El Papa habló este jueves durante su homilía en la misa que presidió en Santa Marta sobre la importancia de una buena confesión, y para ello dio algunas claves para acudir a este sacramento.

Sus palabras vinieron al hilo del Evangelio del día en el que Jesús invita a Pedro a subir a la barca y a que eche las redes. Este es el apóstol que dijo: “Señor, aléjate de mí porque soy un pecador”.

Acusarse a sí mismo

Para el Papa, “este es el primer paso decisivo de Pedro en el camino del discipulado, de discípulo de Jesús, acusarse a sí mismo: ‘soy un pecador’. El primer paso de Pedro es este y también el primer paso de cada uno de nosotros, si se quiere seguir en la vida espiritual, en la vida de Jesús, servir a Jesús, seguir a Jesús, debe ser esto, acusarse a sí mismo: sin acusarse a sí mismo no se puede caminar en la vida cristiana”.

Aún así, Francisco reconoció que “no es fácil”, porque “estamos muy acostumbrados a decir: ‘soy un pecador’, pero de la misma manera que decimos: ‘soy humano’ o ‘soy ciudadano italiano’. Acusarse a sí mismo es sentir la propia miseria: ‘sentirse miserable’, mísero, ante el Señor. Se trata de sentir vergüenza. Es algo que no se hace de palabra, sino con el corazón, es decir, es una experiencia concreta como cuando Pedro pide a Jesús alejarse de él pecador”.

¿Cómo me confieso?

De este modo, el Santo Padre añadió, tal y como recoge Aciprensa, que “hay gente que vive hablando mal de los demás, acusando a los otros, y nunca piensa en sí mismo, y cuando voy a confesarme… ¿cómo me confieso?, ¿como los loros?”. “Bla, bla, bla. He hecho esto, esto…”. Pero, ¿te toca el corazón lo que has hecho? Muchas veces no. Vas allí a maquillarte un poco para salir guapo. Pero no ha entrado en tu corazón completamente, porque no has dejado espacio, porque no has sido capaz de acusarte a ti mismo”.

Igualmente, Francisco explicó que “una señal de que una persona no sabe, de que un cristiano no se sabe acusar a sí mismo es cuando está acostumbrado a acusar a los demás, a hablar mal de los otros, a meter sus narices en la vida de los otros”.

“Es una mala señal”, dijo. “¿Yo hago esto? Es una buena pregunta para llegar al corazón. Pidamos hoy al Señor la gracia, la gracia de encontrarnos delante a Él con este estupor que da su presencia y la gracia de sentirnos pecadores, pero concretos y decir como Pedro: ‘aléjate de mí porque soy un pecador’”.