En el Angelus de este domingo en la Plaza de San Pedro, el Papa comentó el Evangelio del día, la curación de un sordomudo (Mc 7, 31-37) a quien libera diciéndole Effatá [Ábrete] y con unos gestos (tocándole los oídos con los dedos y con un poco de saliva en la lengua) que remiten a la Encarnación: "El Hijo de Dios es un hombre plenamente integrado en la realidad humana, por lo tanto, puede comprender la condición dolorosa de otro hombre e interviene con un gesto en el que está implicada toda su propia humanidad".

El bien que hizo Jesús, como en este caso (alejó al sordomudo de la multitud), fue "siempre con discreción. No quiere impresionar a la gente, no está en la búsqueda de popularidad o éxito, sino que sólo quiere hacer el bien a las personas. Con esta actitud, Él nos enseña que el bien debe hacerse sin clamores y sin ostentación, sin hacer sonar la trompeta, debe realizarse en silencio".

El Papa recordó además que la curación que necesita el hombre no es solamente de sus males corporales, sino sobre todo de su alma: "Es la sanación del miedo que nos empuja a marginar a los enfermos, a los que sufren, a los discapacitados".

Francisco advirtió de que hay muchas maneras de marginar, incluso a través de una "pseudo lástima" que experimentamos por el otro, o con la tendencia directa a eliminar el problema: "Nos quedamos sordos y mudos ante los dolores de las personas marcadas por enfermedades, angustias y dificultades. Demasiadas veces el enfermo y el sufriente se convierten en un problema, mientras que deberían ser una oportunidad para mostrar la preocupación y la solidaridad de una sociedad hacia los más débiles".

Con este milagro, por el contrario, "Jesús nos reveló el secreto de un milagro que también nosotros podemos repetir, convirtiéndonos en protagonistas de 'Effatá', de esa palabra 'Ábrete' con la que Él devolvió la voz y el oído al sordomudo": "Es precisamente el corazón, es decir, el núcleo profundo de la persona, lo que Jesús vino a 'abrir', a liberar, a hacernos capaces de vivir plenamente nuestra relación con Dios y con los demás. Él se hizo hombre para que el hombre, sordomudo interiormente por el pecado, pueda escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón, y así aprenda a hablar, a su vez, el lenguaje del amor, traduciéndolo en gestos de generosidad y entrega".