Una sociedad hostil, una mundanidad seductora y malos testimonios son tres elementos que alejan a los jóvenes de la vocación religiosa y debilitan las congregaciones de consagrados, religiosos y monjes y monjas.

Esos son los temas que desarrolló el Papa Francisco al recibir a los participantes en la plenaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. 

El Papa Francisco expresó su aprecio por el trabajo que realizan al servicio de la vida consagrada en la Iglesia y destacó la importancia del tema – fidelidad y abandono -  que eligieron para reflexionar sobre las dificultades del momento presente.


«El tema que han elegido es importante. Podemos decir que, en este momento, la fidelidad es puesta a prueba; lo demuestran las estadísticas que han examinado. Estamos ante una ‘hemorragia’ que debilita la vida consagrada y la vida de la misma Iglesia. El abandono en la vida consagrada nos preocupa. Es verdad, que algunos dejan por un acto de coherencia, porque reconocen, después de un discernimiento serio, que nunca tuvieron la vocación; pero, otros con el pasar del tiempo faltan a la fidelidad, muchas veces sólo pocos años después de la profesión perpetua. ¿Qué ha sucedido?».

Son «numerosos los «factores que condicionan la fidelidad -  en éste que es un cambio de época y no sólo una época de cambio, en el que resulta difícil asumir compromisos serios y definitivos» señaló  el Santo Padre, reflexionando, en particular, sobre tres de ellos: el contexto social y cultural, el mundo juvenil y las situaciones de contra-testimonio en la vida consagrada. Radio Vaticana recogió estas reflexiones.


Empezando por el primer factor, «que no ayuda a mantener la fidelidad», es decir, el de la actualidad social y cultural, el Obispo de Roma señaló que impulsa lo provisorio, que puede conducir al vivir a la carta y a ser esclavos de las modas, alimentando el consumismo, que olvida la belleza de la vida sencilla y austera, y que provoca un gran vacío existencial, con un fuerte relativismo, con valores ajenos al Evangelio:

«Vivimos en una sociedad donde las reglas económicas sustituyen las reglas morales, dictan leyes e imponen sus propios sistemas de referencia en detrimento de los valores de la vida; una sociedad donde la dictadura del dinero y del provecho propugna una visión de la existencia que descarta al que no rinde. En esta situación, está claro que uno debe dejarse evangelizar antes, para luego comprometerse en la evangelización».


En el segundo punto dedicado al mundo juvenil, recordando que no faltan jóvenes generosos, solidarios y comprometidos en ámbito religioso y social, el Papa se refirió asimismo a los desafíos que afronta la juventud y alentó a contagiar la alegría del Evangelio:

«Hay jóvenes maravillosos y no son pocos. Pero, también entre los jóvenes hay muchas víctimas de la lógica de la mundanidad, que se puede sintetizar así: búsqueda de éxito a cualquier precio, del dinero fácil y del placer fácil. Esta lógica seduce también a muchos jóvenes. Nuestro compromiso no puede ser otro que el de estar a su lado, para contagiarlos con la alegría del Evangelio y de la pertenencia a Cristo. Hay que evangelizar esa cultura si queremos que los jóvenes no sucumban».


En el tercer factor, «que proviene del interior de la vida consagrada, donde al lado de tanta santidad no faltan situaciones de contra-testimonio», el Santo Padre reiteró la centralidad de Jesús, en la misión profética de los consagrados:

«Si la vida consagrada quiere mantener su misión profética y su fascinación y  seguir siendo escuela de fidelidad para los cercanos y los lejanos (cfr Ef 2,17) debe mantener el frescor y la novedad de la centralidad de Jesús, la atractiva de la espiritualidad y la fuerza de la misión, mostrar la belleza del seguimiento de Cristo e irradiar esperanza y alegría».

En su denso discurso, el Papa puso de relieve asimismo la importancia de la vida fraterna en la comunidad, alimentada en la oración, la Palabra, los Sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación. Sin olvidar, la cercanía a los pobres y la misión en las periferias existenciales, contemplando siempre al Señor y caminando según el Evangelio y alentando la preparación de acompañadores cualificados en la vida consagrada y el discernimiento.