En la fiesta de la festividad del Padre Pío, el Papa Francisco celebró la Eucaristía en la basílica de San Pedro con los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa.

El Pontífice quiso hacer una homilía muy centrada en las grandes preocupaciones del continente y por ello habló de cómo la Palabra les interpelaba “como cristianos y pastores en Europa”. Como hace habitualmente, Francisco se centró en tres palabras: reflexionar, reconstruir y ver.

Empezando por la primera, el Papa se preguntó: “¿En qué aspectos del propio comportamiento debía reflexionar el pueblo de Dios?”. Y por ello, señaló que  “esta invitación a reflexionar nos interpela también hoy a nosotros cristianos en Europa, que tenemos la tentación de permanecer cómodamente en nuestras estructuras, en nuestras casas, en nuestras iglesias, en nuestras seguridades que nos dan las tradiciones, en la satisfacción de un cierto consenso, mientras los templos a nuestro alrededor se vacían y Jesús es cada vez más olvidado”.

Ante esta situación el Papa exclamó que “¡cuántas personas ya no tienen hambre y sed de Dios!”. Y aclaró que “no es que sean malas, sino que les falta alguien que les abra el apetito de la fe y despierte esa sed que hay en el corazón del hombre”.

Es cierto que esto nos preocupa, pero, ¿hasta qué punto nos hacemos cargo realmente? Es fácil juzgar al que no cree, es cómodo enumerar los motivos de la secularización, del relativismo y de tantos otros ismos, pero en realidad es estéril”, agregó.

Para el Papa el problema en Europa puede ser –según sus mismas palabras- “focalizarnos en las diversas posiciones que hay en la Iglesia, en los debates, agendas y estrategias, y perder de vista el verdadero programa, el del Evangelio: el impulso de la caridad y el ardor de la gratuidad. El camino para salir de los problemas y de las cerrazones es siempre el camino del don gratuito. No hay otro. Reflexionemos sobre esto”.

El segundo término que trató fue el de “reconstruir”. Hablando de la Iglesia, Francisco señaló que “para hacerla hermosa y acogedora es necesario mirar juntos al futuro, no restaurar el pasado. Lamentablemente, está de moda el "restauracionismo" del pasado que nos mata, nos mata a todos. Ciertamente, debemos comenzar desde los cimientos, desde las raíces, -esto es verdad-, porque es a partir de allí que se reconstruye: de la tradición viva de la Iglesia, que nos fundamenta en lo esencial, en el buen anuncio, la cercanía y el testimonio. Se reconstruye a partir de los cimientos de la Iglesia —la de los orígenes y la de siempre—, de la adoración a Dios y del amor al prójimo, no de los propios gustos particulares, no de los pactos y negociaciones que podemos hacer ahora, para defender la Iglesia o defender la cristiandad”.

“Alentémonos, sin ceder nunca por el desaliento y la resignación. Estamos llamados a una obra maravillosa, a trabajar para que su casa sea cada vez más acogedora, para que cada uno pueda entrar y quedarse, para que la Iglesia tenga las puertas abiertas a todos y ninguno tenga la tentación de dedicarse solamente a mirar y cambiar las cerraduras. Las pequeñas cosas delicadas, y miren que estamos tentados. No, el cambio pasa por otro lado, viene desde las raíces. La reconstrucción pasa por otro lado”, recalcó Francisco.

Además, en su homilía quiso también incidir en que toda reconstrucción se lleva a cabo con los demás, en el signo de la unidad. Juntos. Puede haber visiones diferentes, pero siempre hay que salvaguardar la unidad. Porque, si conservamos la gracia del conjunto, el Señor construye también allí donde nosotros no llegamos. La gracia del conjunto. Es nuestra llamada: ser Iglesia, un solo cuerpo entre nosotros. Es nuestra vocación como pastores: congregar al rebaño, no hacer que se disperse, y mucho menos preservarlo en hermosos recintos cerrados”.

Y por último habló del verbo ver. “Muchos en Europa piensan que la fe es algo ya visto, que pertenece al pasado. ¿Por qué? Porque no han visto a Jesús obrar en sus vidas. Y a menudo no lo han visto porque nosotros, con nuestras vidas, no se los hemos mostrado lo suficiente. Porque Dios se ve en los rostros y en los gestos de hombres y mujeres transformados por su presencia. Y si los cristianos, más que irradiar la alegría contagiosa del Evangelio, vuelven a proponer esquemas religiosos desgastados, intelectualistas y moralistas, la gente no ve al Buen Pastor”, explicó Francisco.

De hecho, recordó que Cristo “no nos pide demostrar, nos pide mostrar a Dios, como lo hicieron los santos; no con palabras, sino con la vida. Requiere oración y pobreza, creatividad y gratuidad. Ayudemos a la Europa de hoy, enferma de cansancio, esta es la enfermedad de Europa hoy, a volver a encontrar el rostro siempre joven de Jesús y de su esposa. Para que esta belleza imperecedera se vea, no podemos más que darlo todo y darnos totalmente”.