¿Qué es la cultura? La pregunta parece obvia, pero tiene mucha miga. Cuando escuchamos cultura pensamos, con demasiada facilidad, en un intelectual, un escritor, un poeta. Quizás también en un músico, un artista, un actor. ¿Y por qué no en los pintores de grafitis o los jóvenes raperos, que producen su obra casi a la voz de ya? Y si ampliamos el espectro de los artistas, ¿por qué no incluir también a los deportistas, esos protagonistas del espectáculo del fútbol, del baloncesto o de tantos otros deportes?

Si hablamos de los escritorios, en este siglo XXI, ¿no deberíamos incluir también a los periodistas, los tradicionales y los blogueros e influencers, a los youtubers que usan los vídeos por internet? Parece que el concepto se amplía casi sin fin, y quizás pensemos que se difumina, que pierde su contenido. Sí y no. La Real Academia Española da una definición bastante genérica y amplia de  cultura: "Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc." Podríamos decir, simplificando mucho, que cultura es el modo como nos relacionamos con nuestro entorno, personas y cosas que hay a nuestro alrededor. Y aquí, buscando la fenomenología de la cultura y su quid, su esencia, se me plantean dos interrogantes: ¿Quién es ese sujeto que se relaciona? ¿Cómo es esa relación con los demás?

En nuestros días, y más todavía con la pandemia que sigue merodeando y haciendo de las suyas, se está imponiendo un único modo de relación: la relación virtual. Y es una relación que tiene muchos peligros y nos aleja, casi sin darnos cuenta, de la realidad real. Es una cultura, sí, pero demasiado anestesiante y anestesiada, demasiado inestable, cambiante, de picoteo superficial. Con facilidad podemos pasar horas encadenando vídeos de internet, de curiosidad en curiosidad y de entretenimiento en entretenimiento. Pero mi relación con ese contenido, o con la persona que está detrás, suele ser puntual, inestable, sin peso.

Una pregunta para la reflexión: ¿Cuánto me ha aportado esa actividad virtual? Puede, además, terminar con la rapidez de un simple click. Qué fácil es, por ejemplo, romper con un grupo de amigos saliéndose del grupo de Whatsapp, o de Telegram. Acción inmediata, y muchas veces por lo mismo poco pensada y poco meditada. Parece, y este es otro gran peligro,  que las actuaciones virtuales están exentas de responsabilidad, o la responsabilidad que conllevan es mínima. Cultura anestesiada, dormida, superficial, sin fondo ni pose.

No pretendo con esto demonizar lo virtual. Hay muchos avances tecnológicos gracias a internet, y ese cúmulo de órdenes binarias ofrece grandes posibilidades en muchísimos campos. Pero el peligro de anestesiarnos en lo virtual está ahí, y no podemos olvidarlo. Y no se trata sólo de un peligro para los niños, un aspecto a cuidar en la educación de los hijos. La espada de Damocles pende para todos, grandes y pequeños.

Vuelvo a la primera pregunta, que ofrece una clave interesante para no ahogarnos en nuestra navegación por este mundo de relaciones virtuales. ¿Quién es el sujeto que se relaciona? ¿Quién soy yo? Si solo soy un ser más, que navega sin rumbo en medio de estas olas, me puedo ahogar fácilmente en el oleaje, en el simple movimiento. Hago, hago, hago, pero si en algún momento se me cae internet, me quedo vacío, sin sentido, sin un porqué y un para qué. Los grandes árboles tienen grandes raíces, y si no las tienen, ante el primer vientecito fuerte caen estrepitosamente. Mi raíz, como ser humano, es saber quién soy, de dónde vengo y adónde voy. Dicho de modo más existencial, quién me ama y a quién amo.

El hombre es un ser racional, que piensa. Y esa es la concepción más superficial que podemos tener de cultura: el intelectual que tiene un saber enciclopédico. Pero el hombre es, además, un ser relacional, que vive para amar y ser amado, en continua relación con su entorno, sobre todo con los otros seres que son como él. Por eso Adán se admiró al ver a Eva, y exclamó: "Esto sí es carne de mi carne y hueso de mis huesos". No es la Eva virtual, es una Eva de carne y hueso, que siente, ama y responde al amor que recibe. Si detrás de lo virtual no está la relación física, el calor de la presencia, terminamos construyendo sobre la nada de una relación puramente virtual. Y sobre la nada no puede edificarse nada