Hace un año a estas horas, ella tendría un periódico doblado por la sección de pasatiempos, enfrascada en crucigramas y jeroglíficos. Airearía con la mano derecha el bolígrafo e interrumpiría a la familia justo en el momento más interesante de la película, preguntando “qué puede ser tal o cuál” – ¡calla que no nos enteramos!- “ya, ya, pero estoy atascada en esta palabra…”.

Hoy a estas horas ya cabecea, simula que se entera de lo que cuenta la televisión. En realidad, coloquialmente hablando está en la ‘inopia’. Está agotada, ha pasado la tarde en el centro que mediante terapias, excelentes profesionales y nuevos amigos, que padecen su misma enfermedad -Alzheimer- y juntos combaten alegremente ese misterio degenerativo que se come las células de su cerebro.

Al poco de conocer el diagnóstico, insomne puse la radio para acompañar la falta de sueño. Una mujer conocida testimoniaba los horrores sobre la enfermedad, lógico, lo sufrió en sus propias carnes en los últimos años de vida de su marido. Gracias a Dios, no di cabida al pesimismo atroz al que invitaba aquel testimonio. Opté por vivir al día y observar sin predisponerme a nada. Aquella noche constaté una vez más, el pavor al sufrimiento, al dolor, a la realidad de la enfermedad que reina en nuestra sociedad del ‘bienestar material’ y que por el contrario padece ‘malestar espiritual’.

Abordar la enfermedad desde “las bondades” pudiera resultar infantil o huir de la realidad, pero abordar la enfermedad, sea cuál sea, desde el rechazo al dolor, al declive que lo acompaña, lo único que fomenta es el temor, el pesimismo, el aumento de la ignorancia y que la sociedad mire para otro lado y huya del trato con los enfermos, que tanta buena medicina espiritual reportan.


Las enfermedades degenerativas, sí, son terribles, rara vez asoma la esperanza de la mejoría, más bien al contrario. A día de hoy la ciencia aún no halla soluciones, sí mejoras, pero no soluciones, sí intentos, sí prevenciones, pero no soluciones. Tan propio del hombre como el nacer, es el morir, y por ende el padecer, el sufrir, el gozar, el disfrutar, como experimentar dolor. Sin embargo aún en medio del deterioro físico, mental, orgánico, enfermedades encarnadas en algunas personas, pueden traer absolutas bondades, incluso conversiones a quiénes les rodean y tratan de cuidar y ayudar.

Y si se habla de un entorno de personas creyentes, trascender el ‘hecho’ sólo puede acercar el corazón a Dios, a descubrir más aún la mano amorosa de Dios y de María, entender ‘algo’ más eso de la Encarnación de Dios que asumió nuestra naturaleza. Eso del Cuerpo Místico flagelado por nuestro pecado, y santificado por los que sufren y aman. Dios y María, sólo ellos saben cómo conceden la fortaleza, el cariño, el optimismo, el amor y todo lo necesario para vivir junto al que lo necesita, aunque ni siquiera lo sepa.

Junto a ellos, el ritmo de cada día es lento, torpe, excesivamente tranquilo para las prisas que hoy nos acucian. La persona cada vez disimula menos, lo que no le gusta lo demuestra y lo que le gusta, también. La inocencia y genuino lento retorno a actitudes infantiles afloran. Quien lo observa, una de dos o se queda tratando de recuperar ‘quién y cómo era esta persona antes’, o más bien agradece lo que le reporta y vive el presente inmediato junto a él/ella. No hay futuro, hay presente inmediato, un pasado relativo torpedeado por la confusión y la pérdida en el tiempo.

Su ‘torpeza’ necesariamente sacan lo mejor del que está al lado, aflora el cariño, la ternura, las caricias y el contacto físico. La tranquilidad y lentitud que el enfermo de Alzheimer reclama, aporta paciencia. La tristeza que muestra al escuchar alguna noticia negativa, sacude la propia indiferencia. La alegría espontánea al escuchar una canción y ponerse a bailar inesperadamente, rompe esquemas y miramientos sociales absurdos. La sencillez al preguntar sobre algo que exactamente 3 minutos antes has repetido 7 veces des-pa-cio esperando que lo memorice, aunque sólo sea: “patatas, cebollas y agua a la olla”, desarma y ayuda a relativizarlo… todo.

Lo esencial adquiere protagonismo frente a las múltiples accidentalidades que nos absorben y quitan tiempo. Se aprende el arte de relativizarlo todo. Ayuda a superar las manías a los maniáticos…del orden, por ejemplo, normalmente el Alzheimer conlleva un curioso caos en el hogar, aparece el desorden, se cambian cosas ‘por arte de magia’ de lugar, se congelan frutas y se echan en la olla trozos de lechuga cortados para una previsión de ensalada que quedó en el intento. Y a sonreír, porque… ¿qué caso tiene hacerles sentir mal por algo que ni son conscientes? ¿o recordárselo? o, o, o, o… tantas cosas.

Todo se lo cree por igual, la broma, la sentencia, el chiste, el comentario, todo es serio, más bien, te toma en serio. Todo es creído con una ingenuidad que no es la del “que está perdiendo la mente”, sino la del corazón puro, inocente y limpio que te mira a los ojos y simplemente te cree. Es como creo que debería ser la fe en los creyentes, total, inocente, pura, simple y sin cuestionamientos. Es así y punto. “Lo que me cuentas me lo creo”.

En sus primeras fases las personas que la padecen, tras un periodo de mucha confusión, inseguridad, una gran crisis, tras ese tiempo, por lo general se expanden, quieren hacer amigos, la vida social para ellos es fundamental. Contrariamente, la reacción social es temerosa, excesivamente prudente y queda el contacto personal perdido en ese tiempo que sólo Dios cuál será hasta que la persona enferma deje de reconocerla. Mientras tanto, no hay mejor ayuda que la de salir a su encuentro, aunque la conversación sea torpe, con lagunas, con cortocircuitos, él/ella te mirará sonriente, sin prisas, te prestará atención, pondrá todo su empeño en comprender lo que le dices, lo que le compartes, aunque interiormente le suponga un esfuerzo gigantesco y retenga ‘algo’. Las emociones se transmiten, no se retienen, ahí está la gran bondad que la sociedad puede aportar a los enfermos de Alzheimer y de cualquier enfermedad, salirles al paso con la mayor naturalidad, de hecho es algo tan natural como el hombre, tan natural como nuestra naturaleza caída, tan natural como la vida eterna que a todos nos aguarda, lleguemos desde donde y de la forma que sea a ella.

Esta enfermedad se desarrolla en cada persona a un ritmo distinto y varía de una persona a otra. En el Alzheimer se establecen de 3 a 4 fases, a medida que las células nerviosas (neuronas) mueren y partes del cerebro se atrofian, la memoria, orientación, juicio, lenguaje, personalidad, comprensión y conducta se deterioran. Afecta a cualquier persona independientemente de sexo, educación, ambiente social, etc. Su comienzo es impredecible y evoluciona de manera diferente en cada caso.