El director de la Organización Nacional de Trasplante, el doctor Rafael Matesanz, ha aprovechado la oportunidad de la concesión a la organización que preside, del premio Príncipe de Asturias 2010 a la Cooperación Internacional, conjuntamente con The Transplantation Society, para explicar los avances actuales en el ámbito de los trasplantes. Ante la avalancha de desgracias que nos acechan desde todos los ámbitos, hay que congratularse porque España sea, al menos en el ámbito de los trasplantes, un país modelo para el resto del mundo.
 
Desde un punto de vista bioético, no existe ninguna objeción a recibir un trasplante de órganos. Al contrario, resulta conforme al respeto a la vida y la dignidad de la persona, siempre que se respete igualmente la vida y dignidad del donante. Si bien algunos se escandalizan con la complejidad que supone la intervención quirúrgica de un trasplante, y llegan a considerarlo encarnizamiento terapéutico, por no permitir que un enfermo grave muera cuando le corresponde, creo que resulta evidente la diferencia entre ambos extremos. Es perfectamente lícita toda intervención médica encaminada a favorecer el desarrollo de la persona. Y en el caso de un fallo irreversible en cierto órgano, su reemplazo por otro de un donante, si esto es posible, no constituye encarnizamiento ni mutila la dignidad humana, pues con ello se consigue defender la vida. De todas maneras, aunque no resulta posible extenderse en este breve artículo, ha de mencionarse la importancia de diferenciar los trasplantes de órganos “salva vida”, como los de corazón, hígado o pulmones, en los que el enfermo, de no ser trasplantado, estaría condenado a morir, de los trasplantes “no salva vida”, como los de mano o de rostro. Y ello porque la mano y el rostro representan la unicidad de la persona. En este sentido conviene recordar el caso del primer paciente trasplantado de mano. La operación fue un éxito. Pero el paciente pidió poco después que le retiraran esa pieza extraña, con la que no conseguía familiarizarse. Además, resulta discutible desde un punto de vista bioético si es preferible ser un mutilado sano a ser un “reconstruido” enfermo, por necesitar mantenerse de por vida gravemente inmunodeprimido.
 
El Dr. Matesanz ha dicho que aunque en esto momentos pueda parecer un sueño producir órganos, no lo es producir tejidos. De hecho se está trabajando ya en la reconstrucción de tejido cardiaco en humanos con células madre, en un proyecto conjunto entre el Hospital Gregorio Marañón, el equipo del Dr. John E. Wagner, asesor de un banco español de células madre de sangre de cordón, y la propia ONT.
 
Hay muchos órganos que se han trasplantado ya (corazón, riñones, pulmones…). El caso del trasplante de corazón es importante, porque con los comienzos de las operaciones de trasplantes muchos se asustaron al temer que se estuviera acelerando la muerte de uno (el donante) a fin de dar más posibilidades de vida a otro (el receptor). Resultaba fundamental, por tanto, garantizar que la persona estaba muerta antes de extraerle los órganos. Pero tampoco podía pasar mucho tiempo desde la muerte, pues de lo contrario los órganos perderían su función y no serían útiles.
 
Los primeros trasplantes de corazón vinieron a demostrar que no necesariamente la parada cardiaca (el corazón muerto) implicaba la muerte de la persona, ya que ese corazón podía ser sustituido por otro compatible, posibilitando con ello su vida. Además, el adelanto de las técnicas médicas que permitían la resucitación, y la suplantación de las funciones pulmonares por una máquina que continuaba con dichas funciones de forma artificial, plantearon una nueva pregunta a la comunidad médica: Las personas con encefalograma plano, pero cuyo cuerpo continúa funcionando, ¿están muertas o vivas? La respuesta a esta pregunta resultó clave. En base a estudios realizados sobre todo en Francia se concluyó que la muerte es la ausencia irreversible de las funciones integradas en el encéfalo. Así, hoy en día se define la muerte como “la pérdida total e irreversible de la unidad funcional del organismo,” que viene indicada por la muerte de todo el encéfalo, de quien depende dicha unidad funcional. Como indica certeramente el profesor Ramón Lucas, “la muerte de una persona es más que la muerte cerebral, pero la muerte cerebral es indicación cierta de la muerte de una persona". Los síntomas universalmente admitidos por la comunidad científica que indican sin lugar a dudas la existencia de muerte cerebral son los siguientes:
 
El dilema que se plantea es que para que un órgano pueda ser trasplantado debe encontrase en buen estado y funcionando. Y para ello es preciso que se mantenga la oxigenación y la irrigación sanguínea. Pero a la vez es necesario estar seguros de que el individuo ha muerto. Esta certeza se tiene si se comprueba fehacientemente que se ha producido la muerte encefálica. El corazón y los pulmones pueden seguir funcionando de forma artificial, para asegurar la oxigenación de los órganos. Pero la persona está irremediablemente muerta, aunque mantenga apariencia de viva. En este sentido, la ley española (RD 2070/1999) establece estrictos criterios para asegurar que el donante ha fallecido efectivamente antes de extraerle sus órganos. Así, el RD indica que el diagnóstico y certificación de muerte de una persona se basará en la confirmación del cese irreversible de las funciones cardiorrespiratorias (muerte por parada cardiorrespiratoria) o de las funciones encefálicas (muerte encefálica). Asimismo, establece condiciones de diagnóstico de la muerte, lo cual garantiza que esta no sea adelantada en ningún modo para facilitar el trasplante.