Ha presentado en Madrid, junto a José María Aznar, su ensayo «Por qué debemos considerarnos cristianos», editado por Ediciones Encuentro. Hace cinco años, Marcello Pera, catedrático de Filosofía y ex presidente del Senado italiano, publicó junto a Benedicto XVI «Sin raíces». El nuevo ensayo apunta a la misma diana: demostrar que los europeos deben ser cristianos si quieren seguir disfrutando de sus libertades liberales. Lo afirma un intelectual que se proclama agnóstico.

—¿No cabe el buen liberal ateo?
—Con mi tesis quiero decir que toda libertad liberal se basa en un principio: que la persona tiene más valor que la sociedad o que el Estado. ¿Por qué? Porque toda persona individual ha sido creada a imagen de Dios. Vinculo este principio a una tradición que es típicamente cristiana.

—¿Por qué afirma que Europa debe invocar sus raíces cristianas si quiere unificarse?
—Que Europa sea cristiana no quiere decir que todos sus ciudadanos deban convertirse al cristianismo. Yo no hablo de la denominación religiosa de cada uno, que es libre. Hablo del fundamento de nuestra sociedad: si queremos unificarla debemos afirmar algunos principios fundamentales.

—¿Y por qué han de ser valores cristianos si nuestra sociedad ya es plural en materia religiosa?
—Porque esos valores son la libertad de la persona, la dignidad de cada individuo, la solidaridad entre todos. Los tres principios están en el fundamento de la Europa laica, pero proceden del cristianismo.

—¿Está de acuerdo con la formulación de Europa que figura en la Constitución de la Unión Europea?
—En absoluto. Creo que incurre en una contradicción. Por un lado afirma los tres principios de los que hablamos, y a renglón seguido niega que pertenezcan a una tradición cristiana.

—El debate sobre los símbolos religiosos, el crucifijo en las escuelas o el velo para los musulmanes ¿es a su juicio importante?
—No sólo importante, a mi juicio es un debate decisivo para Europa. De él depende el futuro de nuestro continente. Si eliminamos los símbolos debilitamos la cultura cristiana. Y si debilitamos la cultura cristiana reducimos el valor de los principios fundamentales.

—¿A qué se refiere cuando se proclama defensor de una laicidad «positiva»?

—Es una idea que comparto con Benedicto XVI, que también defiende una laicidad positiva y sana, es decir, la que defiende la libertad religiosa de cada individuo, la separación de la Iglesia y el Estado, y el rechazo de la «laicidad negativa», muy difundida en Europa, que niega valor a la religión.

—Usted escribió una obra de reflexión sobre Europa con Benedicto XVI y su nuevo libro contiene un prefacio del Papa. ¿Cómo concilia esa sintonía con sus credenciales de agnóstico?—No veo ningún problema porque Benedicto XVI no
se ha dirigido a los creyentes sino a los laicos, a los que ha invitado a abordar la razón última de los derechos humanos que todos aceptamos. Nosotros los cristianos —ha dicho— tenemos un argumento muy claro para aceptar los derechos humanos: somos seres creados por Dios. Pero vosotros, los laicos, ¿por qué creéis en ellos? Yo me he limitado a recoger el guante.

—¿Cuál cree que es el valor natural más atacado en Europa?
—El más evidente es el de la vida, que se niega con el derecho al aborto. Junto a éste, capital, está el de la alianza entre el hombre y la mujer. Hablo de derechos, a la vida o a la familia, que los padres del liberalismo —que hoy tanto se siguen invocando— consideraban sin dudarlo como «naturales». No puede hablarse de ningún «derecho laico» si va contra los más elementales de la persona como la vida o su dignidad.