La Santa Sede hizo pública el 20 de octubre, la constitución de una fórmula eclesial especial para acoger a todos los anglicanos que han solicitado recientemente su ingreso en la Iglesia Católica. Se trata de unos cuatrocientos mil fieles anglicanos, acompañados de unos mil sacerdotes y de varias decenas de sus obispos.
 
No es la primera vez que acontece un fenómeno masivo de conversiones al catolicismo procedentes de la Iglesia Anglicana. Sin embargo, en el caso presente, la novedad estriba en la forma con la que la Santa Sede ha decidido acoger a estos conversos, permitiendo que conserven buena parte de sus tradiciones eclesiales y litúrgicas, y creando para ello una estructura canónica que facilitará el camino a cuantos puedan solicitar en el futuro su «retorno a casa».
Cuando el Sínodo General de la Iglesia Anglicana autorizó en el año 1992 el sacerdocio femenino, se suscitó un debate dentro algunos sectores de nuestra propia Iglesia, en el que algunos juzgaban como excesivamente rigorista el principio católico de la transmisión íntegra de la Tradición: ¿No se estaba exagerando al afirmar que no tenemos autoridad para cambiar nada de la Tradición recibida de Cristo? ¿No era excesiva la sospecha de que la modificación de algún aspecto puntual, habría de terminar por adulterar el depósito de la fe?
 
Han pasado diecisiete años desde entonces, y en el Sínodo General de la Iglesia Anglicana celebrado este año, se ha terminado por asumir, en la práctica, la ideología de género, al aceptar la ordenación de clérigos abiertamente homosexuales, que viven en pareja. Es de suponer, que pronto se realizará la «acomodación» del matrimonio a la «ideología de moda».
 
¡Cuántas enseñanzas nos ofrece la historia! En estos tiempos de secularización, los católicos deberíamos aprender algo muy importante de estos conversos que hoy llaman a las puertas de nuestra Iglesia: el valor del depósito de la Tradición. Sin la Tradición –cuya estima compartimos con la Iglesia Ortodoxa- la fe termina por disolverse en las ideologías del momento.
 
Cerca de mil clérigos anglicanos van a recibir el sacramento del Orden Sacerdotal, integrándose en nuestra Iglesia Católica a través de un «Ordinariato personal», gobernado por alguno de sus clérigos u obispos. Los clérigos que estaban casados, seguirán viviendo su compromiso matrimonial, adquirido con anterioridad a su conversión, al mismo tiempo que ahora ejercerán el sacerdocio católico.
 
Asimismo, los nuevos candidatos al sacerdocio que ingresen en sus seminarios a partir de ahora, asumirán el celibato, como el resto de los presbíteros católicos de rito occidental. En este primer momento, la elección de los obispos responsables de estos Ordinariatos, se realizará entre los clérigos u obispos célibes provenientes del anglicanismo.
 
Se trata de una solución muy razonable que, al mismo tiempo que se muestra respetuosa y responsable con la situación de partida de estos clérigos casados, también demuestra la gran estima de los conversos por el celibato. Una actitud tan positiva, debería cuestionar a quienes entre nosotros habían llegado a pensar que el celibato no tenía futuro. Sin embargo, es notorio que el celibato es un don de Dios que reafirma en gran medida el sentido vocacional del sacerdocio. ¡Cuánto nos ayuda el «desposorio con Cristo» para poder vivir el ministerio sacerdotal como un auténtico «desposorio con la Iglesia»!
             
¿Cómo puede afectar todo este proceso al diálogo ecuménico? ¿No podría ser interpretado, tal vez, como una estrategia proselitista de la Iglesia Católica, que se aprovecha de la grave crisis que padece la Iglesia Anglicana, para “robarle” sus fieles?
 
Lo cierto es que, el Arzobispo anglicano Primado de la Iglesia de Inglaterra, Rowan Williams, y el Arzobispo católico de Westminster, Gerard Nichols, ofrecieron el mismo día que se hizo pública, una rueda de prensa conjunta, en la que elogiaron este camino emprendido. Sus palabras fueron muy esclarecedoras: «Se trata de un reconocimiento de la sustancial convergencia en la fe, doctrina y espiritualidad entre la Iglesia católica y la tradición anglicana». «Sin los diálogos de los pasados 40 años este reconocimiento no habría sido posible».
 
En resumen, este «paso de gigante» al que estamos asistiendo, ha dejado patente que el concepto de «ecumenismo» no es antagónico al de «conversión». Muy al contrario, el verdadero ecumenismo es el que posibilita que las conversiones no sean puestas sistemáticamente bajo la sospecha de proselitismo, sino que sean reconocidas como la culminación del proceso del diálogo ecuménico.
 
Esperamos expectantes la beatificación del Cardenal John Henry Newman (18011890), que tendrá lugar en mayo de 2010. Su figura es un estímulo para todos aquellos que buscan con pasión la Verdad, y están dispuestos a abrazarla con todas las consecuencias, una vez encontrada. Suya es la siguiente expresión, que ojalá pudiéramos hacer nuestra: «En mi vida no he pecado nunca contra la luz».