Este domingo la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Para conmemorarla, el Papa Francisco presidió una Eucaristía en la basílica de San Pedro donde volvió hablar de lo que lleva años defendiendo.

Como informó la Oficina de Prensa de la Santa Sede, estaban representados 49 países, de procedencia de los migrantes y refugiados, que acudieron con sus banderas respectivas, sus trajes, cantos y música tradicionales.

El Pontífice quiso pedir a la sociedad que olvide las ideas preconcebidas, no levantar muros y por el contrario “enriquecerse” con el encuentro con el otro.


“El verdadero encuentro con el otro no se limita a la acogida sino que nos involucra a todos en las otras tres acciones que resalté en el Mensaje para esta Jornada: proteger, promover e integrar”, aseguró durante su homilía.

De este modo, Francisco insistió en que en muchas ocasiones se renuncia “al encuentro con el otro” y se levantan “barreras” aunque sí reconoció que “no es fácil entrar en la cultura que nos es ajena, ponernos en el lugar de personas tan diferentes a nosotros, comprender sus pensamientos y sus experiencias”.

“Para el forastero, el migrante, el refugiado, el prófugo y el solicitante de asilo, todas las puertas de la nueva tierra son también una oportunidad de encuentro con Jesús” por lo que “su invitación ‘Venid y veréis’ se dirige hoy a todos nosotros, a las comunidades locales y a quienes acaban de llegar”, agregó el Papa, tal y como informa Aciprensa.


El Papa señaló que esta es “una invitación a superar nuestros miedos para poder salir al encuentro del otro, para acogerlo, conocerlo y reconocerlo”. Es una invitación que brinda la oportunidad de estar cerca del otro, para ver dónde y cómo vive”.

Pero también subrayó que “para quienes acaban de llegar” significa “conocer y respetar las leyes, la cultura y las tradiciones de los países que los han acogido”. “También significa comprender sus miedos y sus preocupaciones de cara al futuro. Para las comunidades locales, acoger, conocer y reconocer significa abrirse a la riqueza de la diversidad sin ideas preconcebidas, comprender los potenciales y las esperanzas de los recién llegados, así como su vulnerabilidad y sus temores”, dijo en la homilía. 


“Las comunidades locales, a veces, temen que los recién llegados perturben el orden establecido, ‘roben’ algo que se ha construido con tanto esfuerzo. Incluso los recién llegados tienen miedos: temen la confrontación, el juicio, la discriminación, el fracaso”.

“Estos miedos son legítimos –continuó el Papa–, están basados en dudas que son totalmente comprensibles desde un punto de vista humano. Tener dudas y temores no es un pecado. El pecado es dejar que estos miedos determinen nuestras respuestas, condicionen nuestras elecciones, comprometan el respeto y la generosidad, alimenten el odio y el rechazo. El pecado es renunciar al encuentro con el otro, con aquel que es diferente, con el prójimo, que en realidad es una oportunidad privilegiada de encontrarse con el Señor”.

Pata terminar, encomendó a la Virgen María “las esperanzas de todos los migrantes y refugiados del mundo, y las aspiraciones de las comunidades que los acogen, para que, conforme con el supremo mandamiento divino de la caridad y el amor al prójimo, todos podamos aprender a amar al otro, al extranjero, como nos amamos a nosotros mismos”.