Como recoge el testimonio publicado en la revista Misión, el enfermero Enrique Ferrara participó en varios abortos hace diez años, cuando trabajaba en el servicio quirúrgico del Hospital Severo Ochoa, de Leganés. Aunque era partidario del aborto, su forma de pensar cambió al poco tiempo: «Cualquier persona que ve aquello y sigue diciendo que no es un ser humano se está poniendo la venda delante de los ojos», asegura para Misión.

Llegó a pedir un traslado al Hospital Doce de Octubre, donde tiene peor horario y menos libranzas, para abandonar «aquella intervención salvaje». De hecho, Ferrara asegura que «cuando participaba en abortos no podía dormir», prefiere no describir lo que vio en quirófano por ser «muy impactante y desagradable» y asegura que «no recuerdo a ninguna mujer que no saliera llorando del quirófano».
 
Misión también recoge el testimonio de Sonsoles Alonso, una ginecóloga de 30 años que se niega a poner un DIU, a suministrar la PDD, a participar en cualquier fase del aborto y a intervenir en un diagnóstico prenatal cuya finalidad sea abortiva. Trabaja desde hace cuatro años en el Hospital Universitario de Getafe, a pesar de que desde el comité de Bioética del hospital «me dijeron que no podía ser ginecóloga con mis ideas».
 
Algo parecido a lo que cuentan Esther Fonseca y Javier Fernández: «Algunos clientes se enfadan porque no vendo la PDD», dice Esther Fonseca, «aunque son varios miles de farmacéuticos los que se resisten a las pretensiones del Gobierno, porque las medidas para vender la píldora sin receta se han llevado a cabo sin ninguna justificación científica», añade Javier Fernández para Misión.