Quien diga que este Papa no tiene gancho popular no estuvo este domingo en la Plaza San Carlos y aledaños de Turín. Veinticinco mil personas abarrotaron la plaza, y otras setenta y cinco mil hicieron lo que pudieron para asistir a la Misa celebrada por Benedicto XVI.

La capital del Piamonte, cuna de la Italia laicista, tiene fama de ser «la ciudad de Satanás», por la simbología masónica de su más célebre edificio, la Mole Antonelliana, y por que las sectas satánicas la consideran uno de los vértices del triángulo infernal, que formaría con Londres y San Francisco.

Pero, si es así, eso no se notó en el entusiasmo de la multitud, que desbordó las mejores previsiones y forzó a una actuación más intensa de lo normal de los servicios sanitarios, con varias decenas de personas atendidas, normalmente con simples desvanecimientos. No por el calor, que no fue excesivo en Turín, sino por el agobio de la multitud apretada.

En su homilía, el Papa, que venerará por la tarde la reliquia magna de la Cristiandad, explicó el significado profundo de la Sindone. «La Sábana Santa», afirmó Benedicto XVI, nos recuerda «de manera elocuente que quien fue crucificado y compartió nuestros sufrimientos, es el mismo que ha resucitado y quiere reunirnos a todos en su amor».

Precisamente porque en el lienzo «vemos como en un espejo nuestros padecimientos en los sufrimientos de Cristo», la Sábana Santa es «un signo de esperanza: Cristo ha afrontado la Cruz para derrotar al mal, para mostrarnos, con su Pascua, el anticipo del momento en que también para nosotros se enjugará toda lágrima, y ya no habrá muerte, luto, lamento ni afán».