El Siervo de Dios Antonio Rivera Rivera Ramírez está en el punto de mira de la mal llamada memoria histórica. El pasado 21 de enero, PSOE e IU en Toledo, aprobaron retirar una placa dedicada a su memoria, entre otras actuaciones similares, en virtud de la llamada Ley de Memoria Histórica. En realidad, retorciendo sus artículos hasta lograr el resultado deseado.

Porque dicha normativa aprobada en diciembre de 2007, estipula que se retiren las placas, monumentos, etc. que hagan «exaltación personal o colectiva de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura». Sin embargo, también recoge que «lo previsto en el apartado anterior, no será de aplicación cuando las menciones sean de estricto recuerdo privado, sin exaltación de los enfrentados, o cuando concurran razones artísticas, arquitectónicas o artístico-religiosas protegidas por la ley».

La controversia estriba en que la placa en cuestión (obra única del reconocido ceramista toledano José Aguado) dedicada a Antonio Rivera dice: «Aquí vivió y triunfó en 1936/ Antonio Rivera Ramírez / "El Ángel del Alcázar" / La Ciudad le dedica con emoción este recuerdo/ 26-IV1953».

El Siervo de Dios Antonio Rivera Ramírez fue uno de los más destacado dirigente de Acción Católica  en Toledo. Como recuerda el sacerdote e historiador Ángel David Martín Rubio, «a los 16 años fue presidente de la Federación de Estudiantes católicos y porco después fue nombrado presidente de la Juventud de Acción Católica de toledo. En tres años fundó treinta centros con tres mil afiliados».

En julio de 1936 pidió permiso a su padre para incorporarse a la defensa del Alcázar. Su valor y su caridad, así como su amor al enemigo le valieron el apelativo de «El ángel del Alcázar», donde el 18 de septiembre intentó rescatar una ametralladora, acción que le valió que le volaran el brazo izquierdo, que finalmente le fue amputado. Fue entonces, recuerda Martín Rubio, cuando pronunció su frase más recordada: «Tirad, pero tirad sin odio». Terminado el asedio del Alcázar de Toledo, Antonio regresó a su casa donde murió el 20 de noviembre de 1936, no sin antes conferas: «Ahora puedo decir como Jesucristo: no hay parte de mi cuerpo que no me duela».

De él dijo el cardenal Gomá: «Joven de Acción Católica: mírate como en espejo en la vida y en la muerte de este héroe. Aprende en ellas las leccciones de la vida cristiana de verdad».