Diez días antes de la esperada llegada del Papa Francisco a Tierra Santa, la capital de Jordania, Amman, ha asido escenario de un importante encuentro islamo-cristiano de máximo nivel que refuerza la importancia del reino hachemita como interlocutor fiable para la Iglesia, más aún, como “protector” de las minorías cristianas en la región.

Hace unos meses el rey Abdalá II invitó a los jefes de las comunidades cristianas del Medio Oriente a una conferencia en la que se planteó con inusual crudeza la gravedad de su situación y lanzó la voz de alarma sobre el daño que significaría para todos aquellos países la emigración masiva de una población que pertenece desde sus orígenes a la entraña de estas sociedades. Ahora se trataba de un encuentro entre el Instituto Real para los Estudios Interreligiosos, fundado por el Príncipe Hassan Bin Talal, y el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, representado por su presidente, el cardenal Jean-Louis Tauran, cuyo objetivo era afrontar la cuestión de la educación como clave para el futuro de la convivencia en la zona.

De dicho encuentro surgió una enérgica condena del secuestro de más de doscientas escolares cristianas en Nigeria por parte del grupo terrorista Boko Haram, una franquicia de Al Qaeda en aquel país. El comunicado conjunto exigía en los términos más severos la libertad de las muchachas y el retorno a sus familias y a la escuela. Recordemos que los asesinos de Boko Haram manifiestan un odio especial a las instituciones educativas, especialmente si son de identidad cristiana.

Ambos interlocutores han expresado su convicción de que la religión no es la causa de los conflictos, sino la inhumanidad y la ignorancia. Más aún, han subrayado que las religiones adecuadamente comprendidas y practicadas son un factor esencial para la reconciliación y la paz. Es interesante el “Decálogo Cultural” que han formulado, en el que propugnan “no renunciar jamás a la curiosidad intelectual”, “tener confianza en la razón” y “considerar el pluralismo como una riqueza y no como una amenaza”. Es inevitable sentir los ecos de aquel diálogo que lanzó provocativamente Benedicto XVI en Ratisbona, cuyo guante quiso recoger precisamente la Casa Real jordana. No en vano en Jordania abre sus puertas la Universidad de Madaba, dependiente del Patriarcado Latino de Jerusalén, la única institución universitaria de la Iglesia en la zona si dejamos aparte el caso, excepcional por tantas cosas, de El Líbano.

Nadie debe pensar que Jordania es una balsa de aceite o que todo es allí maravilloso para los cristianos. Pero es cierto que entre sus autoridades existe un punto de conciencia avanzado sobre la necesidad de proteger a la comunidad cristiana, tanto por un deber elemental de humanidad como por un interés estratégico e histórico. El analista de la Fundación Oasis Martino Díez, que ha seguido este último encuentro en Amman, ha relatado que muchos jordanos se sienten espectadores de un ciclón cada vez más cercano y comparte la convicción de que es preciso alejar la amenaza del fanatismo y la violencia sectaria, más aún, de invertir esa tendencia creciente tras los conflictos de Iraq y Siria. Para ello la educación resulta un factor constructivo de primer orden. Ahora bien, el propio Martino se pregunta con inquietud si Jordania logrará evitar ser arrastrada por el ciclón que ha arrasado a varios países de su entorno. Yo añadiría que la respuesta a esa inquietante pregunta es vital para el futuro de muchas cosas. En todo caso no resulta extraño que Amman vuelva a ser la puerta por la que un Papa se dispone a entrar en Tierra Santa.

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