Recuerdo que era el año 2010 y yo, por ese entonces, trabajaba en un periódico de tirada nacional. Mi sección era tan diminuta que solo éramos el redactor y dos becarios más. Entre la gente de Deportes y los de Sociedad, pasaba el rato charlando con Teresa, una mujer maravillosa, encargada de hacer los gráficos a todo el que se acercara por allí. 

La tarde discurría anodina, típica de un periódico, de esas en las que no hay mucho que hacer, hasta que lo hay todo que hacer. Y así iba a ocurrir, también, aquel día. Cuando no quedaba mucho tiempo para ir a la reunión de redacción, saltó la noticia. Unos españoles muy importantes habían ido al Vaticano a visitar al Papa. La intuición periodística, todavía tierna, me hizo sospechar que aquello podía ser relevante, pero no pensaba que tanto como después lo sería para mí.

El servicio de agencias del periódico nos había empezado a bombardear con una imagen realmente curiosa. De primeras, podía parecer algo frívolo, incluso superficial, pero aquella fotografía lo contenía todo. Aquella imagen no solo retrataba a una persona vestida de una forma muy particular ante la máxima autoridad. Aquel fotógrafo, sin saberlo, había sido capaz de capturar lo que es la libertad y, estoy seguro, la santidad

Llegaba la hora de acudir a la reunión y, aunque yo no era jefe de nada, debía ir en representación de mi sección. En torno a una mesa larga, los gerifaltes de Nacional, Deportes, Internacional… iban "cantando los temas". Cuando ya había hablado todo el mundo, el director miraba de soslayo al de Religión y le preguntaba si había algo importante que contar. Con voz temblorosa, propuse lo que me había preparado y, al comentar si teníamos foto, se me escapó un: "¡Sí, clarooo!", ensordecedor. 

En la imagen: el Papa Benedicto XVI, Kiko Argüello y Carmen Hernández, iniciadores del Camino Neocatecumenal, y el padre Mario Pezzi. En el mismo centro de la cristiandad, junto a la figura más importante de la Iglesia Católica, a todo un jefe de Estado, al representante de Dios en la tierra… una mujer iba ser capaz de saltarse todos los protocolos para encontrarse con lo que para ella era un padre, el Santo Padre. Como San Francisco de Asís en la famosa película de Zeffirelli, Carmen iba a recorrer los encerados pasillos vaticanos con la sencillez de aquel mendigo de Dios, pero también con el convencimiento de Catalina de Siena y con la libertad de la que se sabe profundamente hija predilecta del Creador. 

El próximo 4 de diciembre, la diócesis de Madrid iniciará la causa de canonización de Carmen Hernández Barrera. Para mí, sin duda, una de las tres mujeres, junto a la Madre Teresa y Edith Stein, más importantes de la Iglesia Católica en el siglo XX. Un auténtico ejemplo de santidad, que es ya propiedad de todos los creyentes. Sabedora de la existencia de un Dios bueno, que se hizo hombre, y se dejó matar para que todos pudiéramos ser felices, Carmen profesó en vida un amor tan grande por la Iglesia, reflejado en su estrecha relación con todos los Papas, que, a día de hoy, sigue resultando, para muchos de nosotros, verdaderamente sobrecogedor. 

Tímida, inteligente, voluntariosa políglota, teóloga brillante, y de una cultura desbordante. Al conversar con Carmen, dejabas de ser un "don nadie" y te convertías en un auténtico hijo de Dios. Ya podías ser un humilde camarero o un condecorado general, que ella se ponía a hablar de la importancia de las galaxias a la hora de contener un vendaval. Desposeída de cualquier apego por la más mínima convención social, solo le preocupaba transmitir bien el rostro de Alguien que la amaba profundamente. Su intensa y auténtica comunión con Kiko dio muestras de todo ello. Un modelo de amor hasta el extremo, donde "el otro es Cristo", que ha servido y sirve a día de hoy, en todo el mundo, para miles de hermanos del Camino Neocatecumenal.

Y, Carmen, además de todo eso, era la gran defensora de la mujer. "Se ataca a 'la donna' porque lleva en su seno la fábrica de la vida", decía siempre a los jóvenes. Hoy, la Iglesia, que también es madre y sabia, empieza a reconocer que esta impresionante mujer es un modelo para todos los cristianos. Para mí, lo será siempre, en todos los sentidos, tanto en la aparente sencillez de sus desfasadas camisetas de peregrinación que solía llevar, como en su inmenso legado espiritual. Hoy, Carmen Hernández, estoy seguro, disfruta ya en el cielo de la comunión de los santos y del abrazo eterno con el Padre. Pero, algún día, la volveremos a ver, y allí estará ella, discreta, segura, alegre y, eso sí, con la camiseta de Lisboa 2023. Porque, nunca, el atuendo de una "santa", ¡y de qué "santa"!, dio para tanto.