Unamuno decía: “en Francia no se puede pensar libremente, hay que ser librepensador”. Como nunca he sido laicista, más de una vez me han llamado facha o fascista. Lo que siempre he tenido claro que los laicistas, al no aceptar el derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus convicciones, derecho reconocido por la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, eran unos demócratas un tanto especiales.

Releyendo las encíclicas de los Papas, me encontré con una que decía: “34. Sobre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la moralidad del género humano. Todos los intentos de separar la doctrina del orden moral de la base granítica de la fe, para reconstruirla sobre la arena movediza de normas humanas, conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral. El necio que dice en su corazón: “No hay Dios”, se encamina a la corrupción moral (Sal 13[14],1). Y estos necios, que presumen separar la moral de la religión, constituyen hoy legión. No se percatan, o no quieren percatarse, de que, el desterrar de las escuelas y de la educación la enseñanza confesional, o sea, la noción clara y precisa del cristianismo, impidiéndola contribuir a la formación de la sociedad y de la vida pública, es caminar al empobrecimiento y decadencia moral.

35. Es una nefasta característica del tiempo presente querer desgajar no solamente la doctrina moral, sino los mismos fundamentos del derecho y de su aplicación, de la verdadera fe en Dios y de las normas de la relación divina. Fíjase aquí nuestro pensamiento en lo que se suele llamar derecho natural, impreso por el dedo mismo del Creador en las tablas del corazón humano (cf. Rom 2,1415), y que la sana razón humana no obscurecida por pecados y pasiones es capaz de descubrir. A la luz de las normas de este derecho natural puede ser valorado todo derecho positivo, cualquiera que sea el legislador, en su contenido ético y, consiguientemente, en la legitimidad del mandato y en la obligación que implica de cumplirlo. Las leyes humanas, que están en oposición insoluble con el derecho naturalt, adolecen de un vicio original, que no puede subsanarse ni con las opresiones ni con el aparato de la fuerza externa.

36. El creyente tiene un derecho inalienable a profesar su fe y a practicarla en la forma más conveniente a aquélla. Las leyes que suprimen o dificultan la profesión y la práctica de esta fe están en oposición con el derecho natural.

37. Los padres, conscientes y conocedores de su misión educadora, tienen, antes que nadie, derecho esencial a la educación de los hijos, que Dios les ha dado, según el espíritu de la verdadera fe y en consecuencia con sus principios y sus prescripciones. Las leyes y demás disposiciones semejantes que no tengan en cuenta la voluntad de los padres en la cuestión escolar, o la hagan ineficaz con amenazas o con la violencia, están en contradicción con el derecho natural y son íntima y esencialmente inmorales.

40... La prensa y la radio os inundan a diario con producciones de contenido opuesto a la fe y a la Iglesia y, sin consideración y respeto alguno, atacan lo que para vosotros debe ser sagrado y santo.

43... A lo que Nos nos oponemos y nos debemos oponer es al antagonismo voluntaria y sistemáticamente suscitado entre las preocupaciones de la educación nacional y de las propias del deber religioso. Por esto, Nos decimos a esta juventud: Cantad vuestros himnos de libertad, mas no olvidéis que la verdadera libertad es la libertad de los hijos de Dios”.

Supongo que Vds. se habrán dado cuenta, por el título del artículo, que estos textos que cito están tomados de la Encíclica de Pío XI “Mit brennender Sorge”, escrita en 1937 contra los nazis alemanes. Ahora bien, hago estas preguntas: ¿creen Vds. que estos textos pueden aplicarse a lo que defienden hoy los laicistas? Y en caso que opinen que no, ¿pueden indicarme dónde está la diferencia entre los criterios nazis, reflejados en este artículo, y los criterios laicistas? Muchas gracias.
                                                                                                     Pedro Trevijano