamente para que entremos en su ternura y experimentemos quién es Él, y no dudemos más de su misericordia. Adorando, besando sus llagas descubrimos que cada una de nuestras debilidades es acogida en su ternura".

Y esto "sucede en cada Misa", recordó Francisco, pues en cada misa "Jesús nos ofrece su cuerpo llagado y resucitado; lo tocamos y Él toca nuestra vida... Todo nace aquí, en la gracia de ser misericordiados. Aquí comienza el camino cristiano. En cambio, si nos apoyamos en nuestras capacidades, en la eficacia de nuestras estructuras y proyectos, no iremos lejos. Sólo si acogemos el amor de Dios podremos dar algo nuevo al mundo".

El cambio de los discípulos y nuestro cambio

Estos tres dones cambiaron a los discípulos, que "se volvieron misericordiosos", compartían sus bienes ("no es comunismo, es cristianismo en estado puro", precisó el Papa) y descubrieron que "tenían en común la misión": esto es, "curar las llagas de los necesitados", porque en ellas "ven a Jesús".

"Hermana, hermano, ¿quieres una prueba de que Dios ha tocado tu vida? Comprueba si te inclinas ante las heridas de los demás", concluyó Francisco: "Hoy es el día para preguntarnos: 'Yo, que tantas veces recibí la paz de Dios, que tantas veces recibí su perdón y su misericordia, ¿soy misericordioso con los demás? Yo, que tantas veces me he alimentado con el Cuerpo de Jesús, ¿qué hago para dar de comer al pobre?'. No permanezcamos indiferentes. No vivamos una fe a medias, que recibe pero no da, que acoge el don pero no se hace don. Hemos sido misericordiados, seamos misericordiosos. Porque si el amor termina en nosotros mismos, la fe se seca en un intimismo estéril. Sin los otros, se vuelve desencarnada. Sin las obras de misericordia, muere".