Primero, en el Mar Rojo, Dios mostró que era poderoso y salvaba y amaba a su pueblo; sólo más adelante, en el Sinaí, Dios le dio una serie de leyes. Así debería suceder también en la vida espiritual de las personas, dijo el Papa, al comentar los mandamientos este miércoles en la catequesis de cada miércoles: primero debería llegar la relación con Dios, basada en el agradecimiento hacia Él y, después, eso debería llevar a conocer y cumplir los mandamientos.

Así, en Éxodo 20, antes de enunciar los mandamientos, leemos: "Yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, donde eras esclavo". Solo después de recordar que quien habla es un Dios que nos salva, que ha salvado al pueblo, empieza a enumerar: "No tengas otros dioses aparte de mí, no te hagas ningún ídolo..."

Para que el pueblo camine bien

La primera declaración, “Yo soy el Señor tu Dios”, dijo el Papa Francisco, “ilumina el decálogo de los mandamientos”. Estos, más que mandamientos, son las “palabras amorosas de Dios” a su pueblo para que camine bien.

La vida cristiana no es simplemente un obedecer normas ni cumplir deberes, dijo el Papa en italiano y en español. Tampoco depende sólo de nuestra fuerza de voluntad. Es más bien "una respuesta agradecida a un Padre generoso que nos ama y nos libera. Un corazón que ha sido tocado por el Espíritu Santo es agradecido y recuerda la bondad de Dios y los muchos beneficios que ha recibido de Él".

En italiano expresó su preocupación por los cristianos que buscan solo cumplir una lista de "deberes": pueden llegar a carecer de una relación real, personal, con Dios.

“Yo debo hacer esto, esto, esto… sólo deberes. ¡Pero te falta algo!” “El fundamento de este deber es el amor de Dios, que primero da, y luego, manda”. “Poner la ley antes de la relación no ayuda al camino de la fe”, afirmó.

No es por fuerza de voluntad: es acoger la salvación

“La formación cristiana –dijo- no se basa en la fuerza de voluntad, sino en la acogida de la salvación, en dejarse amar: primero el Mar Rojo, luego el Monte Sinaí”.

Francisco remarcó que "no nos salvamos solos", pero que de nosotros puede partir un grito de ayuda: "Señor, sálvame, enséñame el camino, acaríciame, dame un poco de alegría", rezó a modo de ejemplo. "Depende de nosotros: pedir ser liberados, del egoísmo, del pecado, de las cadenas de la esclavitud. Este grito es importante, es oración, es conciencia de lo que todavía está oprimido y no liberado en nosotros", dijo.

"Si alguien no ha hecho todavía experiencia de la acción liberadora de Dios en su vida, necesita elevar su grito al Padre como hizo el pueblo de Israel, Él siempre escucha el lamento de sus hijos y los libera". Nosotros no podemos salvarnos únicamente con nuestras propias fuerzas, pero podemos gritar pidiendo ayuda. Esto es ya una forma de oración, que brota de lo que en nosotros existe de oprimido y necesitado de libertad. Dios escucha siempre nuestro grito, pues él nos ha llamado a vivir como hijos libres y agradecidos, obedeciendo con alegría a aquel que nos ha dado mucho más de lo que nosotros podremos darle.

Con las Olimpiadas especiales

Antes de la Audiencia General, el Papa se asomó al Aula Pablo VI, desde donde siguieron la Audiencia los enfermos, para evitar el calor de Roma. Allí el Santo Padre dio la bienvenida a la delegación de la organización «Olimpiadas Especiales» (https://www.specialolympics.org), con motivo del 50 aniversario de su fundación: “El mundo de los deportes ofrece una oportunidad particular para que las personas crezcan en el entendimiento mutuo y en la amistad. Rezo para que esta Llama Olímpica sea un signo de alegría y esperanza en el Señor que otorga los dones de la unidad y la paz a todos sus hijos. Sobre todos los que apoyan los objetivos de las Olimpiadas Especiales, imploro de corazón a Dios su bendición, que él os conceda el gozo y la paz”.

Palabras especiales tuvo el Romano Pontífice hacia el grupo «Iniciativa católica para el joven sordo de América», también en el Aula: "Rezo para que vuestra peregrinación, “Un tiempo para caminar con Jesús”, os ayude a crecer en el amor a Cristo y a los demás. El Señor tiene un lugar especial en su corazón para aquellos que sufren cualquier tipo de discapacidad, y también lo tiene el Sucesor de San Pedro. Espero que vuestra permanencia en Roma sea espiritualmente enriquecedora y fortifique vuestro testimonio del amor de Dios por todos sus hijos. Mientras continúan su viaje, les pido que por favor que no se olviden de rezar por mí. Que Dios Todopoderoso los bendiga abundantemente".