Cuarentaypicos años, madre de familia, tres hijos pequeñosy un cáncer galopante. ¿Quién entiende esta vida, este truncar la existencia del ser humano cuando llega a su plenitud, familiar, humana e incluso cristianamente? Bien han calificado este tiempo como un misterio, un don y un misterio, título que Juan Pablo II escogió para su libro – recuerdo, con ocasión de sus bodas de oro sacerdotales, allá por el año 1996.
 
Una enfermedad terminal, un cáncer, una degeneracón progresiva del cuerpo o de alguna de sus partes, nos hace replantearnos las coordenadas sobre las que camina la vida, la vida personal, la vida de los que nos rodean y la vida de nuestra sociedad, dígase barrio, ciudad o nación. Anteuna situación así pasa a segundo plano, o tercero o quinto las habladurías de la farándula del corazón, los comentarios sobre los modelitos de los Goya e incluso temas de gran importancia como la corrupción de la clase política o la permanencia prologanda en la crisis, por más que algunos políticos nos quieran mostrar lo contrario.
 
Ante la enfermedad, y de modo especial ante la muerte, algunas personas sólo ver el eje de las x en su radar. Todo se desarrolla en un horizonte horizontal, en un tiempo que tiene un inicio, nadie sabe cómo ni por qué, y un final absoluto, una desaparición, una extinción total. El punto inicial es totalmente casual, sin sentido ni explicación profunda. El punto final, un absurdo, una incomprensión, el mayor de los males. Y los puntos intermediosgozan del mismo sentido: vaciedad, inmediatez, un poco de nada inflada de placer y egoísmo. Centrados en el eje horizontal, constatamos que ese horizonte cada vez es ás bajo, más triste, más oscuro, hasta llegar al absurdo y en ocasiones al suicidio. ¿Para qué prolongar un sufrimento que no sirve para nada?
 
Otros, tal vez bien intencionados, ante la enfermedad ajena reconocen sólo el eje de las y. Todo se explica por un designio incomprensible e irracional de la divinidad. Y a nosotros sólo nos queda aceptar este aciago destino. Con buena intención, no lo dudo, pretenden animar al enfermo aludiendo a un fideismo espiritualista. Estos, bajo el nombre de cristianos, olvidan el principal dogma de la religión que dicen profesar: el dogma de la encarnación de Jesucristo, la realidad de que Dios se a hecho hombre, carne.
 
La postura verdaderamente cristiana es la unión de ambas coordenadas, el “eje de coordenadas” que dicen los matemáticos. O la posición con longitud y latitud, si leemos, por ejemplo, el radar de un avión. Esla postura correcta desde la humanidad del hombre y su sed de eternidad, desde su realidad humana y divina, desde su cuerpo y alma. Ambas coordenadas, de la vida y de la muerte, tienen su sentido y su explicación en Dios, su eje versical, pero no pueden prescindir de su eje horizontal, humano, carnal, terreno.
 
El evangelio, al mostrarnos la figura de su dogma principal,Jesucristo encarnado, nos presenta a una persona coordinada, que no olvida los dos ejes de coordenadas. No es un espiritualista. Se entristece, llora y derrama lágrimas ante la muerte de un amigo. Siente pena, compasión, ante las necesidades físicas o alimentarias del hombre y pide a sus apóstoles “dadles vosotros de comer”. Ý experimenta pánico, rechazo, repulsa, ante la idea de tener que morir crucificado. No quiere este cáliz, pide que pase sin beberlo. El eje orizontal de su vida penetra su corazón.
 
Pero esto no oculta ni aminora su eje vertical. Dios está presente, y está presente como Padre, no como tirano. Un Padre que está cerca, que comprende sus dificultades, su dolor, su rechazo natural al sufrimiento y a la muerte. Un Padre que le ama, y por el que, incluso con lágrimas en los ojos, acepta ese designio misterioso. No lo acepta fríamente, como una marioneta sin libertad propia, sino confiando en Alguien que es digno de toda confianza. Y esa presencia del eje vertical, no carante de tensiones con el eje horizontal, sube a este en felicidad personal, en realización, en paz del corazón.
 
Aquí radica la grandeza de muchos enfermos que viven su situación con fe y desde la fe. No es un fideismo espiritualista, un vacío y casi absurdo “es el destino que Dios me ha dado”. Se trata de un realismo, que acepta el dolor, un dolor que siempre duele, y lo vive sabiendo que Alguien más grande le ama, le acompaña también en esa situación. ¿Llorar ante la enfermedad, ante la muerte? ¿Por qué no? El Hombre modelo de nuestra religión lo hizo. Pero es un llanto esperanzado, confiado en las manos de aquel que es más grande que yo.