(VERITAS) “Si doce judíos solos comenzaron a conquistar el imperio romano, si por pura fe lo creyeron, ahora no podemos dudar de sus palabras: “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”; ahora no podemos tener miedos y complejos; ¿Que somos perseguidos? Siempre, pero ése es el camino de la Iglesia”. Así lo señala el cardenal Ricardo María Carles, arzobispo emérito de Barcelona, en la siguiente entrevista concedida a Veritas, en la que también recuerda que las dificultades siempre conviven con los signos de esperanza. -Al despedirse de sus diocesanos de Barcelona, dijo usted que cada noche daba gracias a Dios. Mirando ahora hacia atrás, ¿Qué es lo que más agradece a Dios, de su vida? Que siempre me ha ido poniendo cerca personas que me han ayudado mucho y eso me ha conducido al sacerdocio. Porque yo pensaba ser químico. Mi amigo Martín Descalzo se refirió a mí en una ocasión como un químico frustrado. Y también que me haya dado una vocación que en principio no tenía. A ello me ayudó también un confesor, don Eladio. Fui a su confesionario por chulería, para demostrar que no pasaría nada aunque hablara con él, y pasó todo. Dios tiene providencia incluso de nuestros aspectos negativos. -Y al mirar hacia delante, ¿Qué le pide? Que me ayude a acercarme a Él y a seguir ayudando a la Iglesia. Puedo impartir conferencias, hablar con la gente, escribir en medios de comunicación y también libros, como uno que quiero ofrecer, de los años de las oraciones de jóvenes en la Catedral de Barcelona. En Barcelona, actualmente no participo en actos públicos, pero en otros sitios sí: últimamente he estado en 22 diócesis españolas y en una suiza porque me han llamado y esto me ayuda a seguir teniendo conciencia de la realidad de la Iglesia. Y le pido también fidelidad hasta el final. Todos nosotros nacimos siendo un Simón lleno de defectos y el Señor quiere algo más de cada uno, que lleguemos a ser el Pedro que él ha soñado. En vida mi ha estado muy presente el número 7. Todas las etapas de mi vida -en Tortosa, en Barcelona...- han durado un número de años múltiplo de 7. -De Valencia, a Tortosa y después a Barcelona. ¿Podría compartir alguna lección que le hayan enseñado las experiencias vividas en esas diócesis? Ser párroco hasta los 41 años -durante 17 años- me ayudó a entender a los sacerdotes, porque he vivido sus mismas alegrías, tristezas, complicaciones... En Valencia, el obispo me encargaba tareas diocesanas, como la pastoral familiar, y fui también delegado del clero, pero no me quitó nunca la parroquia. Tener cargos diocesanos me ayudó a tener una visión amplia de la diócesis. Dado el tamaño de la archidiócesis de Valencia, podía llegar a mucha gente. En Barcelona, con más de cuatro millones de habitantes antes de su división, tenía que llegar a través de otras personas: obispos auxiliares, delegados... y me dolía no poder tener más contacto directo. El gran tamaño era un problema, y también había problemas añadidos de otros ámbitos, por ejemplo políticos, pero las dificultades van junto a las satisfacciones: Creo que cuando era arzobispo de Barcelona, era la única diócesis donde había delegadas episcopales, concretamente tres: de juventud, de Caritas y de universitarios. En esa época no las había, y no es mérito mío, sino que encontraba gente con capacidad para escoger los cargos diocesanos. Además, el Seminario fue creciendo, me reunía con jóvenes, daba retiros a los sacerdotes.... He podido ordenar 115 sacerdotes. -¿Cómo ha encajado una emotividad fuerte como la suya en los puestos de responsabilidad que ha ocupado en la Iglesia? La ventaja es que al tener sensibilidad, entiendes más el sufrimiento de los otros y lo compartes más. Además, te ayuda a poner más entusiasmo en temas importantes como la pobreza, la familia, la juventud o cuestiones morales. -¿Cómo ve la situación actual de la familia? Algo básico es que Jesús dice que la persona casada que va con otra persona, comete adulterio. Le responden que la ley permite repudiar y Él apela al principio, y dice que entonces no fue así. Con ello, apela a la creación, al derecho natural, que hoy es menospreciado. Al principio, Dios los creó hombre y mujer, dotándoles de una identidad. Hay leyes que no están favoreciendo la estabilidad de la familia y esto provoca daños en los