Cuentan quienes han conocido los campos de batalla que lo que te permite como soldado soportar los rigores del combate y cumplir ese deber contra el cual te alerta tu instinto de supervivencia es la actitud de tu capitán: la certeza de que comparte tu destino; de que encabeza la acción, sabe lo que hay que hacer y te dirige; de que no teme caer contigo ni caer, incluso, antes que tú.

Los obispos de Alcalá de Henares y Getafe han demostrado ser buenos capitanes (buenos pastores, si nos ceñimos al lenguaje eclesiástico) ante la ofensiva desatada contra su rebaño -aunque no sólo contra él- por los cuatro partidos con representación en la Asamblea de Madrid, que han aprobado una ley que impone la ideología de género cercenando derechos fundamentales mediante inspección y multa gubernativas.

Entre ellos, el derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a la ley natural: "La libertad de educación de los padres también tiene límites, sobre todo cuando fomentan actitudes y comportamientos discriminatorios o incitan hacia el odio", ha declarado Paco Ramírez, presidente del Observatorio Español contra la LGBTfobia, como reacción a la nota de los obispos Juan Antonio Reig Pla, Joaquín López de Andújar y José Rico Pavés. Su sinceridad sirve de advertencia a quienes se toman a la ligera los objetivos de esta ley.

O el derecho de una persona a recurrir a consejo profesional para cambiar sus sentimientos no deseados de atracción por el mismo sexo. Es curioso que quienes defienden el derecho a cambiar de sexo prohíban el derecho a cambiar de orientación sexual; que quienes distinguen decenas de pintorescas modalidades de "género" de libre elección excluyan de esa libertad de elección una sola: la del homosexual que quiere dejar de serlo.

Los grupos de presión LGBTI intentan que el discurso público identifique "discrepancia" con "discriminación" y "odio" para, a continuación, penalizar la discrepancia. Los cuatro partidos han puesto al servicio de esa estrategia todo el peso del poder, recortando libertades mediante sanción administrativa y criminalizando al disidente. Cuando esto lo hace Maduro, Cristina Cifuentes e Ignacio Aguado ponen el grito en el cielo y se lo reprochan a Pablo Iglesias. En Madrid, sin embargo, compiten a chavistas con Podemos poniendo mecanismos de represión pública al servicio de un grupo particular de presión.

Gracias a ese respaldo, la minoría de ideólogos que dirige a la minoría de activistas que dicen representar las aspiraciones de una minoría de personas supuestamente discriminadas se siente con bríos para ensayar el cierre de colegios, la censura de publicaciones o la violación del secreto profesional. No se les puede reprochar tal pretensión. Si esa minoría de ideólogos ha conseguido absurdos como que la ley llame matrimonio a la unión entre personas del mismo sexo o que los representantes públicos parloteen en lenguaje inclusivo, es comprensible que maximicen sus metas y su siguiente objetivo sea recluir en el abismo a quien ose afirmar que los sexos son dos, hombre y mujer, y que se nace y se muere con ellos.

Llegado ese punto, tres obispos han alzado la voz para denunciar la tropelía. Ante una lucha que va a ser muy dura para los suyos, ejercen como capitanes de verdad: encajando los primeros obuses.

Pero no por criticar la ley. Eso tal vez se lo habrían pasado por alto. Lo que no les perdonan a los obispos es que nos recuerden a todos que la ley natural existe. La cual es, por supuesto, ley de Dios, si bien no necesita la fe para ser conocida. Basta la razón para descubrirla, pero, eso sí, una razón que no esté oscurecida por su violación continua o contaminada por los dislates de nuestro tiempo. Como le dijo Benedicto XVI a Francisco: "Santidad, ésta es la época del pecado contra Dios Creador".