Tras hablar ante miles de jóvenes y transmitirles un apasionado discurso de esperanza el Papa Francisco se reunió con los obispos de Colombia en el Palacio Cardenalicio de Bogotá. Como en otras ocasiones, el Santo Padre aprovechó su intervención para destacar que la Iglesia defiende la vida desde el vientre materno hasta su muerte natural.

De este modo, el Papa afirmó que piensa “en las familias colombianas, en la defensa de la vida desde el vientre materno hasta su natural conclusión, en la plaga de la violencia y del alcoholismo, no raramente extendida en los hogares, en la fragilidad del vínculo matrimonial y la ausencia de los padres de familia con sus trágicas consecuencias de inseguridad y orfandad”.

Tal  y como recoge Aciprensa, Francisco también recordó a los jóvenes “amenazados por el vacío del alma y arrastrados en la fuga de la droga, en el estilo de vida fácil, en la tentación subversiva”, además de los “numerosos y generosos sacerdotes y en el desafío de sostenerlos en la fiel y cotidiana elección por Cristo y por la Iglesia, mientras algunos otros continúan propagando la cómoda neutralidad de aquellos que nada eligen para quedarse con la soledad de sí mismos”.


Del mismo modo, Francisco aseguró que también pensaba “en los fieles laicos esparcidos en todas las Iglesias particulares, resistiendo fatigosamente para dejarse congregar por Dios que es comunión, aun cuando no pocos proclaman el nuevo dogma del egoísmo y de la muerte de toda solidaridad, palabra que hay que sacarla del diccionario”.

Por todo ello, el Santo Padre les alentó a conservar la serenidad y vivir la humildad de Dios y los cuestionó: “¿Qué otra cosa más fuerte pueden ofrecer a la familia colombiana que la fuerza humilde del Evangelio del amor generoso que une al hombre y a la mujer, haciéndolos imagen de la unión de Cristo con su Iglesia, transmisores y guardianes de la vida?”.

El Papa resaltó que “las familias tienen necesidad de saber que en Cristo pueden volverse árbol frondoso capaz de ofrecer sombra, dar fruto en todas las estaciones del año, anidar la vida en sus ramas”.

Francisco exhortó también a los obispos a no tener “miedo de alzar serenamente la voz para recordar a todos que una sociedad que se deja seducir por el espejismo del narcotráfico se arrastra a sí misma en esa metástasis moral que mercantiliza el infierno y siembra por doquier la corrupción y, al mismo tiempo, engorda los paraísos fiscales”.


Igualmente, el Papa alentó a los prelados a cuidar adecuadamente a los sacerdotes, sobre cuyas espaldas “frecuentemente pesa la fatiga del trabajo cotidiano de la Iglesia. Ellos están en primera línea, continuamente circundados de la gente que, abatida, busca en ellos el rostro del pastor. La gente se acerca y golpea a sus corazones”.

“Ellos deben dar de comer a la multitud y el alimento de Dios no es nunca una propiedad de la cual se puede disponer sin más”, por lo cual deben vigilar sus “raíces espirituales”.

El Papa luego les pidió no descuidar a los consagrados, ya que estos hombres y mujeres constituyen “la bofetada kerigmática a toda mundanidad y son llamados a quemar cualquier resaca de valores mundanos en el fuego de las bienaventuranzas vividas sin glosa y en el total abajamiento de sí mismos en el servicio”.

Francisco reflexionó luego sobre la Iglesia en la Amazonía, y los alentó a cuidarla ya que “Colombia no la puede amputar sin ser mutilada en su rostro y en su alma”.


En la parte final de su discurso, el Papa Francisco pidió a los obispos dirigirse espiritualmente a “Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, cuya imagen han tenido la delicadeza de traer de su Santuario a la magnífica Catedral de esta ciudad para que también yo la pudiera contemplar”.

“Así como en Chiquinquirá Dios ha renovado el esplendor del rostro de su Madre, que Él siga iluminando con su celestial luz el rostro de este entero País y bendiga a la Iglesia de Colombia con su benévola compañía. Y los bendigo a ustedes a quienes les agradezco todo lo que hacen. Gracias”, concluyó.