Se repite la historia. Entusiasmos bien o mal intencionados, e irritaciones fuera de lugar ante el anuncio de la constitución de un grupo de ocho cardenales, procedentes de los cinco continentes, con la finalidad de aconsejar al papa en el gobierno de la Iglesia y estudiar un proyecto de reforma de la Curia Romana.

Con esta decisión el papa Francisco atiende una sugerencia que afloró durante las Congregaciones Generales previas al Cónclave. No se trata de un nuevo organismo superpuesto a la Curia, cuyas funciones permanecen plenamente vigentes, sino de un espacio de consulta que permita al papa escuchar la voz de pastores de importantes diócesis de todo el mundo. Con este "grupo" (la elección de esta designación, más bien modesta, indica también su contingencia, deja abierta su forma de trabajo y resta dramatismo a su constitución) Francisco pretende ampliar el radio habitual de escucha a las sensibilidades y preocupaciones de las comunidades eclesiales en el mundo. Es un signo de "colegialidad" (bien entendida, tal como precisa el Vaticano II), pero más aún de comunión, porque el papa actúa siempre "in medio Ecclesiae".

En realidad los papas ya gozaban de diversos elementos y ámbitos de consulta y consejo. El propio Colegio cardenalicio es uno muy privilegiado, si bien su tamaño le hace poco operativo para un contacto habitual. La elección de los nombres responde a la plena libertad del papa, si bien deja ver una clara voluntad de universalidad y una absoluta prioridad de pastores en activo al frente de diócesis estratégicas como Boston, Munich, Kinshasa, Bombay o Sydney. Como coordinador ha sido nombrado el arzobispo de Tegucigalpa Óscar Rodríguez, bien conocido por el papa Bergoglio debido a los afanes compartidos en el CELAM. El único miembro de la Curia que se integra es el cardenal Giuseppe Bertello, responsable de la gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano; algunos han querido ver en su presencia una pista sobre el futuro recambio en la Secretaría de Estado, que podría tener lugar antes del verano.

Una función muy concreta que el papa encarga a este grupo de cardenales es el estudio de las líneas maestras de la reforma de la Curia. Francisco podría haber decidido por su cuenta pero ha preferido encargar un estudio previo, que establezca necesidades y prioridades. En realidad la estructura actual de la Curia responde a un diseño de hace más de medio siglo y la experiencia, los bloqueos advertidos y los cambios históricos demandan un nuevo diseño. Nada dramático ni rupturista, tratándose de un órgano auxiliar que debe servir para ayudar al papa en el ejercicio de su ministerio. Al final será él quien decida, como corresponde.

Ni la Iglesia se encamina a una suerte de fórmula democrática que desdibuje su constitución ni el papa hace dejación de la autoridad que le confiere su carisma como Sucesor de Pedro. Ya dijimos que Francisco buscaría, como hicieron sus predecesores, el modo más adecuado de ejercer su ministerio para mejor servir a la tarea de confirmar en la fe a los bautizados, custodiar la unidad la Iglesia e impulsar la nueva evangelización. La creación de este "grupo" es significativa, desde luego, y se comprende la expectación así como el hambre de noticias (esperemos que alguno no se atragante) pero cualquier sensación de vértigo (exultante o asustadizo) responde a un fantasma y no a la realidad. Que sigue siendo la de una Iglesia que vive de la fe y para comunicar la fe. La estructura siempre necesita reparación, para estar al servicio de esa tarea. Ni más ni menos.

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