En este siglo, y a estas alturas de la historia, parece utópico criticar la ciencia. ¿Pretendo que volvamos al siglo X, o peor aún, al mundo mágico-religioso de los siglos anteriores a la llegada del cristianismo? Parece que no tiene mucha lógica ese planteamiento en un artículo publicado en internet, en un servicio que llega a numerosos lectores a través del correo electrónico, o de un enlace en Instagram.

Relacionamos rápidamente la técnica con la tecnología, y están muy relacionadas, aunque la técnica abarca muchos campos. Y tiene aplicaciones tan cotidianas y habituales como una lavadora, un lavavajillas, una moto o un coche. ¿Cómo viviríamos hoy en día si, por un imposible, se borrase de repente todo el conocimiento técnico? La técnica, y muchas de sus aplicaciones, forma parte del día a día. Y nos aporta también soluciones muy complejas, muy elaboradas y a la vez dignas de admiración. Pensemos en los avances en física o astronomía, o tantos avances técnicos con los que cuenta la medicina.

Era impensable, incluso hace algunas décadas, pensar en cirugías intrauterinas a un embrión de 20 semanas. Era casi ciencia ficción hacer una operación quirúrgica mediante dos pequeños agujeritos, con una precisión admirable, y hoy se practica en muchas laparoscopias. Impresiona la claridad de una ecografía a un embrión de 12 semanas. Y nos admiramos al oír el nuevo récord de embrión prematuro, cuidado y ya de un año de edad: nació con 21 semanas y 2 días.

¿Se puede criticar un saber tan maravilloso? Criticar es discernir, separar lo bueno de lo malo, la arena que nos sirve para hacer cemento de la que no nos sirve. La técnica tiene el peligro de convertirse en un tirano. Está latente el peligro de basar mi acción única y totalmente en la técnica, en la eficacia técnica, esquinando y incluso expulsando a cualquier saber que no entre en el pequeño y limitado rectángulo de la técnica.

¿Hay técnica en los enamorados, en la poesía que recita el enamorado a su novia, incluso por quinta vez? ¿Hay técnica en la entrega y cariño de una madre que da de mamar a su hijo de pocas semanas? ¿Hay técnica en el buen rato que he disfrutado con unos amigos, simplemente hablando, bromeando o planificando un divertido fin de semana?

Escuchaba recientemente, en un encuentro bioético de sanitarios organizado por varias Congregaciones Marianas, cómo el médico tiene el peligro de tecnificar su profesión. Y el enfermo de la habitación 312 puede convertirse en "el de la 312", o en el riñón de la habitación del fondo. No hay enfermedades, repiten los médicos, sino enfermos. Y la medicina no es la aplicación fría de una técnica, sino una ciencia, un arte, en el que intervienen, ciertamente, elementos y acciones técnicas. Pero no todo es técnica, no todo está pre-dicho en el frío conocimiento científico. Hay algo más, que nunca podemos dejar de lado.

Pero esta reflexión, propia de la  Bioética y la Medicina, no se circunscribe únicamente a ese campo. La debemos aplicar a nuestro ámbito laboral propio, a nuestras relaciones profesionales, y tantos encuentros humanos que vivimos a lo largo del día. Los trabajadores no son solo "recursos" de la empresa para conseguir un determinado fin, demasiado limitado al plano económico.

La vida, antes que técnica, es arte belleza, admiración ante la creación. Pero esa admiración no se puede quedar únicamente en el plano de la naturaleza, en la materialidad de esa creación. San Juan de la Cruz, uno de los mejores poetas en lengua española, cuenta cómo el alma va buscando la belleza de la creación. Y ante la grandeza de las creaturas, éstas le responden: "Sigue buscando, vete más arriba, más profundo, más lejos. Escala hasta nuestro Creador, origen y fuente de esa belleza".

Sólo escalando hacia  la belleza que hay más allá de la técnica, del conocimiento científico encontramos el sentido profundo de nuestra vida y de nuestro ser. El peligro está en vivir encerrados en el círculo vicioso de la técnica, en buscar un fundamento más allá de las hipótesis científicas que "funcionan", son "útiles", pero pueden quedar enmarañadas en la tela de araña del utilitarismo: el mayor bien para el mayor número de gente, que trae consigo el desprecio y olvido a ciertas minorías elegidas por la diosa Técnica.