El Papa recibió este viernes en la Sala Clementina del Palacio Vaticano a los miembros del Centro de Estudios Rosario Livatino, que recibe su nombre del juez Rosario Livatino, asesinado por la mafia en Agrigento (Sicilia) el 21 de septiembre de 1990. Tenía 38 años y era miembro de Acción Católica. Juan Pablo II se refirió a él como "mártir de la justicia e indirectamente de la fe", y en 2011 se abrió su proceso de beatificación, concluido en 2018 en su fase diocesana.

Según Francisco, Livatino "sigue siendo un ejemplo, sobre todo para aquellos que llevan a cabo el exigente y complicado trabajo de juez". Cuando fue asesinado, "se ocupaba de la incautación y confiscación de bienes de origen ilegal adquiridos por los mafiosos. Lo hacía de manera inatacable, respetando las garantías de los acusados, con gran profesionalidad y con resultados concretos: por eso la mafia decidió eliminarlo".

Tras destacar "la coherencia entre su fe y su compromiso con el trabajo", Francisco citó su clara postura de 1986 ante la eutanasia, que ya empezaba a debatirse entonces: "En una conferencia, refiriéndose a la cuestión de la eutanasia, y retomando las preocupaciones que un parlamentario laico de la época tenía por la introducción de un supuesto derecho a la eutanasia, hizo esta observación: «Si la oposición del creyente a esta ley se funda en la convicción de que la vida humana... es un don divino que no es lícito que el hombre asfixie o interrumpa, igualmente motivada es la oposición del no creyente, que se basa en la convicción de que la vida está protegida por la ley natural, que ningún derecho positivo puede violar o contradecir, ya que pertenece a la esfera de los bienes 'indisponibles', que ni los individuos ni la comunidad pueden atacar»".

Francisco añadió que la posición de Livatino como magistrado estaba "lejos de las sentencias que, sobre el tema del derecho a la vida, a veces se pronuncian en los tribunales, en Italia y en muchos sistemas democráticos. Pronunciamientos según los cuales el principal interés de una persona discapacitada o anciana sería morir en vez de curarse; o que -según una jurisprudencia que se define a sí misma como 'creativa'- inventan un 'derecho de morir' sin ningún fundamento jurídico, debilitando así los esfuerzos por aliviar el dolor y no abandonar a sí misma a la persona que se encamina a terminar su existencia.

El Papa también aludió al asentamiento en la jurisprudencia de una tendencia que permite al juez reinterpretar las leyes a su antojo: "También en este sentido, la relevancia de Rosario Livatino es sorprendente, porque capta las señales de lo que surgiría más claramente en las décadas siguientes, no sólo en Italia, es decir, la justificación de la intromisión del juez en ámbitos no propios, especialmente en materia de los denominados “nuevos derechos”, con sentencias que parecen preocuparse por satisfacer deseos siempre nuevos, desancladas de cualquier límite objetivo.

Livatino también comprendió la grandeza de la misión del juez, en la cual, según le citó "puede encontrar una relación con Dios. Una relación directa, porque hacer justicia es realización de uno mismo, es oración, es dedicación de uno mismo a Dios".

Francisco concluyó recordando que, tras su muerte, en numerosos papeles de Livatino se encontró una nota al margen "que al principio parecía misteriosa: S.T.D. Pronto se descubrió que era el acrónimo que atestiguaba el acto de entrega total que Rosario hacía con frecuencia a la voluntad de Dios: S.T.D. son las iniciales de sub tutela Dei. Espero que sigáis sus huellas, en esta escuela de vida y de pensamiento".