El Papa Francisco celebró en la basílica de San Pedro una Eucaristía por la Jornada de la Vida Consagrada en cuya homilía pidió a los consagrados renovar “con entusiasmo" su "consagración”.

“Preguntémonos qué motivaciones impulsan nuestro corazón y nuestra acción, cuál es la visión renovada que estamos llamados a cultivar y, sobre todo, tomemos en brazos a Jesús”, dijo el Papa a los consagrados allí presentes.

De este modo, el Santo Padre recordó que “si a los consagrados nos faltan palabras que bendigan a Dios y a los otros, si nos falta la alegría, si desaparece el entusiasmo, si la vida fraterna es sólo un peso, si falta el asombro, no es porque seamos víctimas de alguien o de algo, el verdadero motivo es porque ya no tenemos a Jesús en nuestros brazos”.

Y recalcó que “cuando los brazos de un consagrado, de una consagrada, no abrazan a Jesús, abrazan el vacío, que intentan llenar con otras cosas. Abracen a Jesús, esta es la receta de la renovación”.

En su opinión, cuando no se tiene a Jesús el consagrado “se encierra en la amargura” y dijo que “es triste” ver a consagrados “amargados”, que “siempre se quejan de algo, del superior, de la cocina, si no tienen una queja, no viven”.

“Hay gente que está amargada por las quejas por las cosas que no van bien, en un rigor que nos hace inflexibles, en aires de aparente superioridad. En cambio, si acogemos a Cristo con los brazos abiertos, acogeremos también a los demás con confianza y humildad”, añadió en su homilía el Papa.

Este es el modo –dijo- de que  los “conflictos no exasperan, las distancias no dividen y desaparece la tentación de intimidar y de herir la dignidad de cualquier hermana o hermano se apaga. Abramos, pues, los brazos a Cristo y a los hermanos. Allí está Jesús”.

Francisco lanzó varias preguntas a los consagrados: “¿de quién nos dejamos principalmente inspirar? ¿Del Espíritu Santo o del espíritu del mundo?”. Estas son preguntas que según el Papa todos deben hacerse.

“Mientras el Espíritu lleva a reconocer a Dios en la pequeñez y en la fragilidad de un niño, nosotros a veces corremos el riesgo de concebir nuestra consagración en términos de resultados, de metas y de éxito. Nos movemos en busca de espacios, de notoriedad, de números. Es una tentación”, advirtió.

Sin embargo, el Papa señaló que el Espíritu “no pide esto” sino que “desea que cultivemos la fidelidad cotidiana, que seamos dóciles a las pequeñas cosas que nos han sido confiada”.

“Preguntémonos, hermanos y hermanas, ¿qué es lo que anima nuestros días? ¿Qué amor nos impulsa a seguir adelante? ¿El Espíritu Santo o la pasión del momento? ¿Cómo nos movemos en la Iglesia y en la sociedad? A veces, aun detrás de la apariencia de buenas obras, puede esconderse el virus del narcisismo o la obsesión de protagonismo. En otros casos, incluso cuando realizamos tantas actividades, nuestras comunidades religiosas parece que se mueven más por una repetición mecánica -hacer las cosas por costumbre, solo por hacerlas- que por el entusiasmo de entrar en comunión con el Espíritu Santo. Examinemos hoy nuestras motivaciones interiores, discernamos las mociones espirituales, porque la renovación de la vida consagrada pasa sobre todo por aquí, pasa sobre todo por aquí”, añadió el Papa.

Puedes leer aquí la homilía íntegra del Papa (en italiano)