Me llegan noticias de los USA, según las cuales la Conferencia Episcopal de Estados Unidos habría impartido instrucciones a todas las diócesis para que en las homilías los sacerdotes insistan en lo que es de verdad el cristianismo: acogedor, alegre, misericordioso, especialmente en este Año de la Misericordia, de acuerdo con las reiteradas indicaciones del Papa Francisco.

La fe, dicen los obispos de aquella gran nación, acosada también por el laicismo y el feminismo radical, es festiva de suyo, es motivo de contento para aquellos que la siguen, que la tienen como faro de su vida: nos acerca a “los umbrales de Jerusalén”, nos hace amigos del Señor.

La fe, la esperanza y la caridad (el amor) son las virtudes teologales que, entre otras muchas cosas, aprendíamos y memorizábamos para siempre en la catequesis de primera comunión. Ahora, en esta catequesis, no se habla de estos fundamentos. Ahora Jesús es simplemente el amigo Albert, según los textos que nos dijeron que usáramos mi mujer y yo cuando preparábamos en nuestra parroquia a los niños de primera comunión. El amigo Albert que se iba con los niños de acampada como si fueran scouts.

Ha habido y sigue habiendo sacerdotes que en su predicación repiten sin cesar que los creyentes somos pecadores, muy pecadores, tal vez únicamente pecadores. En efecto, no siempre damos la talla de verdaderos hijos de Dios, pero en muchos casos -pienso yo- no es por mala voluntad, por inclinación al mal, sino por nuestra escasa estatura espiritual, porque somos enanitos y débiles, porque al primer soplo adverso o tentación nos venimos al suelo. Cristo lo sabe, por eso nos perdona con tanta facilidad. Además, vino a salvar y no a condenar.

Este grato cambio a mejor en la presentación del mensaje evangélico impulsado por los obispos gringos creo que favorece la imagen de la Iglesia, que la presenta más acogedora y “simpática”, más humana y más fiel a la palabra del Señor. Bien nos vendría aquí una actitud semejante.