Mi hijo Jaime, el quinto de la saga familiar, tiene una extrañísima afición: seguir la evolución del mercado del oro y sus precios, de la misma manera que otros leen «Marca» todos los días, aunque no vayan jamás a un estadio de fútbol. Son grandes deportistas de papel o de los partidos televisados. Mi hijo tiene, al menos, la remota excusa de que la mujer trabaja en una importante empresa de joyería, que depende de los cambios del mercado del metal precioso.
 
Pues, bien, Jaime, que bucea en Internet, en cuyo manejo es una fiera, aparte de dominar el inglés, mantiene cruce de correos con importantes centros del mundo del oro, que le han descubierto datos que son realmente toda una sorpresa y una demostración palmaria de la monumental estafa de que somos objeto los ciudadanos de la gran mayoría de los países del planeta, tras sustituir el patrón oro por los papelines verdes o de cualquier otro color, que los bancos centrales emiten en régimen de monopolio absoluto al servicio del gobierno de turno. Dicen que eso es dinero, que tiene el valor que lleva impreso, dinero por la cara sin nada tangible que lo respalde. Ni los trileros o los del toco mocho inventaron nada igual y tan perverso para asaltar el bolsillo del desprevenido y confiado ciudadano. ¡Manos arriba, esto es un atraco!
 
El patrón oro fue eliminado por el presidente norteamericano Richard Nixon (19691974), todo un genio de las finanzas, para afrontar la crisis económica de los años setenta, disparando la circulación monetaria y la inflación, en cuya burbuja vivimos todavía por la irresponsabilidad de bancos centrales y gobiernos, causantes de la tremenda crisis que sufrimos ahora, tanto mayor cuanto más irresponsable e incompetente es un gobierno, caso del español. Según los datos que me aporta mi hijo, publicados por la revista DGC Magazine (Digital Gold Currency Magazine, ), citando como fuente a Jeff Clarck, editor del Casey’s Golds & Resource Report, en uno de los informes periódicos que publica Casey’s Research para los inversores inscritos en esta página web sobre mercados de materias primas, metales preciosos, sector tecnológico, etc., los mercados han evolucionado del siguiente modo:
 
En 1935, cuando la onza de oro (31’10 gramos) valía 35 dólares:
 
1. Un traje de calidad media alta, costaba 19,75 dólares (0’56 onzas de oro).
2. Un coche familiar costaba unos 500 dólares (14’3 onzas de oro).
3. Una vivienda familiar media costaba 7.150 dólares (204’2 onzas de oro).
 
En la actualidad, con la onza de oro por encima de los mil dólares:
 
1. Un traje de calidad media alta cuesta 600 dólares (0’56 onzas de oro).
2. Un coche familiar cuesta 15.000 dólares (14’2 onzas de oro).
3. Una vivienda familiar media cuesta 181.000 dólares (204’6 onzas de oro).
 
Además, James Turk, fundador de Gold Money (empresa dedicada a la venta electrónica de oro), publicó en CMRE (Committee for Monetary Research and Education, Inc.) un estudio monográfico en enero de 2006 titulado The Barbarous Relic. It is Not GAT You Think, en el que aparece una gráfica que reproduzco al final, donde se aprecia el precio del petróleo desde el año 1945 hasta el 2005, en dólares y en gramos de oro. El precio en dólares se disparó a partir de 1971, cuando se suprimió definitivamente el patrón oro en EE.UU. Sin embargo, estimado en oro, el precio del crudo que permaneció prácticamente estático desde el fin de la segunda guerra mundial hasta principio de los setenta, se volvió más volátil, aunque sin grandes alteraciones. Entonces, ¿qué ha cambiado para que los precios de las cosas medidos en papelines se hayan disparado a las nubes? Simplemente que los gobiernos y sus bancos centrales dan como locos a la maquinita provocando la inflación, que es una manera ignominiosa y subterránea de robar a la gente, como unos salteadores de caminos cualquiera, pero sin el riesgo de ser perseguidos por la Guarida Civil, porque los gobernantes son a la vez los ladrones, los criminales y los mandos policiales, el eterno problema del Estado depredador, manirroto y cruel. Es el gran drama político, económico y moral de nuestro tiempo.