Quien ha visitado el campo quizá ha tenido la posibilidad de ver un pastor con su rebaño. Los animales van hacia donde los conduce el pastor y, normalmente, éste trata de hacerlo por caminos seguros y protegiéndolos de cualquier peligro. En muchos documentales sobre el mundo animal, llama la atención que las manadas que no tienen un «pastor» humano, sí tienen un líder de grupo al que todos siguen sin chistar: a veces es el espécimen más fuerte, otras el más anciano. Para que una sociedad camine unida hacia un mismo objetivo común precisa de una cabeza que la ayude a hacerlo. En buena medida esa función la tienen los políticos, aquellos que rigen o aspiran a regir los asuntos públicos. Concretamente en la vida humana, ¿hacia dónde quieren o deberían llevarnos nuestros gobernantes? Hacia el bien común, el asunto público más trascendental. Si ese bien que se pretende es para todos, debe haber entonces un sustrato común sobre el cual se debe apoyar toda legislación que promueva auténticamente la dignidad humana y, en consecuencia, el bien de todos. Y es que toda democracia sólo es posible si se funda en una adecuada y recta comprensión de lo que significa ser persona. De hecho, así fue como nació la Declaración Universal de los Derechos Humanos. ¿Cuáles son esos pilares que no se pueden tocar sin el riesgo de que todo el entramado social se venga abajo? ¿Qué es eso que no se puede poner en discusión? ¿Cuáles son esos fundamentos que la política no debe condicionar o cambiar por mucho que una mayoría en senados o parlamentos ose cambiarlos? El primer pilar es el de la vida. Todo lo que atente contra ella (aborto, eutanasia, clonación, experimentación con fetos, etc.) es un atentado contra la sociedad. La sociedad es como un cuerpo: si se amputa un organismo, lo resienten los demás miembros. Quizá no sea inmediato, pero la naturaleza pasa factura. El derecho a la vida es el primero y del que se derivan todos los demás. En este sentido, es un deber de los políticos el tutelar el derecho primario a la vida de todo ser humano desde su concepción hasta su muerte natural. Al mismo tiempo, por la misma dignidad humana, se debe evitar tratar al no nacido, desde su concepción, como un objeto. El segundo pilar inamovible es el de la familia, lugar natural donde un ser humano nace, crece y aprende las nociones del bien y del mal. De ahí también que los padres tengan reservado el derecho a la educación de sus hijos, según los principios de la moral natural y de la ética auténtica. El tercer pilar es la libertad religiosa. Entre la esfera civil y la religiosa hay competencias diversas. Queda fuera del ámbito político los actos específicamente religiosos: profesión de fe, cumplimiento libre de actos de culto y sacramentos, doctrinas teológicas, comunicación recíproca entre autoridades religiosas y fieles, etc. Sin embargo, es derecho y deber de los ciudadanos, buscar la verdad y promover y defender, a través de todos los medios lícitos y buenos, las verdades morales sobre la vida social, la justicia, la libertad, el respeto a la vida, y todos los demás derechos de la persona. El hecho de que algunas de estas verdades también sean enseñadas por la Iglesia católica, no disminuye la legitimidad civil y la «laicidad» del compromiso de quienes se identifican con ellas. De la libertad religiosa se deriva un derecho al que no se puede renunciar: el de la objeción de conciencia. Ninguna ley humana puede violentar la conciencia de un ser humano. Ciertamente, esto lleva implícita una adecuada formación de la conciencia. Debe quedar claro que la libertad religiosa y de conciencia no son sinónimo de una igualdad de religiones o de sistemas ideológicos. El cuarto pilar es la paz y la seguridad. En este sentido, es preciso un compromiso por parte de todos aquellos que, según su nivel, tienen una responsabilidad política en sus manos. Ciertamente el ser humano se diferencia de los grupos animales gracias a su capacidad de conceptualizar, hacer juicios y razonamientos. De esto se deriva que cuando un postulado político de una persona concreta va en contra de esos pilares del edificio social, nunca debe ser apoyado. Sería como apoyar a un terrorista que se dedica a minar los cimientos de los edificios que procuran techo y protección. La política no construye derechos, los reconoce y protege sobre el sustrato de la dignidad humana que comienza con el de la vida y pasa por todos los otros mencionados.