Dick Lunney es un viejo homosexual norteamericano, nacido en Oregón y criado en Chicago, que jamás ha necesitado salir del armario. «Yo soy de la vieja escuela. De los que lo dejábamos todo a la inteligencia de los demás. Mira, chico, yo llevé canotier hasta 1989. Creo que con eso lo he dicho todo».
 
El señor Lunney es un viejo homosexual y un viejo amigo al que se le pueden hacer preguntas. «¿La estrategia gay? ¡Oh, leí una vez que todo se basa en el método para cocinar una rana! Es una buena parábola. Verás: es un método culinario tradicional que se basa en la premisa de que jamás hay que echar una rana al agua hirviendo porque luchará para salir fuera del cazo. En vez de eso, lo que hay que hacer es poner a la rana en agua fría e ir calentando el agua poco a poco para que no note que la estás cocinando. Ahora mismo, no hay partido político de relieve en la Europa avanzada, salvo quizá en Polonia, que se permita expresar una opinión contraria a los homosexuales. Los medios de comunicación están cocinados. El arte está cocinado. Hollywood está triturado. ¿Viste la película Una jaula de grillos? ¡Oh, qué divertida! Agador Spartacus, el criado; y Nathan Lane, tan divertido. ¿Quién no querría ser gay? Esa película hizo más por los gays que mil Harvey Milks que hubieran nacido. Y claro, la rana literaria está cocinada. Las cenas con los amigos están cocinadas. ¡Hasta hay un marketing gay con ofertas especiales si eres gay! En una década un gay tendrá todo el reconocimiento legal que podría desear. Tendrá matrimonio y adopciones. Podrá invitar a sus padres a la boda y frustrarse con los niños» (Lunney es un viejo y un cínico). «Lo único que no tendrá es el reconocimiento moral de las Iglesias cristianas, las evangélicas y, sobre todo, la verdadera fuente de la norma moral: la Iglesia católica. El Vaticano es la única rana que metes en agua fría y da un salto de veinte pies. Y es por eso, querido, que los católicos sois el enemigo a batir».
 
Lunney confiesa que ha bebido en las fuentes de Marshall K. Kirk, el neuropsiquiatra autor de Después del baile, el libro que marcó la agenda gay a principios de los 90, y que reducía Stonewall (el bar de Manhattan, símbolo de la lucha por los derechos de los homosexuales) a cenizas. No se trataba ya de pelear, sino de conseguir con mano izquierda y buena presencia que el americano medio llegara a pensar con un bombardeo mediático incesante que «la homosexualidad solo es otra cosa y se encogiera de hombros. De esa manera -aseguraba Kirk-, la batalla por tus derechos y tu reconocimiento estaría virtualmente ganada y solo sería cuestión de esperar». Para empezar, cambiar la denominación de origen: nada de «homosexual». El término «gay» (alegre, en inglés) lo mejoraba todo. Y funcionaba.
 
La teoría del encogimiento de hombros es la que mejor se puede aplicar al caso español; mejor que la de la rana. En 2005, la decisión del Gobierno socialista de legalizar el matrimonio homosexual dio como resultado una lucha en los medios entre partidarios y detractores. Los detractores, en su inmensa mayoría, bien seleccionados por los medios o aleccionados por los temerosos partidos políticos, se concentraron en alabar las uniones homosexuales pero en afear el uso del término matrimonio. Informes como el de la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia en los que se argumentaba la absoluta inconstitucionalidad de la modificación del Código Civil fueron ninguneados y sus conclusiones, arrumbadas. Así, el encogimiento de hombros (con honrosas excepciones), resultaba espectacular. La única que no encogió los hombros fue la Iglesia, y con ella una parte pequeña, pero dispuesta, de la sociedad civil.
 
En toda Hispanoamérica, el ejemplo español se interpretó como la prueba de que la moral en la metrópoli había caído a niveles «europeos». En 1994, Juan Pablo II había apelado al sentido de responsabilidad de las naciones y había «confiado» en que los legisladores de cada país sabrían «tomar distancia» respecto de resoluciones aprobadas por el Parlamento Europeo a favor del matrimonio gay. La católica España fue la primera en caer, con estrépito, sólo una década más tarde sin que hubiera debate público ni necesidad social.
 