hijos. La familia es más que dos personas que se agrupan. -En sus homilías y comentarios muestra a menudo su amor por la montaña. ¿De dónde proviene? ¿Todavía hace excursiones a la montaña? Sí, cerca de Tortosa hago excursiones muy largas todavía. La afición me viene de la niñez. Veraneábamos en Benidorm, que está rodeado de crestas y está cerca de un pico. Mis padres eran muy deportistas y compartíamos excursiones. Más tarde, las excursiones se convirtieron en un instrumento pastoral. Primero en la parroquia, hacíamos espeleología y escalada. Las vocaciones no salieron del coro ni del rugby, ni del fútbol, sino de los montañeros. Además, pasábamos una semana de alta montaña al año con los seminaristas. Una Misa en una cima de alta montaña es impresionante. La montaña no sólo ayuda a cultivar las virtudes humanas, es encontrarte con la obra de Dios, el primer grado de los que habla San Juan de la Cruz para llegar a Dios: una forma de amar a Dios en sus obras es verlas. -¿Ser cardenal le ha ayudado a crecer en su fe? Sí, porque necesitas más de Dios al ver que más personas dependen de ti. Además, tienes que obrar por obediencia, no te puedes arriesgar a hacer algo así, si Dios no te lo ha pedido. Entonces Dios te ayuda. El Papa me invitó a cenar a solas con él antes de ir a Barcelona. Me dijo lo que esperaba, y qué le preocupaba de Barcelona. Él sabía que Barcelona influye en Cataluña y Cataluña, en España. Un día daré cuenta a Dios de mi cargo de obispo. La fe te hace ver que Él es quien trabaja, porque no puedes llegar a muchas cosas. Él te da fuerzas porque uno solo no es capaz. Por otra parte, porque uno sea cardenal, no se puede separar de sus raíces. La familia, los compañeros de curso del Seminario y los bachilleres del año 46 nos seguimos reuniendo. Mantener relación con ellos también te hace vivir la realidad y sentirte uno más y eso también hace falta. -¿Qué le ha quedado de su participación en el cónclave? Antes del cónclave, los cardenales estuvimos quince días reunidos. Era la primera vez que se hacía esta experiencia y fue muy positivo. Nos pidieron el informe verbal de nuestra diócesis y de nuestro país; hablar de la situación política, social, económica y religiosa. Fue una riqueza enorme porque en quince días tuvimos de primera mano un resumen de la situación de la enorme Iglesia, con sus dificultades y esperanzas. De los primeros doce cristianos, hemos pasado a ser más de 1.200 millones. Si doce judíos solos comenzaron a conquistar el imperio romano, si por pura fe lo creyeron, ahora no podemos dudar de sus palabras: “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”. Ahora no podemos tener miedos y complejos. ¿Que somos perseguidos? Siempre, pero ése es el camino de la Iglesia. -¿Cómo vive ahora sus relaciones con la Santa Sede? Antes tenía que acudir a las Congregaciones, pero ahora no estoy adscrito a ninguna. Si me llaman, voy. Para algunos temas que tienen que ver con los seglares o con la Acción Católica me han llamado alguna vez. He podido ver al Papa Benedicto XVI en diversas ocasiones y ya antes lo había tratado. -¿Cómo valora la evolución de la Iglesia? Hay que valorar la fuerza actual del Espíritu. La Iglesia sigue como siempre. Tiene mérito, por ejemplo, que muchos universitarios y jóvenes con estudios superiores lo dejen todo por el Señor en un mundo en que imperan otros valores. En algunos sitios se pasan buenos momentos y en otros, malos. Hay que insistir en la esperanza, porque vemos gente acobardada y desanimada. El Papa dice que la Iglesia debe verse no sincrónicamente -en un solo tiempo y en un solo lugar-, sino diacrónicamente, es decir, en toda la historia de la Iglesia y en todos los lugares. El Cuerpo de Cristo ha crecido en número enormemente, en distintos lugares y tiempos. Algo no marcha en nuestro mundo occidental. Mientras unos mueren de hambre, otros tiramos la comida. Algunos llegan a pensar que si hay más muertos de sida en países pobres, habrá menos gente allí. Un sacerdote que discrepa, aparece en todos los medios de comunicación, mientras no sale nada de un médico barcelonés que preside la Federación Internacional de Asociaciones de Médicos Católicos o el laico Josep Miró i Ardèvol, a quien nombran miembro del Consejo Pontificio para los Laicos. Cataluña no está tan mal.