Tenemos un gravísimo problema de natalidad. Y ya se ve. Antes avisaban los expertos y nos mostraban pirámides tambaleantes y nos hacían cuentas de reemplazo un tanto abstractas. Ahora son colegios sin alumnos en nuestras ciudades. Y se irá extendiendo a los institutos, a las universidades, al empuje laboral de una juventud precaria, etc. Acabará, antes que tarde, en las pensiones suspensas. Entonces, los jóvenes serán menos y su voto pesará poco, mientras que los pensionistas elegirán gobiernos elefantiásicos que habrán de mantenerse y aumentar las pensiones con el dinero extraído a los jóvenes menguantes. Se auguran conflictos generacionales de entidad.

Se nota que se avecinan todos estos problemas porque la opinión pública, que es lenta y distraída, empieza a preocuparse. Pregunta a los expertos qué se podría hacer. Unos dicen una cosa y otros otra, según sus querencias ideológicas. O es la precariedad de los jóvenes, que no tienen sueldos dignos ni estabilidad laboral. O es un abandono de la moral tradicional. O es un desprestigio de la figura del padre. O es un feminismo que ve en la maternidad una traba. Mejor que echar a pelear unas causas contra otras sería reconocer que todas suman (restan) en la crisis demográfica. Y quien crea que una pesa más que otra, que se concentre en remediarla. Para mí la valoración de la figura del padre, tan castigado desde Mayo del 68, es esencial; pero el otro día oía en la radio a una profesora de sociología que quitaba importancia a todo menos a la conciliación familiar. Se conoce que su marido no pega ni golpe, porque nada le importaba, salvo eso. Bueno, pues bien, es una buena causa y que luche por la conciliación, por favor.

Edmund Burke dio un argumento contraintuitivo que también deberíamos atender. Según el gran pensador político inglés, una sociedad que deja de recordar y reconocer a sus antepasados pierde, proporcionalmente, el interés por las nuevas generaciones. No sé por qué es así, pero pasa. Puede verse en Feria, el libro de Ana Iris Simón. Empieza reivindicando a sus abuelos y acaba, como por arte de magia, pero con férrea lógica burkeana, deseando tener un hijo.

Una sociedad progresista que desprecia por sistema el pasado y abandona a los mayores se está cegando para el futuro. Es un efecto inesperado y misterioso de la amnesia histórica y de la burla de nuestros mayores; pero aquí lo tenemos, vaciando los colegios.

Publicado en Diario de Cádiz.