Unos pocos años antes de la aprobación del matrimonio homosexual en España, El día del Orgullo Gay había dado un giro radical. Lo que en 2001 era sólo un carnaval de carne multicolor había pasado a ser un acto político. Los dirigentes heterosexuales de izquierda se peleaban, a veces literalmente, por salir en al foto. En aquellas manifestaciones vieron la luz personajes hoy ya amortizados como Pedro Zerolo y de una de sus pancartas nació la estrella mediática Trinidad Jiménez. Pero no bastaba con la pancarta política. El Orgullo Gay se convirtió en una continua ofensa en contra de las creencias de millones de españoles. De ahí surgió el coro que pide que la Iglesia «no se meta en política». Sin embargo, de la Iglesia salieron, de nuevo, las mismas palabras: absoluto rechazo a la discriminación, pero no a la aprobación jurídica de la práctica homosexual. No hay contradicción en ese planteamiento, ya que para que haya discriminación antes tiene que cumplirse el requisito de que no haya diferencias.
 
Anulada la receta para cocinar una rana, y anulada la expectativa de poder ver a la Iglesia encogida de hombros ante la decadencia y la destrucción de la familia, el lobby gay, con la ayuda impagable de movimientos feministas, se olvida de Kirk y muestra su verdadera cara ante el único enemigo que le queda. Ahora, la estrategia gay tiene tres frentes. El primero, el educativo, con la archiconocida EpC que etiqueta al disidente como fanático religioso o «ultraconservador». El segundo, la petición al hipersensible Gobierno socialista de que construya una Ley Integral contra la Homofobia con fiscales especiales que erradiquen las opiniones de «los medios de la ultraderecha». Y el tercero, la demostración de la fuerza del lobby delante de las iglesias; y, sobre todo, de las catedrales.
 
Es una estrategia importada de los movimientos feministas abortistas, quienes también encuentran en la Iglesia el mayor adversario. Desde 2004, los homosexuales y las abortistas se han concentrado allí donde se arguye con mayor eficacia acerca de la inmoralidad de sus planteamientos. Son pocos, pero sistemáticamente jaleados por los medios, y el movimiento se extiende por toda Hispanoamérica. Allí confluyen, con más frecuencia, gays y abortistas.
 
En Ciudad de México viven poco más de diecinueve millones de personas y el pasado 10 de enero, seis «activistas» vestidos como «cardenales homosexuales» y a favor de «los derechos gays-lésbicos» reclamaron a las puertas de la Catedral Metropolitana de México que el arzobispo primado de México, el cardenal Norberto Rivera «deje de opinar y que no se entrometa en política». Esos mismos activistas pretendieron entrar en la Catedral para dejarle a monseñor Rivera su regalo de Reyes: un bozal y un candado.
 
En 2006, 414 «colectivos» valencianos, capitaneados por Pedro Zerolo, arroparon una concentración ante la Catedral de Valencia para protestar por la visita del Papa. En total fueron menos de 400 personas a ofender y provocar con ridículos disfraces y parodias sin gracias. Cuatrocientas personas representando a 414 colectivos…
 
En el Estado brasileño de Bahía viven alrededor de trece millones de habitantes. A primeros de mayo de 2007, el Grupo Gay de Bahía convocó una manifestación frente a la Catedral en protesta «por la llegada de Benedicto XVI a Brasil, un personaje que viaja por el mundo sembrando la discordia; allí divulgaremos una nota pública y quemaremos una foto del Papa». A aquella manifestación acudieron menos de cien personas.
 
También en 2007, una veintena de feministas nicaragüenses entraron en la Catedral Metropolitana y reclamaron «su derecho como cristianas a comulgar». El Vicario General les negó la Comunión y ahí se acabó la misa. La policía tuvo que entrar para detener los enfrentamientos entre los fieles y las feministas, que protestaban «para exigirle a la jerarquía que saque sus manos del Estado, que no se inmiscuya en problemas de salud pública como es la muerte de mujeres por complicaciones relacionadas con el embarazo».
 
Hace unos días, en San Sebastián, una ciudad de más de 200.000 personas; menos de 20 «activistas» de la Coordinadora Trans-Marika-Bollo protestaron frente a la Catedral del Buen Pastor al comienzo del primer oficio como obispo de San Sebastián de José Ignacio Munilla.
 
Y es la hora de volver a preguntar a Lunney, el viejo profesor homosexual. ¿Y esto? «Ah, querido; no sé de qué va esto. A mí me parece insensato, pero tampoco les culpes por tratar de encontrar alguna manera de cocinar a la rana…».