Llama poderosamente la atención que muchos materialistas consideren una y otra vez la religión como una cuestión política. Más curiosidad despierta aún su pertinaz inconsecuencia, pues si la cuestión teológica fuera una cuestión política, deberían ser los más incandescentes súbditos de Jesucristo y someterse a la Ley de Dios en este mundo.

Expliquémonos. Con alusiones de politiquería, los hijos putativos de la materia reducen la teología a los asuntos terrenales. Esa síntesis les debería forzar a impeler al rey Ungido a que demuestre el porqué de su realeza.

Uno de nuestros hombres de oro, don Francisco de Quevedo, ya justificó la realeza de Cristo y avisaba en su Política de Dios, Gobierno de Cristo que aunque quien pide el reino de Dios lo recibe, “no todos los que parece que piden, piden “. El aspirante que pida entrar en el reino ha de hacerlo con vocación de servicio y no de prejuicio, porque “quien todo lo pide, no ruega, solo tienta”, solía decir don Francisco. Los materialistas acostumbran a preguntar retóricamente donde está el rey, con ánimo de recusar su reino. Pero un materialista consecuente interpelaría a los súbditos a que el Ungido demuestre sus dotes de eutaxia y holización: palabros ilustrados que emplean los materialistas para definir, respectivamente, el buen orden y la eliminación total de privilegios entre los súbditos.

Ocurre que la realeza de Cristo se enseña, no en los laboratorios quiméricos de la razón, sino con el uso de la razón liberada de los laboratorios quiméricos. Lo hicieron así padres y doctores de la Iglesia. San Anselmo empezó por acotar que Dios es aquello más allá de lo cual nada puede pensarse. Entonces, ¿cómo no va a ser Cristo el rey más allá del cual nada puede regirse, tras haber reinado, obrado y enseñado a los hombres mucho más allá de lo que podían imaginar? ¿Se olvidan de que reinó hasta en el Calvario, y en la Cruz, flanqueado por ladrones? Como bien sentencia uno de nuestros hombres de oro, si ya es difícil encontrar a quien de la vida por un justo, Él la dió por todos los pecadores y enseñó a todos los monarcas el método de la justicia real.

Francisco de Quevedo tenía un apotegma para los incrédulos: “Que fue rey, que lo supo ser solamente entre todos los reyes, que no ha habido rey que lo sepa ser, si no Él solo “, es decir, por sí mismo, sin parlamentos, ni constituciones, ni ideologías, ni validos, ni validaciones. Todavía refresca Quevedo aún más la memoria de los descreídos: “Reyes le adoraron como rey“. Único rey que, nacido de la Inmaculada Concepción, no fue vasallo de ninguna pasión, ni esclavo de ningún vicio.

Pero los hijos putativos de la materia no se conformarían solo con la lección de eutaxia celestial que recuerda Quevedo, por encima de la cual no hay eutaxia que pueda imaginarse, y exigirían la supresión de todos los privilegios del Ungido, clamando a la voz de "¡Holización! ¡Holización!" A lo que Quevedo respondería con otro cubo de agua fría: “No tuvo sujeción a carne ni sangre”.

¡Cuánta razón tenía don Francisco! Pues ¿acaso no dijo que su madre y sus hermanos son los que hacen la voluntad del Padre? Su cargo estuvo por encima de todo, solo vivió para ser rey, y aún vive para sus ovejas, para que “todas las que le asistan le sean semejantes“. ¿Les parece poca holización, a sus señorías materialistas, que Cristo prepare para todas las ovejas la misma puerta angosta? ¿Les parece poca eutaxia a sus señorías que el Ungido reine con justicia y probidad tan perfectas que, como dijo San Cirilo, ningún sucesor le pueda sacar del reino? El único rey que, “con poco", dice Quevedo, "harta a los que le siguen”. ¡Ay de los materialistas incongruentes, que se niegan a aceptar la eutaxia de Cristo, mayor de la cual ninguna puede darse! ¡Qué será de los que reniegan de la holización del Ungido mayor de la cual ninguna puede obrarse!

Perdidas por completo las causas de la eutaxia y laholización, a los más acérrimos hijos putativos de la materia (cuerdos de atar) les queda recusar al rey exigiendo la locura holizadora de sentarse a su diestra. Pero si en la vida no es más el que no hace más, solo puede ser más el que hace más. Solo Cristo (parafraseando a Oscar Wilde) llevó y lleva sobre sus hombros toda la carga del mundo. No hay prerrogativa alguna en el título de verdadero Dios y verdadero Hombre. Entonces, ¿es posible que los materialistas pretendiesen sentarse a su diestra, sin beber Su cáliz ni morir Su muerte? Sería la constatación quevediana de que quien todo lo pide, tienta y no ruega.

 ¡Ay, herederos descastados de los hombres de poca fe! ¿No será que cuando exigíais que los súbditos os trajeran al rey a rastras, en realidad solo queríais la república que tantos males ha causado a vuestro prójimo? Sólo sometiéndoos al gobierno de Cristo entenderéis la política de Dios; de lo contrario, tal como escribió don Francisco de Quevedo, en las repúblicas enfermas os aguarda la eutaxia de Satanás.